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Pensamientos sobre algunos ensayos de Lewis Thomas

Leer a Lewis Thomas (nov. 25 1913 -1993) no está de moda. Sus libros no son fáciles de conseguir en español; sin embargo, vale la pena buscarlos, pues Thomas es un ensayista visionario y profundo que te deja pensando. No solo eso, es un erudito y una de esas raras personas que encuentran el corazón…

 

Leer a Lewis Thomas (nov. 25 1913 -1993) no está de moda. Sus libros no son fáciles de conseguir en español; sin embargo, vale la pena buscarlos, pues Thomas es un ensayista visionario y profundo que te deja pensando. No solo eso, es un erudito y una de esas raras personas que encuentran el corazón de los temas y te lo pone a palpitar frente de los ojos. Fue un médico destacado, ensayista, investigador y, además, poeta y etimólogo. Su primer libro, Las vidas de una célula: notas de un observador de la biología (The Lives of a Cell: Notes of a Biology Watcher, 1974), colección de ensayos, ganó el National Book Awards. Otras colecciones de ensayos incluyen La medusa y el caracol (The Medusa and the Snail), La ciencia más joven (The Youngest Science) y Late Night Thoughts on Listening to Mahler’s Ninth Symphony (que se traduce como Reflexiones nocturnas escuchando la Novena Sinfonía de Mahler).

 

 

Hace tiempos, dediqué una entrada en mi blog a La obra maestra del diácono, ensayo titulado así, que aparece en el libro La medusa y el caracol. En este, Thomas se pregunta: “¿de qué nos moriríamos si el avance de la ciencia resolviera o encontrara la cura para todas las enfermedades?” Y dice que la respuesta — por lo demás, genial en mi opinión— la encontró en un poema del siglo 19 escrito por otro médico, Oliver Wendell Holmes, llamado: La obra maestra del diácono.

En el poema, el diácono ha construido la calesa perfecta, sin fallas en ninguna de sus partes; todas con la misma resistencia, que ni se quiebran ni se descomponen. El carruaje es la analogía de un organismo sin debilidades, cuyas partes no se enferman ni deterioran, un organismo cuyas partes envejecen simultáneamente y en sincronía. Un día la calesa se derrumba de sopetón y queda “¡como si hubiera ido al molino para ser triturada!”, frase que fascina a Lewis Thomas, pues representa la muerte súbita.

Pensando en el diseño inteligente, mejor dicho, en quienes creen en el diseño inteligente, me pregunté por qué juzgan perfecto el cuerpo humano, sabiendo que estamos llenos de defectos debido a los caminos enrevesados que a veces toma la evolución y, además, porque sus partes se deterioran de distintas maneras y a distintos tiempos. Nuestros cuerpos no son como la carroza del diácono; de serlo, un día colapsarían sus partes simultáneamente (y eso que dizque los seres humanos fueron hechos a imagen y semejanza de un Dios). Todo debería durar en buen estado hasta el final, hasta que la muerte nos aniquile de un tajo. Pero no es así, nos morimos de a partes, de a poco. Lo más terrible es que en muchos casos se muere al alma antes que el cuerpo (como le ocurre a una de cada nueve personas en el mundo).

Otro ensayo me llama la atención porque de cierta manera va en contra de la moda médica y social actual. Se llama “El zarzo del cerebro,” The Attic of the Brain y se encuentra en Reflexiones nocturnas escuchando la Novena Sinfonía de Mahler.

Thomas hace una analogía entre el zarzo de las casas y el cerebro. Dice que las casas contemporáneas están diseñadas con un concepto muy distinto a las de antes y que desafortunadamente no tienen zarzo. Que son abiertas, incluso a veces, de espacios únicos, o con ventanas que exhiben lo que ocurre adentro. No hay esos lugares cerrados, llenos de objetos polvorientos, con libros del siglo anterior, recetas de la abuela, vestidos, neceseres, disfraces, zapatos, cartas, baúl con fotografías, cepillos calvos, bicicletas destartaladas, globo terráqueo, paisajes a la acuarela desenmarcados, pupitres de cuando éramos niños, espejos, etcétera. El ático es accesible, sí, pero no se exhibe, y a Lewis Thomas le parece que deberíamos dejar nuestro ático interno sin escrutinio, sin excesos de racionalización ni control excesivo.

Cuando una persona practica el psicoanálisis o usa la ayahuasca o la psilocibina para “entrar al zarzo” está tratando de ordenar y dar sentido a algo que realmente no puede ver. Intentos que solo logran desordenar las ideas o reinventarlas, remover recuerdos y, claro, fantasear con unos nuevos, pues lo que hace la razón es justificar lo que logra ver del zarzo, pero, entendámoslo, allí no hay comprensión posible, y sus objetos están para siempre en la penumbra. Más ajetreo, más riesgo de convertirse en un “caído del zarzo”. Thomas dice que lo mejor es dejar el zarzo tranquilo y dejar que el cerebro actúe y se exprese como lo dictaminó la evolución, sin tratar de irrumpir en su naturaleza. Me gusta cuando Thomas dice que el cerebro “se controla a sí mismo y no fue diseñado por la evolución para que lo entendiéramos”.  Sino para sobrevivir, digo yo. A Thomas le habría encantado conocer el poema de Antonio Machado que dice:

En nuestras almas todo

por misteriosa mano se gobierna.

Incomprensibles, mudas,

nada sabemos de las almas nuestras.

Las más hondas palabras

del sabio nos enseñan

lo que el silbar del viento cuando sopla

o el sonar de las aguas cuando ruedan.

En el ensayo que da nombre al libro Reflexiones nocturnas escuchando la Novena Sinfonía de Mahler, Thomas explica cómo la música le va hablando de la muerte. Él siempre pensó que se trataba de la muerte personal, la muerte del individuo, hasta que un día se dio cuenta, en el contexto de la Guerra Fría, el contexto de su época, que se podía extrapolar a la vida en la Tierra, y se dio cuenta de que nuestro cerebro y emociones son todos parte de la naturaleza, pues todo está interconectado. El ensayo es particularmente poderoso por la gravedad y urgencia ante la amenaza nuclear, que no es diferente a la que estamos viviendo hoy, con las amenazas de Israel a Irán y de Rusia a Ucrania y a Europa. Thomas contrasta la belleza y fragilidad de la vida humana y el Planeta (evocados por la música) con la absurda insensatez de una posible autodestrucción.

Aquí una cita de su libro:

“La fácil tristeza expresada con tanta dulzura y delicadeza por esa frase (musical) repetida en unas cuerdas descoloridas, una y otra vez, ya no me llega como la vieja y familiar noticia del ciclo de la vida y la muerte […] he adquirido y guardado en mi afecto, hasta hace muy poco, otra rama de una idea que me es útil en mis horas oscuras: la vida de la Tierra es igual a la vida de un organismo: el gran ser redondo posee una mente: esa mente contiene un número infinito de pensamientos y recuerdos: cuando me llegue la hora, podría hallarme flotando en una suerte de aire elevado, uno de esos pequeños pensamientos, que vuelven de la memoria de la Tierra: en ese sentido peculiar, estaré vivo”.

“The easy sadness expressed with such gentleness and delicacy by that repeated phrase on faded strings, over and over again, no longer comes to me as old, familiar news of the cycle of living and dying. […] I have acquired and held in affection until very recently another sideline of an idea which serves me well at dark times: the life of earth is the same as the life of an organism : the great round being possesses a mind: the mind contains an infinite number of thoughts and memories: when I reach the my time I may find myself still hanging around in some sort of midair, one of those small thoughts , drawn back into memory of the earth: in that peculiar sense I will be alive.”

 

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