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David Brooks: La ilusión de unidad

trump-gopPaul Ryan afirma que es hora de que los republicanos se unan con el presunto candidato Donald Trump. Claro, Trump dice a menudo cosas racistas y no está de acuerdo con la mayor parte de nuestras propuestas, pero los republicanos tienen que entrar en esta campaña como un equipo. Tiene que haber una mayoría republicana en el Congreso que sea el contrapeso de un Trump presidente o que bloquee los excesos de Clinton. Si los republicanos están divididos desde ahora hasta el día de las elecciones van a perderlo todo.

La unidad también será buena para la agenda conservadora. Los republicanos del Congreso están actualmente trazando una serie de propuestas en materia de políticas públicas. Si abrazan a Trump, tal vez él tome en cuenta algunas de ellas. O, como señaló un editorial del Wall Street Journal de esta semana: «No hay garantía de que Trump esté de acuerdo con la agenda del señor Ryan, pero no hay ninguna posibilidad de ello si el señor Ryan se niega públicamente a votar por él».

Estos argumentos son aceptables. Por desgracia, son filosóficamente poco sólidos, así como completamente inviables.

Para empezar, esa línea de pensamiento es profundamente anti-conservadora. Los conservadores creemos que la política es una actividad limitada. La cultura, la psicología y la moral son prioritarias. Lo que ocurre en la familia, la vecindad, el templo y el corazón es más fundamental e importante que lo que ocurre en una legislatura.

El argumento de Ryan lo invierte todo. Le da preferencia a las posiciones políticas sobre el carácter y la moral. Por supuesto, Trump es un sinvergüenza, pero podría estar de acuerdo con nuestra propuesta impositiva. Claro, él es un racista, pero quizá le gustaría nuestra propuesta sobre el presupuesto de defensa. Los acuerdos en asuntos de políticas públicas pueden disimular el abismo moral. Nadie que se considere un conservador puede estar de acuerdo con esta jerarquía de valores.

La creencia conservadora clásica, por el contrario, afirma que el carácter es el destino. El temperamento es fundamental. Cada candidato tiene que cruzar un umbral básico de fiabilidad como ser humano antes de que sea siquiera relevante juzgar su agenda política. Trump no cruza ese umbral.

En segundo lugar, el asunto no va a funcionar. El Partido Republicano no puede unificarse en torno a Donald Trump por la misma razón de que no se puede unificar en torno a un tornado. Trump, por su propia esencia, socava la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad, la estabilidad o cualquier otro componente de la unidad. Él es un operador solitario, una diva desleal, que es incapaz de relaciones horizontales. Él ha degradado y humillado a todos los que han tratado de ser sus amigos, de Chris Christie a Paul Ryan.

Algunos conservadores creen que pueden educar, convertir o civilizar a Trump. Esta creencia es tanto una señal de arrogancia intelectual como de ingenuidad psicológica.

El hombre que los acaba de aplastar no está de humor para someterse a ellos. Por otra parte, la personalidad de Trump es patológica. Es impulsado por compulsiones internas profundas que desafían los consejos de amigos, el interés político y el sentido común.

Es útil volver a leer los perfiles de Trump en Vanity Fair y en otros medios a partir de los años 1980 y 1990. Siempre se ha comportado exactamente como lo hace ahora: el flujo constante de insultos, la jactancia sin fin, la crueldad ocasional, la necesidad de destruir aliados y acaparar la atención.»Donald era el niño que arrojaría el pastel en las fiestas de cumpleaños,» ha afirmado su hermano Robert.

No se supone que los psicólogos diagnostiquen candidatos a distancia, pero hay una muy bien estructurada literatura sobre el narcisismo que sigue la pista a lo que hemos visto de Trump. Según alguna de las teorías el narcisismo se deriva de un trastorno del desarrollo denominado alexitimia, la incapacidad para identificar y describir las emociones propias. Quienes la sufren no tienen voz interior para comprender sus sentimientos y reflexionar honestamente sobre sus actos.

Incapaces de conocerse a sí mismos, o en verdad amarse a sí mismos, tienen hambre de un suministro interminable de admiración ajena. Actúan en todo momento como si estuvieran actuando frente a una multitud y no descansan hasta que son el foco principal de atención.

Para tomar decisiones, estos narcisistas crean un conjunto rígido de normas externas, a menudo basadas en la admiración y el desprecio. Sus criterios de valoración se basan en divisiones  simples – ganadores y perdedores, victoria o humillación. Ellos se preocupan por el lujo, la apariencia o cualquier cosa que sea señal de riqueza, belleza, poder y éxito. Toman los valores cristianos, judíos y musulmanes – basados en la humildad, la caridad y el amor – y los invierten.

Incapaces de entenderse a sí mismos, también lo son para sentir empatía hacia los demás. Ellos simplemente no saben lo que se siente al ponerse en los zapatos del otro. Las otras personas son simplemente objetos, proveedores de admiración o víctimas que son aplastadas como parte de una muestra de dominio.

Por lo tanto, estos narcisistas salen todos los días en busca de enemigos a insultar y amigos para degradar. Por ejemplo, ha sido reportado que Trump exige a los miembros de su equipo de campaña que se enfrenten entre sí. Cada persona es elogiada un día y menospreciada otro – siempre son mantenidos en vilo, esperando que el Rey Sol decida su valor temporal.

Paul Ryan y los republicanos pueden intentar ser fieles a Trump, pero él no lo será con ellos. En realidad no hay alternativa. Los republicanos del Congreso tienen que realizar su propia campaña por separado. Porque Donald Trump no comparte.

Traducción: Marcos Villasmil


ORIGINAL EN INGLÉS:

The New York Times – David Brooks

The Unity Illusion

Paul Ryan says it’s time for Republicans to unite with the presumptive nominee Donald Trump. Sure, Trump says racist things sometimes and disagrees with most of our proposals, but Republicans have to go into this campaign as a team. There has to be a Republican majority in Congress to give ballast to a Trump presidency or block the excesses of a Clinton one. If Republicans are divided from now until Election Day they will lose everything.

Unity will also be good for the conservative agenda. Congressional Republicans are currently laying out a series of policy proposals. If they hug Trump, maybe he’ll embrace some of them. Or, as a Wall Street Journal editorial put it this week: “There’s no guarantee Mr. Trump would agree to Mr. Ryan’s agenda, but there’s no chance if Mr. Ryan publicly refuses to vote for him.”

These are decent arguments. Unfortunately, they are philosophically unsound and completely unworkable.

For starters, this line of thinking is deeply anticonservative. Conservatives believe that politics is a limited activity. Culture, psychology and morality come first. What happens in the family, neighborhood, house of worship and the heart is more fundamental and important than what happens in a legislature.

Ryan’s argument inverts all this. It puts political positions first and character and morality second. Sure Trump’s a scoundrel, but he might agree with our tax proposal. Sure, he is a racist, but he might like our position on the defense budget. Policy agreement can paper over a moral chasm. Nobody calling themselves a conservative can agree to this hierarchy of values.

The classic conservative belief, by contrast, is that character is destiny. Temperament is foundational. Each candidate has to cross some basic threshold of dependability as a human being before it’s even relevant to judge his or her policy agenda. Trump doesn’t cross that threshold.

Second, it just won’t work. The Republican Party can’t unify around Donald Trump for the same reason it can’t unify around a tornado. Trump, by his very essence, undermines cooperation, reciprocity, solidarity, stability or any other component of unity. He is a lone operator, a disloyal diva, who is incapable of horizontal relationships. He has demeaned and humiliated everybody who has tried to be his friend, from Chris Christie to Paul Ryan.

Some conservatives believe they can educate, convert or civilize Trump. This belief is a sign both of intellectual arrogance and psychological naïveté.

The man who just crushed them is in no mood to submit to them. Furthermore, Trump’s personality is pathological. It is driven by deep inner compulsions that defy friendly advice, political interest and common sense.

It’s useful to go back and read the Trump profiles in Vanity Fair and other places from the 1980s and 1990s. He has always behaved exactly as he does now: the constant flow of insults, the endless bragging, the casual cruelty, the need to destroy allies and hog the spotlight. “Donald was the child who would throw the cake at the birthday parties,” his brother Robert once said.

Psychologists are not supposed to diagnose candidates from afar, but there is a well-developed literature on narcissism that tracks with what we have seen of Trump. By one theory narcissism flows from a developmental disorder called alexithymia, the inability to identify and describe emotions in the self. Sufferers have no inner voice to understand their own feelings and reflect honestly on their own actions.

Unable to know themselves, or truly love themselves, they hunger for a never-ending supply of admiration from outside. They act at all times like they are performing before a crowd and cannot rest unless they are in the spotlight.

To make decisions, these narcissists create a rigid set of external standards, often based around admiration and contempt. Their valuing criteria are based on simple division — winners and losers, victory or humiliation. They are preoccupied with luxury, appearance or anything that signals wealth, beauty, power and success. They take Christian, Jewish and Muslim values — based on humility, charity and love — and they invert them.

Incapable of understanding themselves, they are also incapable of having empathy for others. They simply don’t know what it feels like to put themselves in another’s shoes. Other people are simply to be put to use as suppliers of admiration or as victims to be crushed as part of some dominance display.

Therefore, they go out daily in search of enemies to insult and friends to degrade. Trump, for example, reportedly sets members of his campaign staff off against each other. Each person is up one day and belittled another — always kept perpetually on edge, waiting for the Sun King to decide the person’s temporary worth.

Paul Ryan and the Republicans can try to be loyal to Trump, but he won’t be loyal to them. There’s really no choice. Congressional Republicans have to run their own separate campaign. Donald Trump does not share.

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