Chile 2025: Fin de ciclo, segunda vuelta y los dilemas del nuevo ciclo político

En noviembre de 2025 Chile enfrentó una elección que no solo define un gobierno: cierra un ciclo político intenso iniciado en 2019. Ese año no fue un estallido económico más; fue un cuestionamiento profundo a la desigualdad, al pacto neoliberal y a la institucionalidad heredada de la transición.
Las calles demandaban dignidad, derechos sociales y un Estado más presente. En ese contexto, Gabriel Boric emergió como una figura simbólica: joven, moral y progresista. No era solo un candidato de izquierda: encarnaba la promesa de refundar el Estado, escribir una nueva Constitución y construir un pacto social más justo. Su triunfo representó más que la elección de un presidente: Chile aspiraba a un nuevo contrato político.
El mandato era histórico: transformar la institucionalidad, garantizar derechos sociales, reformar la economía y consolidar una ciudadanía más activa, sin embargo, la realidad institucional mostró obstáculos que la épica de 2019 no anticipaba. La fragmentación del Congreso, los quórums, la desconfianza empresarial y las resistencias corporativas limitaron reformas clave.
Aunque Boric impulsó avances tangibles, vivienda social, reducción de la jornada laboral a 40 horas, fortalecimiento de pensiones básicas, políticas de igualdad y una agenda de seguridad, el proceso constituyente fracasó, dejando el núcleo del proyecto incompleto. El saldo simbólico es claro: se prometió el futuro, pero no llegó.
El 16 de noviembre de 2025, la primera vuelta presidencial, junto con las elecciones parlamentarias, definió que Jeannette Jara (26,8 %) y José Antonio Kast (23,9 %) se enfrentarán en segunda vuelta el 14 de diciembre. No es solo un duelo electoral: es la batalla por determinar cómo se cerrará el ciclo progresista y qué rumbo tomará el país. Jara representa la continuidad del oficialismo, abogada y exministra del Trabajo, respaldada por el PC, el Frente Amplio y sectores socialistas, su campaña enfatiza derechos laborales, igualdad de género y justicia social. Aspira a rescatar el legado de Boric, pero enfrenta el peso del desencanto progresista: una base electoral que vio frustradas sus expectativas en la Constitución y reformas estructurales.
Kast, por su parte, lidera la derecha dura y articula un mensaje de orden, seguridad y restauración de valores tradicionales. Para muchos votantes, simboliza la recuperación del control tras el desgaste de la izquierda transformadora. Su ventaja inicial es clara: consolidar el voto de derecha fragmentado en la primera vuelta. Sin embargo, un Congreso dividido limitará su margen de maniobra.
Las elecciones legislativas consolidaron un escenario fragmentado. En la Cámara de Diputados, la oposición suma 90 escaños frente a 64 del oficialismo; en el Senado, la oposición tiene 25 frente a 23 del oficialismo, con 2 independientes. Con esta configuración, ni Jara ni Kast podrán impulsar reformas profundas sin negociación. La gobernabilidad vuelve a ser el eje estratégico, y el nuevo Congreso, que asumirá el 11 de marzo de 2026 junto con el presidente, será el guardián del equilibrio político.
La elección Jara–Kast define la dirección del país tras un ciclo progresista inconcluso. Kast podría consolidar la derecha y capitalizar el desencanto con la izquierda, con proyecciones entre 41 % y 48 %, frente a Jara, que se sitúa entre 33 % y 34 %. Pero gobernar será complejo: un Congreso fragmentado, la necesidad de moderar la agenda y posibles tensiones sociales limitarán su capacidad de implementar cambios. Jara, en tanto, enfrenta un desafío de legitimidad: reconstruir la confianza, retomar reformas sociales en un Congreso adverso y decidir el futuro del proyecto constitucional. Su triunfo dependerá de su capacidad de movilizar la base progresista y captar indecisos de centro.
En ambos escenarios, la lección del ciclo Boric es clara: ningún mandato puede ignorar los límites institucionales y la necesidad de negociación política.
Chile cierra en 2025 un ciclo marcado por la promesa de refundación que no se concretó plenamente. Boric no fracasó en lo técnico, sino en instalar un horizonte político duradero.
La segunda vuelta entre Jara y Kast será la prueba de cómo un país que perdió la fe en las promesas construirá, finalmente, su rumbo: continuidad progresista bajo presión o restauración conservadora con autoridad. El Congreso fragmentado asegura que la negociación será obligatoria. Ninguna agenda se impondrá sin consenso.
La gobernabilidad, más que la ideología, se convierte nuevamente en la moneda política del país. Chile entra en un nuevo ciclo, incierto pero definido por límites claros: los resultados importan, pero la capacidad de convencer y construir acuerdos será decisiva.
