Cine y TeatroCultura y Artes

Liderar en una casa de dinamita

La película de Kathryn Bigelow acerca de una crisis nuclear ofrece lecciones para la actuación de una empresa en momentos en los que el tiempo se acorta y cada decisión tiene consecuencias humanas.

 

 

El fin de semana pasado vi en Netflix la película Una casa de dinamita. Dirigida por la ganadora del Óscar Kathryn Bigelow, es un thriller político de alto voltaje que narra los angustiantes 18 minutos posteriores al lanzamiento de un misil nuclear intercontinental de origen desconocido dirigido hacia Estados Unidos. La película explora tanto la mecánica de la toma de decisiones en situaciones límite como el peso emocional de quienes deben elegir bajo una presión insoportable y con consecuencias irreversibles. Si bien ha sido elogiada por su realismo, su ritmo y su precisión técnica, también ha recibido críticas por su desenlace deliberadamente ambiguo.

No es solo un relato de alta tensión geopolítica. Es un espejo de lo que ocurre en toda empresa cuando el tiempo se acorta, los datos se contradicen, los expertos discrepan y cualquier decisión tiene consecuencias humanas. Ese espejo conviene mirarlo sin pestañear. En el cine el reloj corre en minutos; en la empresa, en horas o días. Pero la lógica es la misma: gobernar la incertidumbre, decidir con ética, diseñar antes de que estalle la chispa.

Propongo ver la cinta como un manual dramatizado. Cada secuencia revela un hábito de liderazgo. Cada diálogo sugiere una práctica concreta. Y la suma dibuja una cultura: menos heroísmo improvisado, más oficio; menos gritos, más método; menos culto al “yo”, más servicio al propósito común.

1. De la certeza imposible a la probabilidad suficiente

El nervio del filme está en la grieta entre la información que quisiéramos tener y el tiempo que realmente tenemos. Esperar el cien por ciento de certeza equivale a renunciar a decidir. En los negocios, esa espera cuesta mercados, reputación y, a veces, la empresa misma.

La lección: pensar y actuar con umbrales explícitos. Si la probabilidad de riesgo o de error supera cierto punto, actuamos; si está en una franja intermedia, ejecutamos medidas reversibles y vigilancia estrecha; si cae por debajo, contenemos y seguimos aprendiendo. El debate deja de ser ¿ya sabemos todo? para convertirse en ¿qué hacemos con lo que sí sabemos hoy?

Para sostener ese hábito, establezcamos ciclos cortos de observación, orientación, decisión y acción, con revisión periódica de supuestos por escrito. Quien no puede escribir en dos líneas qué cree y por qué, en realidad aún no está pensando: está opinando.

2. En una crisis, los cargos deben pesar más que los egos

La película funciona cuando cada persona conoce con precisión su papel: información, operaciones, asuntos jurídicos, relaciones exteriores, comunicación. Se descompone cuando alguien invade el carril ajeno. Las empresas sufren lo mismo: demasiados “directores por un día” y muy pocos responsables reales.

La lección: acordar, antes de la tormenta, una cadena de mando para incidentes: un responsable único del manejo de la crisis; jefaturas claras para operación, análisis, comunicación y atención al cliente; y suplencias definidas. Nada de “dobles cachuchas” en la sala.

Y algo decisivo: una sola versión canónica de la información en un tablero vivo, con permisos restringidos. El papel del director general no es hablar más fuerte, sino defender ese tablero de la política interna, ordenar prioridades y asegurar que cada decisión tenga responsable, plazo y momento de revisión.

3. El enemigo silencioso: los sesgos del juicio

En la cinta uno puede escuchar el chasquido de los sesgos: confirmación (“siempre es el mismo culpable”), memoria selectiva (“la última vez fue así”), exceso de confianza del experto. En la empresa, esas trampas mentales endurecen narrativas y nos ciegan a lo inesperado.

Lección: instituir el derecho –y el deber– de la disidencia. Un pequeño equipo con autoridad formal debe cuestionar la hipótesis dominante y presentar el mejor contraargumento, con tiempo reservado en cada reunión crítica.

Antes de toda apuesta mayor, hagamos una “autopsia anticipada”: imaginemos qué fracasó un año después y listemos las causas. Lo que aparezca, se previene ahora. Y cada decisión importante debe dejar huella: hipótesis en juego, razones a favor y en contra, riesgos de estar equivocados y condiciones para detener la marcha.

4. La ética no adorna: orienta

La cámara de la película insiste en las consecuencias humanas de cada paso. En la empresa, quizá no haya vidas en juego, pero sí hay empleos, pequeños proveedores, datos sensibles, comunidades y entornos. “Cumplimos la norma” no equivale a “hicimos lo correcto”.

La lección es:incluir en todo informe directivo un párrafo de impacto ético: a quién afecta, de qué manera, y qué daños de segundo y tercer orden puede provocar. Activar un pequeño consejo de ética convocable en horas –no en trimestres– con capacidad de pausar un lanzamiento o una campaña. Y ajustar los estímulos de la alta dirección: reconocer no solo los resultados, sino el modo en que se alcanzan (seguridad, cumplimiento, cuidado de las personas).

5. La verdad como riesgo operacional

El filme muestra algo incómodo: bajo presión, la verdad se vuelve frágil. Datos incompletos, señales adulteradas, relatos interesados. En el mundo de hoy se añade un ingrediente: contenidos falsificados que viajan más rápido que nuestras aclaraciones.

Lección: crear un pequeño núcleo de verificación que clasifique fuentes, resguarde la cadena de custodia de los datos y prepare guiones de respuesta frente a rumores malintencionados. Ensayar trimestralmente escenarios con falsificaciones verosímiles (un audio del director, un documento apócrifo) y definir tiempos de reacción.

Hacia afuera, adoptar una regla de oro: hablar pronto y claro. Los vacíos los llena la especulación; las medias verdades, la sospecha.

6. El tono del líder: serenidad que decide

La protagonista encarna lo que toda organización necesita en un temporal: voz serena, instrucciones precisas, escucha real, franqueza para admitir incertidumbre y decisión cuando la ventana de oportunidad se cierra. El pánico se contagia; la calma también.

Lección: formar a los directivos en “hablar para decidir”: frases cortas, una petición por frase, sin metáforas ni adornos cuando hay tensión. Construir seguridad psicológica antes de necesitarla: en crisis, preguntar de manera explícita “dame el mejor contraargumento en un minuto”. Y trabajar con relojes: “tenemos veinte minutos para escoger la ruta A o B; reevaluamos en una hora”. El tiempo compartido alinea.

7. La resiliencia se fabrica río arriba

Parte de la angustia de la película proviene de cuánto hay que improvisar en vivo. Una organización robusta reduce esa improvisación al último tramo.

Lección: programar pruebas de esfuerzo interfuncionales: ataque informático, caída de un proveedor clave, fallo de un centro de datos, medida regulatoria inesperada, boicot, sustitución imprevista de una persona crítica. A cada riesgo, su responsable.

Medir la preparación con indicadores sencillos: tiempo medio para detectar, decidir, comunicar, contener. Lo que se mide, mejora. Y mantener “cortafuegos”: presupuestos reservados para compras de emergencia, proveedores alternos ya calificados, una agencia de comunicación contratada, una página de contingencia lista para activarse.

8. Los aliados se cultivan antes

En la película, la red de aliados marca la diferencia: aportan sensores, legitimidad, cobertura. En la empresa ocurre igual con clientes estratégicos, reguladores, socios y comunidades. Si la relación se construyó antes de la tormenta, la ayuda fluye cuando más se necesita.

La lección aquí es mantener un mapa vivo de alianzas útiles: quién puede absorber capacidad, qué autoridad recibe la llamada, qué líder social puede dar fe de nuestras intenciones. Comunicar temprano, aunque con cautela: “esto sabemos, esto no y a tal hora actualizamos”. La confianza se alimenta de la cadencia.

9. Comunicar para alinear, no para lucir

Las escenas más débiles del filme son las del lucimiento personal. En las empresas, sobran presentaciones brillantes que no habilitan ninguna decisión.

Lección: prohibir la métrica vanidosa y el comentario ingenioso. Toda pieza informativa debe responder a una pregunta: ¿qué decisión permite?. Establecer un ritmo de comunicación en tres niveles: sala de crisis ejecutiva (reuniones breves), equipos directamente afectados (cada hora) y toda la empresa (dos veces al día). Un documento de preguntas y respuestas, único y actualizado, en lugar de documentos que se reproducen y confunden.

10. Cerrar aprendiendo: sin culpa, con rigor

La película deja a sus personajes conviviendo con el peso de sus decisiones. En las empresas, la tentación es “pasar la página” y regresar a la rutina. Esa prisa es una forma de olvido.

La lección final: realizar, dentro de los diez días hábiles posteriores, una revisión sin búsqueda de culpables: línea de tiempo, puntos de decisión, supuestos que resistieron y supuestos que fallaron, señales ignoradas, ajustes al manual y responsables con fecha. Convertir el aprendizaje en artefactos: guías de operación, barandales de seguridad, patrones de diseño, cláusulas contractuales. La memoria institucional vence al heroísmo.

La metáfora que importa

El título “Una casa de dinamita” describe con precisión la empresa contemporánea: un edificio lleno de mechas que no colocamos nosotros –dependencias tecnológicas, cadenas de suministro tensas, redes sociales volátiles, cambios regulatorios, geopolítica–. No podemos retirar todas las mechas. Sí podemos diseñar para que una chispa no derrumbe la casa: modularidad, redundancias, cultura de hablar claro, opciones estratégicas abiertas, un flujo de información más rápido que el miedo.

Y hay algo más profundo. Los personajes de la película no son solo técnicos de crisis: son custodios de consecuencias. Las buenas empresas también. El activo más valioso que llevamos a cualquier decisión es la confianza que hemos acumulado con colaboradores, clientes, proveedores, comunidades y autoridades. Esa confianza se construye diciendo la verdad a tiempo, actuando antes de sentirnos cómodos y mostrando nuestro razonamiento. Si se pierde, cada decisión futura pesará el doble. Si se preserva, la ambigüedad deja de ser trampa para convertirse en terreno practicable. ~

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba