Elecciones EEUU: California Dreamin’
I
Si Estados Unidos fuera una monarquía, California sería la joya de la corona. Un país dentro de un país, tercero en extensión luego de Alaska y Texas, pero el primero en población, con casi 40 millones de habitantes. Además, cuenta con las segunda y quinta áreas más pobladas de la nación, el Gran Los Ángeles y el Área de la Bahía de San Francisco, así como ocho de las ciudades más populosas: Los Ángeles, San Diego, San José, San Francisco, Fresno, Sacramento, Long Beach y Oakland. Sacramento es la capital del Estado.
Y la presencia latina es sencillamente inmensa, creciendo día a día.
Si California fuera un país, estaría entre los diez primeros del mundo en cuanto a capacidad económica.
Pero quizá su influencia se hace más clara si mencionamos los muy californianos desarrollos de la industria del entretenimiento (Hollywood), turismo (todo el estado), biotecnología, desarrollo digital (Silicon Valley), agrícola (zonas vinícolas como Napa Valley, y diversidad agrícola en el Valle Central), universitaria (Stanford, Universidad de California –en Berkeley, Davis, Irvine, etc.-, o el Instituto Tecnológico de California, entre muchas instituciones educativas de primer nivel). Y para los miembros de mi generación, California es La Meca de la revolución musical gringa de los sesenta. Oigamos, entonces una de las canciones icono de esa era que revolucionó la música y la cultura mundiales : «California Dreamin'» (The Mamas and the Papas):
Sin embargo, tradicionalmente en las elecciones primarias partidistas California nunca es protagonista (aunque, por ejemplo, en el caso de los demócratas otorga 475 delegados a la convención nacional); siempre ocupa en el escenario papeles secundarios, porque la primaria se realiza algo tarde en el calendario, cuando en ambos partidos alguien ya ha probablemente asegurado la candidatura. Es el caso este año con el partido republicano, en donde Donald Trump hace días que alcanzó un número mayoritario de delegados para la convención; todos sus rivales se retiraron, y la nomenclatura y liderazgo partidista –bueno, de alguna manera hay que llamarlos- ha ido, uno tras otro, poniéndose de rodillas a recibir la bendición del empresario. Las excepciones son honrosas, pero muy pocas.
No es ése el caso este año del partido demócrata, porque si bien ya los medios habían afirmado antes del último Súper Martes (celebrado este 7 de junio) que Hillary Clinton tenía la mayoría de delegados necesarios para ganar la convención, era vital su triunfo en la primaria californiana, y en algunas de las otras que se celebraban esa noche, para de una vez darle punto final a la candidatura de Bernie Sanders y sus amenazas de ir a la convención y armar un lío allí, ya que la información de los medios incluía en el total a los muy debatidos y criticados delegados directos, que con gran ventaja han favorecido desde los inicios de la contienda a Clinton sobre Sanders.
El triunfo de California además fortalecería mediáticamente a Clinton, quien luce muy debilitada porque las encuestas afirman que no se ha ganado la confianza de muchos electores. Los problemas con su paso por la Secretaría de Estado (la cuenta de correo electrónico privada, por ejemplo), no dejan de crearle una mala impresión que ella no ha podido o no ha sabido contrarrestar.
A nivel de elección presidencial la historia ha sido muy diferente. California es un protagonista fundamental, y es considerado, con sus muy poderosos 55 delegados al Colegio Electoral, un triunfo seguro para los demócratas -al momento de escribir estas líneas, diez encuestadoras dan por unanimidad el triunfo de Hillary Clinton sobre Donald Trump en el estado-.
En las últimas seis elecciones presidenciales la victoria en California ha sido para el candidato demócrata. En las dos más recientes, Barack Obama obtuvo un 61% de los votos en 2008, y 60.2% en 2012.
II
Hillary Clinton ha hecho ya historia: se ha convertido en la primera mujer en ser la candidata a la presidencia de su país por uno de los dos grandes partidos. Ya esa organización, la Demócrata, había escogido la primera candidata a la vicepresidencia (Geraldine Ferraro, en 1984, en ticket con Walter Mondale, candidato a la presidencia que recibiera una verdadera paliza de parte de un Ronald Reagan que logró una cómoda reelección).
El martes 7 en la noche, en un acto de masas en Brooklyn, Nueva York, Clinton dio uno de sus mejores discursos de la campaña. Le tendió la mano a Sanders, pidiéndole que hiciera el gesto de unir al partido y concentrarse en el enemigo común, el candidato republicano. Previamente, se pudo ver un excelente anuncio publicitario, centrado en el tortuoso y difícil camino que ha tenido la mujer norteamericana para lograr el reconocimiento y el respeto por sus derechos civiles, entre ellos el del voto. Pero, además, es un mensaje que busca consolidar la coalición que le dio el triunfo a Obama en 2008 y 2012: Mujeres, jóvenes, afroamericanos, latinos y asiáticos (grupos reiteradamente atacados por Trump en estos meses de primarias).
Veamos el video: «History Made – Let’s keep making history»
Como decíamos, para lograr la mayoría en el total de delegados Hillary Clinton (a diferencia de Sanders, a la espera de un milagro) no necesitaba la totalidad de los votos de California, o de New Jersey, ni de ninguno de los otros estados que tenían primarias en este último Súper Martes. Pero sus resultados esa noche fueron sencillamente excelentes: ganó en New Mexico, New Jersey, South Dakota; sobre todo, ganó con contundencia en California. ¿Lo más importante? más allá de la inmensa ventaja en delegados directos, la antigua primera dama logró alcanzar la mayoría definitiva de delegados electos en las primarias y caucus. Sanders no puede seguir usando la excusa de los delegados directos para continuar dando batalla a Clinton.
Horas antes, la dirigente de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, al públicamente apoyar a Clinton, le insinuó que considere la posibilidad de nominar a una mujer para la vicepresidencia, por ejemplo la senadora de Massachusetts, Elizabeth Warren, una de las figuras indiscutibles del ala izquierda del partido.
Elizabeth Warren
Pero fue también significativo el llamado que Pelosi le hizo a Sanders y sus seguidores de ‘cobijar su mensaje bajo la tienda partidista”, dándole la bienvenida a su participación política e intelectual, a la gallarda lucha por el avance de sus valores compartidos en buena medida por todos los demócratas sobre cómo deben ser los siguientes avances del sueño norteamericano, el “American Dream”.
III
No se puede dudar que el papel de Sanders en esta campaña ha sido de valía. Ha presentado temas que nadie se había atrevido a plantear, ha despertado e ilusionado a millones de ciudadanos, en especial jóvenes. Todo ello se resume en la valentía y arrojo que demostró al enfrentarse sin vacilaciones a esa aborrecible bestia negra de la sociedad del siglo XXI: lo políticamente correcto.
Incluso podría pensarse que merecería llegar con su lucha hasta la convención, pero las matemáticas son las matemáticas. Sanders no va a ser el candidato nominado. Y seguir insistiendo en confrontar a Clinton solo beneficiará, a partir del reciente 7 de junio, a Donald Trump.
La única persona que queda en el camino de Trump para conseguir la presidencia se llama Hillary Clinton, guste o no guste a los millones de votantes que se sintieron atraídos por Sanders. Aquí se impone entonces una decidida dosis de realismo y pragmatismo.
Algo de lo que carecieron las palabras de Sanders en la madrugada del miércoles 8. Prometió “continuar la lucha”, e incluso llegar hasta la convención del partido en Filadelfia. O sea lo contrario de lo que la situación amerita (sobre todo cuando un 25% de sus seguidores afirma que no votará por Clinton.) Un eterno problema del idealismo izquierdista, enamorado perenne de las “victorias morales”.
Señores de la izquierda demócrata: hay vida después de Bernie. Hay futuro en el partido, y pueden seguir creciendo, sin duda alguna. Entre otras razones, porque en el ala moderada no se asoma ningún heredero de Hillary. Con la “revolución política” encabezada por Bernie Sanders se intentó cambiar la historia; pero ésta última casi siempre exige dosis de paciencia, constancia y realismo.
Nadie les está diciendo que acepten la victoria de Clinton y se vayan a su casa. Al contrario. Incluso, su actuación en la convención puede ser de una importancia extraordinaria. Que toda la nación vea a los demócratas unidos, y listos a enfrentar a Trump, es vital. Pero pueden incluso conquistar otros logros.
Tener, por ejemplo, a Elizabeth Warren como candidata a la vicepresidencia, si se concretara, es un triunfo impensable hasta hace poco. Poder colocar temas fundamentales de la izquierda en la plataforma oficial partidista también. De lo que se trata es de construir sobre lo logrado, no jugar al maximalismo, al «todo o nada».
Reconocer la victoria de Clinton puede convertirse en un acto cortés e irreprochable; pero es, sobre todo, ineludible.
En un esfuerzo por unir a las corrientes partidistas, el presidente Barack Obama se reunió en la Casa Blanca con Sanders; inmediatamente declaró que le daba su apoyo a Hillary Clinton; pocas horas después hizo lo mismo Elizabeth Warren.
Veamos a Obama:
Bernie Sanders debe asumir que él es parte de un movimiento, que «él no es el movimiento.» Y que las campañas y las candidaturas finalizan, pero los movimientos no, si realmente se encarnan en ideas y valores, y no en caudillos.
No son tiempos para distraer, sino para concentrar esfuerzos, diseñar estrategias y preparar tácticas a la altura de lo que se debe enfrentar: un enemigo altamente peligroso y dañino.
El partido demócrata le dio a los Estados Unidos su primer presidente negro. ¿Le dará asimismo la primera mujer presidente? En buena medida, responder esa pregunta será una de las narrativas más importantes desde hoy hasta el martes 8 de noviembre, la ocasión número 58 en que el pueblo norteamericano se congregará para elegir a su líder nacional por los siguientes 4 años.