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Laberintos: ¿Se quedó Obama en La Habana?

 

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   El próximo 16 de abril se instalará el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba. En el anterior, celebrado hace exactamente un año, sus delegados designaron a Raúl Castro primer secretario del partido y aprobaron su plan para actualizar el modelo económico cubano, cuya principal consecuencia ha sido la normalización de relaciones entre La Habana y Washington. Sin la menor duda, este VII Congreso tendrá al presidente Barack Obama como protagonista de sus debates. Protagonista que quizá no sea nombrado expresamente, pero sin duda será protagonista, y de primer orden.

 

   A dos semanas de la histórica visita de Obama a La Habana, la gente se pregunta si este drástico viraje en la política exterior de Estados Unidos y Cuba sirvió de algo. Más aún, si la cordialidad de este reencuentro de viejos enemigos logró realmente impulsar un cambio en la orientación, al menos económica, del régimen cubano, o si todo ese ruido que se escuchó hasta en los rincones más apartados del planeta, en verdad no ha ido ni irá más allá del gesto, la retórica y las formalidades diplomáticas. Por otra parte, para muchos, Obama se pasó de benevolente y buena gente al entablar una relación casi de familia con Raúl Castro, como se puso de manifiesto durante el tiempo que ambos mandatarios compartieron, cónyuges, hijos y hasta nietos incluidos, en una amable y normal tarde de béisbol en el estadio Latinoamericano, pero sin sacarle a Castro nada más que una cuantas sonrisas y un estruendoso aire de camaradería. Y ¿no se excedió Castro al levantarle la mano a Obama tras la accidentada experiencia de su tropiezo dialéctico a la hora difícil de enfrentar por primera vez en su vida de gobernante las preguntas de periodistas no sometidos al yugo de la ideología oficial? Debilidad mucho más grave puesta muy de manifiesto al permitirle a Obama reunirse con destacados miembros de la acosada disidencia interna y dejarlo exhortar por radio y televisión a los cubanos a tomar en sus manos el destino de la nación, hacerse escuchar y exhortarlos a conducir al país rumbo a una democracia representativa, plural y de naturaleza liberal.

   En una y otra orilla del estrecho de la Florida numerosas voces denuncian la visita. En Estados Unidos, bien porque los resultados de la apuesta realizada por Obama han resultado insuficientes, o porque su presencia en la isla constituye un espaldarazo a la anacrónica e impresentable dictadura de los hermanos Castro. En un sector del poder político en Cuba, porque según ellos de ningún modo la revolución puede negociar una eventual vuelta al capitalismo, pues eso sería una traición a los principios ideológicos que durante casi 60 años el régimen ha defendido hasta con los dientes, incluso al precio de un holocausto nuclear. Jefes y militantes del partido que piensan que Raúl debió haber reaccionado más “revolucionariamente” a lo que ellos consideran desmanes inadmisibles del imperio.

 

   Precisamente por estos días, al analizar los verdaderos alcances de las reformas económicas, financieras, medioambientales y sociales del gobierno Obama, el premio Nobel de economía, Paul Krugman, publicó un artículo titulado “Aprender de Obama”, suerte de primera evaluación de la gestión presidencial de Obama, a punto ahora de culminar. “La lección de los años de Obama”, sostiene Krugman en su escrito, “es que (el éxito) no tiene que ser completo para ser real.” Aplicado a la visita de Obama a Cuba, la lección es que de ningún modo podemos medir su importancia en términos absolutos. Ni podemos juzgar su auténtico valor sin tener en cuenta los efectos que quizá llegue a generar el asombro que sintieron los ciudadanos cubanos al ver volar sobre los techos de La Habana el Air Force 1, escuchar su mensaje y seguir por la calles de la ciudad los movimiento de la “bestia”, limusina presidencial que parece haber escapado de una película de ciencia ficción.

 

   En este sentido vale la pena revisar los videos que registran la aclamación popular que acompañó a Obama durante las 48 horas de su estancia en La Habana, los esfuerzos que realizó Raúl Castro por agradar a su huésped y aceptar con una sonrisa hasta sus palabras en defensa de los valores de la democracia como sistema político, incluso su recomendación a no temer escuchar la voz de sus ciudadanos. Y, sobre todo, las imágenes grabadas por un video-aficionado, que muestra cómo, al intentar una unidad policiaca llevarse detenida a una mujer que en plena calle despotricaba del gobierno de los Castro, un grupo de vecinos, indignados por la acción represiva de los agentes, rodearon su patrulla y rescataron a la mujer. Un hecho de radical heterodoxia que yo me atrevería a vincular directamente con el viaje de Obama. Extraordinario altercado que permite presumir que de ahora en adelante le será mucho más difícil al régimen actuar con impunidad y silenciar el deseo colectivo de libertad que ciertamente despertó la presencia de Obama, cuyo eco más ensordecedor sin duda fue el concierto de las cuatro majestades diabólicas de los Rolling Stones.

 

   Puede decirse más. El tema de la libertad, económica, por supuesto, pero sobre todo política, ya ocupa un lugar prioritario en la conciencia de vastos sectores de la población cubana. Un desafío para el régimen, que le resultará muy difícil superar. En uno y otro bando se piensa que tal como los cambios económicos que han transformado espectacularmente a las sociedades de China y Vietnam no han podido eliminar la naturaleza totalitaria de sus gobiernos, tampoco en Cuba la apertura económica le devolverá a los cubanos la democracia representativa como sistema político. Se pasa por alto, sin embargo, que la historia cubana nada tiene que ver con las tradicionales relaciones de poder en el Lejano Oriente. Cuba forma parte de la cultura americana, estadounidense y latina, y la rebelión forma parte esencial de la condición humana de sus habitantes. El ansia de libertad quizá ha estado dormida durante años en Cuba, pero no parece haber desaparecido por completo, mucho menos del corazón de su juventud, como quedó demostrado en el espectacular concierto de los Rolling Stones. El valor exacto de la visita de Obama a La Habana se medirá en los meses y años por venir en la medida que sus palabras sigan resonando con fuerza en el alma cubana, tal como hace pocos días sucedió en esa calle de la barriada habanera del Cerro.

 

Esta realidad, inocultable y sin duda muy peligrosa para el régimen, es la causa de las reiteradas declaraciones y reflexiones públicas de diversos voceros del oficialismo cubano, defensa irracional y a ultranza de los valores más anacrónicos del socialismo a la manera soviética, que tuvo su más desmesurada expresión en el artículo de Fidel Castro contra Obama, publicado la semana pasada en el diario Granma, una reflexión que Bruno Rodríguez, ministro de Relaciones Exteriores de Cuba que ha dirigido las negociaciones que han permitido que La Habana y Washington hayan firmado las paces, calificó de “extraordinariamente oportuna.”

 

   ¿Cuál es el verdadero sentido de estas palabras? ¿Que en la cúpula del poder político cubano existen diferencias que llegan incluso a enfrentar a los hermanos Castro? ¿Que frente a sus aparentes intenciones de profundizar la reformas, Raúl tendrá que enfrentarse y derrotar a un sector importante del PCC, resuelto a no dejar morir los principios más anacrónicos de la revolución en brazos de Barack Obama y del imperialismo? En todo caso, en este VII Congreso del PCC se medirán las dos corrientes que ahora conviven polémicamente en el aparato del partido. Imposible predecir el resultado de este enfrentamiento, pero sí se puede conjeturar que esta lucha agónica de quienes en Cuba se niegan a aceptar el fin del pensamiento único y quienes lucen comprometidos con la idea de que a partir de 2018 Cuba explore nuevos caminos, marcará un antes y un después. Como si en realidad este hijo de un africano convertido en el primer presidente negro de Estados Unidos, que viajó a Cuba por sólo dos días, a pesar de todos los pesares, en La Habana se ha quedado y aunque no consiga una victoria total y a corto plazo como muchos desearían, el éxito de su visita a La Habana, aunque no haya sido total, objetivo desde todo punto de vista imposible de alcanzar, sin la menor duda sí ha sido un éxito real.  

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