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Laberintos: Venezuela, hora cero

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El horizonte de Venezuela se torna cada día más sombrío y amenazante, y uno tiene la impresión de que la situación ha llegado a un punto de inflexión irreversible. Hace pocas semanas, por ejemplo, The Economist comparaba la Venezuela de Nicolás Maduro con el Zimbabue de Robert Mugabe. Estos días, el prestigioso semanario británico va más lejos aún en su análisis escalofriante de nuestra realidad actual y sostiene que la agudización de los problemas y la ingobernabilidad han llevado a Venezuela al borde mismo de un abismo insondable, entre el caos de un estallido social y la calamidad de un golpe militar.

 

   El rostro humano de esta terrible encrucijada de caminos nos la ofrece la periodista venezolana Cristina Marcano en una brillante y penosa crónica-reportaje que publica el suplemento dominical del diario El País de España en su edición de esta semana bajo el título “Un extravío llamado Venezuela.” Un relato imprescindible para comprender los más dolorosos alcances del gran drama nacional.

 

   “La gente está al límite”, leemos en uno de sus párrafos. “Arrecha – iracunda – es la palabra más escuchada. Y estalla cada vez más a menudo. Sin importar que haya fusiles en el horizonte, rompe filas, se hace masa en la puerta (de supermercados y farmacias) y entra pisando cristales rotos y a quien se interponga. En promedio, tres saqueos diarios. Las protestas callejeras se multiplican. Por la escasez, por mejores sueldos, por apagones, por falta de agua. El hastío se huele en cada esquina. La exaltación mantiene a centenares de militares en la calle.”

 

   Es decir, que esta Venezuela que hasta no hace mucho era el objeto del deseo, la admiración y la envidia de millones y millones de latinoamericanos acosados por todas las miserias del subdesarrollo y el abandono, ahora se hunde en una oscuridad aún más tenebrosa y desesperada. Basta leer en las redes sociales la confesión que hace pocos días se hacía una vecina de Antímano, zona de clase media trabajadora de Caracas, “en todos los años que tengo, nunca había llorado por no tener comida”, para medio aproximarnos a los infortunios individuales que se derivan de la crisis humanitaria que a diario le arrebata a los venezolanos la esperanza en el día de mañana.

 

   La otra cara de este conflicto que ha convertido a Venezuela en la peste que hoy sufren los venezolanos de todas las ideologías y condición social, y que la encarna Maduro, media docena de lugartenientes que han ligado su suerte a la de su jefe y un sector con agenda propia y muy subalterna de la fuerza militar y paramilitar del régimen, resueltos a conservar el poder contra todos los vientos y mareas posibles. Como sea. Un obstáculo que impide por la fuerza hasta la más mínima insinuación sobre la necesidad de un cambio pacífico y constitucional del sistema político y del modelo económico. Obstinación inexplicable que anticipa la inminencia de un desenlace catastrófico, a pesar de que la propaganda oficial insista en afirmar, como intentaba hacer el domingo desde el diario caraqueño Últimas Noticias, abiertamente comprometido con los intereses políticos de Maduro, un titular que nada tiene que ver con el periodismo: “La Fuerza Armada Nacional Bolivariana garantiza la seguridad interna.”

 

   Por supuesto, la circunstancia diaria de los ciudadanos es otra. Cuando un país como Venezuela acumula la riqueza material que le proporciona sus valiosos recursos naturales, desde el petróleo y el gas hasta el coltán, pasando por el oro y los diamantes, y a pesar de ello termina transformado en un espacio geográfico impresionantemente pobre, con una escalofriante escasez de alimentos y medicamentos esenciales, con la inflación más alta del mundo y con el mayor índice de asesinatos al menos de América Latina, 28 mil y tantas víctimas el año pasado, sólo puede desencadenar una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. Sobre todo si tenemos en cuenta que la única medida oficial para combatir la crisis y frenar el malestar y la impaciencia de los ciudadanos es la radical deriva totalitaria del régimen. A más indignación, más represión. Y porque en este punto crucial del proceso político venezolano, la implacable decisión presidencial es de cerrar a cal y canto todos los caminos que permitan avanzar hacia la solución pacífica del cataclismo en marcha, pocos son ya los venezolanos que creen factible una transición tranquila hacia la democracia política y la racionalidad económica.

 

   El resultado de este desengaño colectivo es la violenta tensión que asalta a los venezolanos a la vuelta de cada esquina. Y la convicción de que la única solución capaz de modificar la trágica circunstancia venezolana es el diálogo y la negociación, aunque el discurso oficial y la experiencia generan la certidumbre de que en estos momentos, y con esos interlocutores, esa opción es imposible. En primer lugar, porque a nadie en su sano juicio le cabe en la cabeza la alternativa de sentarse a dialogar con Maduro. Mucho menos si los facilitadores seleccionados por el régimen, mientras rechazaba en cambio la mediación del papa Francisco, sean los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Leonardo Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), con la coordinación de UNASUR, organismo multilateral creado por Hugo Chávez para anular la presencia de la OEA en la región, y cuyo secretario general, el controvertido ex presidente colombiano Ernesto Samper, nunca ha ocultado su plena identificación con Chávez antes y ahora con Maduro.

 

   En segundo lugar, porque la experiencia de un diálogo entre el gobierno y la oposición no es algo nuevo en el complejo proceso político desencadenado por el chavismo hace 17 años. El primero de estos ensayos se produjo en el año 2002, como respuesta del presidente derrocado el 11 de abril y restaurado en la Presidencia 47 horas más tarde, para desactivar el carácter explosivo de la confrontación. Chávez había asumido públicamente el compromiso de rectificar y para demostrar su buena fe convocó a la oposición a integrarse en un grupo de trabajo pomposa y tramposamente bautizado con el nombre de Comisión Presidencial para el Diálogo y la Reconciliación Nacional. Muy pocos días duró el engaño. Para Chávez entonces, como ahora para Maduro, era inaceptable abordar los temas políticos e institucionales que habían provocado la manifestación de protesta de centenares de miles de personas que exigían su renuncia y sencillamente se negó, incluso, a aprobar la conformación de una Comisión de la Verdad independiente que determinará quiénes habían sido los autores intelectuales y materiales de la masacre de 19 ciudadanos indefensos, a menos de 100 metros del palacio presidencial.

 

   A pesar de este rotundo fracaso, al año siguiente, pero en esta ocasión con el auspicio institucional de César Gaviria, secretario general de la OEA, y del Centro Carter, volvió a intentarse el ensayo, esta vez con cierto éxito, porque los negociadores del gobierno y la oposición en el marco de lo que se llamó Mesa de Negociación y Acuerdos concluyó con un documento desde todo punto de vista insubstancial, pero que le sirvió a Chávez para desarticular las tensiones que aún lo amenazaban. Por otra parte, aquellos encuentros gobierno-oposición, controlados por Chávez, sirvieron para que Chávez aceptara medirse en las urnas de un referéndum revocatorio de su mandato presidencial, un episodio que más allá de su manipulación relegitimó su Presidencia y la consolidó hasta el día de su muerte.

 

   La muy cuestionada elección de Maduro en abril de 2013 y la insuficiencia de su gobierno para gestionar la herencia envenenada que Chávez le había entregado al designarlo como su sucesor semanas antes de su muerte, provocaron, desde febrero hasta mayo de 2014, la movilización en las calles de todo el país de un sector de la oposición en apoyo a las manifestaciones de protesta estudiantiles que habían estallado en la Universidad de los Andes y que rápidamente se propagaron por toda Venezuela. Los movimientos políticos dirigidos por Leopoldo López, Antonio Ledezma y María Corina Machado le imprimieron a las protestas un contenido político muy concreto, la salida de Maduro de la Presidencia de la República, y el régimen desencadenó una ola represiva que produjo la muerte de 43 venezolanos de ambos sexos, centenares de heridos y miles de presos, entre ellos López y Ledezma, que aún permanecen encarcelados y prácticamente incomunicados, y la inhabilitación política de Machado.

 

   Ante la gravedad de aquella situación, Maduro invitó a reunirse con él al sector de la oposición que no había respaldado las acciones de calle. Al acudir sus dirigentes a la convocatoria presidencial, las manifestaciones perdieron su impulso inicial y tan pronto como el gobierno consideró que ya tenía la situación bajo control, Maduro canceló la opción del diálogo. Y tal como había hecho Chávez, con el respaldo inocente o cómplice de una parte de la oposición, logró su objetivo táctico de recurrir al diálogo para ganar un tiempo precioso y apuntalarse en el poder.

 

   Mucha agua y mucha sangre ha corrido a lo largo de estos años, y la oposición, que tras su aplastante triunfo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre se siente suficientemente fuerte como para enfrentar al régimen de tú a tú, no parece que vaya a caer nuevamente en la trampa. Al menos, eso fue lo que le hicieron saber a Rodríguez Zapatero en la reunión que sostuvieron en la Asamblea Nacional con el socialista español la semana pasada. La oposición, que hoy por hoy se agrupa en torno a la Mesa de la Unidad Democrática, la alianza electoral de los partidos de oposición que al fin logró imponerse en las urnas electorales, ha declarado estar dispuesta a dialogar con el gobierno, pero con condiciones no transables, las dos primeras de las cuales son fijar una fecha exacta para el referéndum revocatorio del mandato presidencial de Maduro y la libertad inmediata de todos los presos, el regreso de los exiliados y el acoso sistemático a los disidentes y la prensa independiente.

 

   Por su parte, Maduro reitera a diario que de ningún modo está dispuesto a aceptar la celebración de un referéndum revocatorio, consagrado en el artículo 72 de la Constitución pero descalificado por él como maniobra golpista del imperialismo y de la apátrida burguesía nacional. Peor aún, pues tras la última manifestación de la oposición el régimen ha decidido perseguir judicialmente a las dos principales figuras de la oposición, el ex candidato presidencial y gobernador del estado Miranda, Henrique Capriles, y el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, a quienes acusa, igual que se hizo hace dos años con López, Ledezma y Machado, de utilizar la solicitud del referéndum para promover la violencia en las calles y derrocar al gobierno. Mientras tanto, la confrontación se agudiza en las calles, en los discursos diarios de Maduro y en los debates de la Asamblea Nacional, los rumores y la inquietud de los venezolanos y de la comunidad internacional crecen sin cesar, acentúan la incertidumbre de todos y hacen temer lo peor, que en Venezuela, colocada entre la espada de la crisis, del estallido social y de un golpe militar, y la pared del inmovilismo oficial, se desliza hacia lo que en cualquier instante puede suceder.    

 

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