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Tolstoi, Dostoievski y las redes sociales

43861_tolstoi_y_dostoievskiEn su espléndido ensayo sobre Tolstoi y Dostoievski, George Steiner hace unas lúcidas consideraciones sobre el lenguaje como fuerza que mueve la historia, los sentimientos y la cultura de los pueblos.

Estamos completamente rodeados hoy de un nuevo analfabetismo, el analfabetismo de los que pueden leer palabras ásperas y palabras de odio y de relumbrón, pero que son incapaces de comprender el sentido del lenguaje en función de su belleza o verdad. Se habla mucho, demasiado, sin saber exactamente el sentido de las palabras.

La argumentación sufre en estos tiempos precipitados, de pensamiento rápido, de mensajes cortos y de propaganda camuflada en slogans que pretenden ser verdades reveladas. Los intercambios de mensajes en las redes sociales tienen muchas ventajas pero carecen de argumentación. Se expone una idea y te responden contra.

En este sentido la comunicación se ha empobrecido porque se ha perdido la capacidad de razonar y de relacionar con criterios mínimamente comprensibles. Se habla demasiado y se escucha muy poco. Ni siquiera se oye el argumento del adversario. Se le descalifica o se le sitúa en una posición en la que no se encuentra.

Tolstoi y Dostoievski eran radicalmente distintos, pero muy grandes y con capacidad de entender las razones del otro. Tolstoi, escribe Steiner, es el primer heredero de las tradiciones de la épica. Dostoievski, uno de los más importantes temperamentos dramáticos después de Shakespeare. Tolstoi, la mente embriagada de razón y de hechos. Dostoievski, el que despreciaba el racionalismo, el gran amante de la paradoja. Tolstoi, el poeta de la tierra de la escena rural y del tono pastoril. Dostoievski, el archiciudadano, el maestro constructor de la moderna metrópoli en la provincia del lenguaje. Tolstoi, sediento de verdad, en cuya excesiva búsqueda se destruía a sí mismo y a los que le rodeaban.

No me imagino a estos dos gigantes de la literatura universal en el ámbito de las redes sociales. Se habrían cansado de la frivolidad y de la poca sustancia en que, con frecuencia, se utiliza la palabra como si fuera un estropajo para humillar al que piensa distintamente.

O recuperamos el sentido de las palabras, la racionalidad y la argumentación, la paradoja y la ironía, o vamos a perderlo todo. Lástima. Los arquitectos del lenguaje, sin embargo, tienen las de ganar porque el sentido de las palabras no puede ser equívoco.

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