El fin del buenismo laborista
La reforma migratoria británica rompe con el dogma progresista del asilo sin condiciones. El modelo danés se impone como referencia para las izquierdas que se liberan del cortoplacismo

SHABANA MAHMOOD
El giro del Reino Unido en materia migratoria, liderado por la ministra del Interior, Shabana Mahmood, marca un punto de inflexión para la izquierda europea. La reforma que propone no es un matiz: es una ruptura con el idealismo buenista que ha dominado el relato progresista sobre inmigración durante décadas. La socialdemocracia británica ha optado por un modelo inspirado en la línea dura danesa, y eso debería hacer reflexionar al socialismo español, sobre todo cuando las imágenes que llegan desde el canal de la Mancha no difieren tanto de las que se repiten en Canarias o el Estrecho.
Mahmood plantea reformas sin precedentes: extender el plazo para solicitar la residencia permanente de 5 a 20 años, limitar el derecho a apelaciones múltiples en los procesos de asilo, permitir la confiscación de bienes no esenciales de los inmigrantes para sufragar su manutención y activar prohibiciones de visado contra países que no acepten la repatriación de sus ciudadanos expulsados. En otras palabras: lo que antes habría sido tildado de ‘trumpismo’ por parte de la izquierda europea, hoy es política oficial de un gobierno laborista.
Este endurecimiento no responde solo al aumento de llegadas –casi 40.000 personas han cruzado en patera desde Francia en lo que va de año– sino a una erosión del consenso social en la sociedad británica. Según la firma demoscópica YouGov, el 45 por ciento de los británicos son partidarios de no aceptar más inmigrantes y exigir la salida de muchos de los llegados en los últimos años. No es solo Nigel Farage quien cabalga el descontento; es un clima que puede devorar a cualquier partido que no reaccione.
La inspiración danesa no es casual. Copenhague lleva años aplicando una política migratoria de ‘disuasión estructural’: permisos temporales, retención de los solicitantes en lugares situados fuera de su territorio, repatriaciones activas cuando el país de origen se considera seguro, y fuertes restricciones a la reunificación familiar. Su éxito electoral ha hecho que incluso Alemania y Suecia imiten elementos del modelo danés.
Mahmood, hija de inmigrantes paquistaníes, no es una política de derecha disfrazada de laborista. Su apuesta es clara: «Un país sin fronteras seguras es un país menos seguro para quienes se parecen a mí», ha dicho. Su «misión moral», como la llama, se basa en la convicción de que sin control, no hay legitimidad; y sin legitimidad, no hay sistema.
España haría bien en observar este giro. Las llegadas de inmigrantes han superado las 29.000 en lo que va de año. El Gobierno socialista mantiene un discurso ambiguo: criminaliza a la oposición por alarmista, mientras refuerza fronteras con ayuda marroquí y hace devoluciones exprés. Mientras tanto, Vox propone suprimir la figura del arraigo –el mecanismo por el cual los inmigrantes sin papeles pueden regularizar su situación– al considerarlo un «coladero» que incentiva la inmigración irregular. El PP ha comenzado a alinearse con esta tesis en el Senado.
La cuestión no es si debemos acoger a quienes huyen del horror de la guerra o de la miseria. Es si podemos hacerlo de manera racional, sin que el sistema colapse ni se degrade el contrato social. Y si la izquierda quiere seguir gobernando, deberá resolver esta ecuación. El Reino Unido ha elegido abandonar el buenismo. Y si los laboristas británicos se atreven a abordar lo que hasta hace poco era tabú, ¿a qué espera el PSOE para asumir que el problema no es el discurso de la derecha, sino el silencio de una izquierda que confunde compasión con ingenuidad?