Así se escribió ‘Pedro Páramo’, obra maestra de Juan Rulfo y de la literatura en español
Celebramos los 70 años de esta novela mexicana (1955), una de las más innovadoras del siglo XX y de gran influencia. Retrato del territorio mítico de Comala y espejo de cualquier lugar, de la violencia y de la condición humana en la orfandad emocional, en una dimensión que junta este mundo y el otro

Ilustración de portada de la primera edición de ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo, en marzo de 1955, en el Fondo de Cultura Económica de México. /WMagazín
Los murmullos de Comala empezaron a colonizar la cabeza de Juan Rulfo (1917-1986) cuando él tenía unos 26 o 27 años. Una década estuvieron allí creciendo y cobrando formas y nombres borrosos como Juan Preciado, Susana San Juan, Eduviges o Pedro Páramo. Hasta que, a los 35 o 36 años, empezó a traerlos a este mundo, de día, en papelitos verdes y azules que escribía cuando era agente viajero para Goodrich-Euzkadi y que, más tarde, por las noches, al final del trabajo, se hacían visibles en un cuaderno escolar con una pluma de tinta verde. Luego, con 37 años, en solo cuatro o cinco meses de 1954, murmullos, formas y nombres entrelazados de historias se precipitaron como un torrente sobre los dedos de Juan Rulfo que tecleaban en su máquina de escribir.
Llegaron a este mundo en unas trescientas páginas.
Un territorio muy extenso para el escritor. Empezó a editar y a editar y a editar, hasta dejar aquel mundo donde habitan este y el otro en 149 páginas. Pura esencia, pura condensación de un universo que lleva dentro el milagro de expandirse al infinito a medida que la persona lee la novela.
Tuvo varios nombres antes del definitivo: Una estrella junto a la Luna o Los desiertos de la tierra. Cuando la historia de esos rumores mentales empezó a vivir entre nosotros bajo el tac-tacatac de la máquina de escribir negra Remington Rand Modelo 17 pasó a llamarse Los murmullos.
Y cuando apareció en la imprenta se transformó en Pedro Páramo.
Llegó a las librerías mexicanas el sábado 19 de marzo de 1955. Y renovó la literatura en español al romper el tiempo y el espacio y potenciar el realismo mágico.

Origen de la novela
De esas transfiguraciones de la novela, Juan Rulfo escribió, el 15 de septiembre de 1953, en un informe sobre el trabajo que hacía como becario en el Centro Mexicano de Escritores, que hoy conserva la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM):
“Había escrito varios fragmentos de la novela, a la que pienso denominar Los desiertos de la tierra. Estos fragmentos escritos hasta la fecha, aunque no guardan un orden evolutivo, fijan determinadas bases en que se irá fundamentando el desarrollo de la novela”.
Catorce días antes, 1 de septiembre, había publicado El llano en llamas, quince cuentos que esbozaban el cosmos de Comala, cada cuento como el universo rulfiano en una cáscara de nuez, como diría Stephen Hawking.
Juan Rulfo tenía clara la estructura fragmentada de Pedro Páramo. Dos meses después, en noviembre de 1953, escribió que sus personajes principales se llamarían Susana San Juan y Pedro Páramo. Anunciaba los primeros capítulos, pero, la verdad, es que no fue hasta abril de 1954 cuando compró un cuaderno escolar y escribió el primer capítulo:
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte”. Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de la saponarias”.

El manuscrito
Este manuscrito lo conserva la UNAM. Allí están sus anotaciones, sus correcciones, sus trazados con la pluma que subraya frases o se mete entre las palabras para indicar cambios o tacha párrafos enteros. Entonces, se llamaba, aún: Los murmullos.
Pedro Páramo se sitúa en el tiempo de las guerras cristeras de México. Narra la travesía de Juan Preciado en busca de su papá, Pedro Páramo, en el pueblo de Comala. Allí, en centro o en la orilla de la soledad y del abandono, armará, a través de diferentes voces y testimonios, el pasado tiránico de su padre y descubrirá el suyo propio y del pueblo.
La escritura de la novela fue gracias a la beca en el Centro Mexicano de Escritores donde llegó tras un periodo de agotamiento en su anterior trabajo, según Noticias de Juan Rulfo, de Alberto Vital:
“Cuando escribí Pedro Páramo yo atravesaba un estado de ánimo verdaderamente triste. Me sentía desgastado físicamente como una piedra bajo un torrente, pues llevaba cinco años de trabajar catorce horas diarias, sin descanso, sin domingos ni días feriados. Corriendo como un condenado a lo largo y ancho del país para que la fábrica, por la cual me deslomaba, vendiera más que sus competidoras”.
La inspiración, la génesis y los secretos de la escritura de Pedro Páramo la reveló el mismo Juan Rulfo en 1985, con motivo de los treinta años de la novela, en un texto de prensa conservado en la UNAM, donde “reflexiona sobre su creación. Escribió que las intuiciones de Pedro Páramo parecían venir de la voz de alguien que le dictaba, tal vez los murmullos de la mismísima Comala”.
Y así como en la mente de Juan Rulfo la novela pasó por varios estadios, su desembarco entre nosotros tuvo el mismo destino: Pedro Páramo apareció de manera casi desapercibida, luego pasó a ser un librito de culto, sobre todo entre los escritores, y, una década larga después empezó a conquistar muchos lectores.
Tiempo y espacio rotos
“Es una novela muy difícil, hecha con esa intención, que se entendiera al leerla tres veces. Mi generación no la entendió, ni la consideró interesante, y la actual generación la entendió y la aprecia”. Lo reconoció Juan Rulfo en la famosa entrevista, de 1977, al programa A Fondo, de Radio Televisión Española, con el periodista Joaquín Soler Serrano.
El propio Rulfo explica en A Fondo parte de sus trucos de magia:
“Está roto el tiempo, está roto el espacio. Se trabajó con muertos y eso facilitó el no poderlos ubicar en ningún momento, sino poder hacer esos traslados para hacerlos desaparecer en momentos precisos y volverlos aparecer después. En realidad, es una novela de fantasmas que cobran vida y la vuelven a perder. Sigue siendo complicada. Es difícil por la estructura misma de la obra. Aunque está estructurada de tal forma que, en apariencia, llega a no tener estructura, cuando lo que sostiene la novela es la estructura”.
El proceso de creación que seguía no era calcar la realidad, sino imaginarla. Lo único real de Pedro Páramo es la ubicación del personaje, pero los paisajes y la atmósfera eran suyas con la verosimilitud de su arte. Después de ubicar a sus personajes en ese espacio entre la tierra y lo onírico o de ultratumba pensaba el modo de hablar de ellos, la manera en que se expresaban.
Todo eso lo extrajo de su biografía transmutada en arte:
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació el 16 de mayo de 1917 en Apulco, un pueblo de Jalisco que tenía unos dos mil habitantes. Fue el mismo año en que, oficialmente, terminó la Revolución Mexicana. Vivió sus ecos. Su padre fue asesinado cuando él tenía seis años. Fue testigo de las guerras cristeras, de 1926 a 1929. Su madre falleció cuando él contaba con diez años. Lo crio su abuela materna y luego pasó a un orfanato en Guadalajara que era más una correccional, según recordó en A Fondo. En 1934 ya estaba en Ciudad de México donde fue un asistente oyente en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, al mismo tiempo que colaboraba con revistas como América.
A partir de ahí empezó a recorrer el país. En 1937 empezó a trabajar en el Archivo de la Secretaría de Gobernación que lo llevó por varias ciudades, luego como agente de migración en Guadalajara. Es en esos viajes cuando se reafirma su vocación de fotógrafo. Los paisajes de México dejan de ser cuadros en movimiento tras el cristal de un autobús. Son auscultados por su mirada que capta el trabajo del tiempo, de la soledad, del silencio, de la orfandad, de la muerte en esta vida. Su mundo creativo se amplía como agente viajero de la Goodrich-Euzkadi, entre 1947 y 1952, y su trabajo como cronista y fotógrafo empieza a conocerse más tras publicar en la revista Mapa, de la misma empresa. En 1953 entró como becario en el Centro Mexicano de Escritores, subvencionado por la Fundación Rockefeller.
Realidad e imaginación
Esa experiencia personal y profesional le permite conocer a toda clase de personas, asomarse a sus mundos interiores individuales y colectivos, descubrir sus pasados llenos de sombras, en muchos casos, que plasma en su obra:
“El hombre traía una violencia retardada. Traía los resabios de la revolución y habían gestado el asalto, la violación, traían el impulso. Me encontraba con gente aparentemente pacífica que no aparentaban ninguna maldad, pero, por dentro, eran asesinos. Era gente que había vivido muchas vidas, con una larga trayectoria de crímenes.
Es impresionante conocer a esta gente que considera uno pacífica, tranquila, apacible, y, de repente, sabes que detrás hay una historia muy grande de violencia. Esos personajes se habían grabado y lo he tenido que recrear; no pintar como ellos eran. Los reviví imaginándolos como yo hubiera querido que fueran. El proceso de creación que sigo no es precisamente tomando cosas de la realidad, sino imaginadas. Lo único real es la ubicación”.
Para Juan Rulfo, su ideal no es reflejar la realidad tal como es, “porque la estamos viviendo, leyendo en la prensa, viendo en la televisión, viendo el mundo día a día. No podemos repetir lo que está diciéndose. José María Arguedas decía que al autor hay que dejarle el mundo de los sueños ya que no puede tomar el mundo de la realidad. Tiene que crear otra realidad”.
En el caso de Pedro Páramo, Juan Rulfo se limitó a liberar sus murmullos en este mundo. Y en esa liberación entraron a formar parte de la realidad transmutados en personas-fantasmas-personas que muestran la condición humana en orfandades emocionales en un lugar llamado Comala donde tiempo y espacio y vida y no vida son uno solo. Un cosmos y un magisterio literario condensados en el final:
«Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo el intento de caminar. Después de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras».