La familia Diego de Cuba
Eliseo Diego en el estudio de su casa del Vedado, rodeado de su familia. Enero, 1970 (foto: Liborio Noval)
Llama la atención que, en medio de la pobreza de Centro Habana, transitan o se estacionan aparatosas camionetas o lujosos automóviles. “Son los nuevos ricos, aquí hay una franja de empresarios cubanos o gente con influencias que gana mucho dinero, pero la gran mayoría vivimos con muchas limitaciones. La gente viene a ver los cambios, pero nosotros no los vemos”, comenta Eneida, la despachadora de guarapo ante la mirada atenta del hombre que pasa la caña de azúcar por el trapiche y las voces de los clientes en fila. Los de fuera pagamos en CUC (moneda de cambio más o menos a la par del euro), los cubanos en pesos. De un Volvo bastante nuevo, botella termo en la mano, desciende un personaje con ropa de marca y cadena color oro al cuello. Pregunta quién es el último de la cola y pide disculpas por algo que me parece nadie entiende, pero va directamente con Eneida, quien le llena el recipiente con una sonrisa boba. Ni una sola protesta ante la desfachatez del tipo que regresa a repetir la dosis sin formarse.
El barrio del Vedado es otra cosa, con sus casas de clase media, sus anchas calles, sus bulevares y la exuberante vegetación que se amalgama a una agradable arquitectura moderna con aires cosmopolitas. Josefina de Diego, hija de Eliseo Diego y hermana de Constante de Diego o Rapi Diego, y melliza de Eliseo Alberto de Diego o Lichi Diego, me espera ya en la puerta principal del edificio donde vivieron sus padres los últimos años. “Su biblioteca está como la dejó”, me dice apenas cruzamos la puerta del departamento que nos conduce de inmediato a ese espacio en la planta baja con ventanas hacia la calle, por donde se deja sentir de manera intermitente el ruido de los autos, buses y camiones que pasan por allí. No obstante, domina una atmósfera apacible. Josefina me invita a fisgonear mientras prepara un té. Domina la escena una caricatura de Eliseo Diego –hecha por su hijo–, vestido de pirata, con parche al ojo y pipa humeante, sobre la cubierta de un viejo barco de madera. “Mi padre decía que Rapi, cuyo nombre era Constante, por mi abuelo, venido de Asturias, era la contradicción de su nombre. No estudió ninguna carrera. Pero mira lo que son las cosas, fue un gran dibujante autodidacta, como mi abuelo, que teniendo una educación muy básica llegó a escribir poesía y una novela, Gesto de hidalgo, pues amaba los libros”, afirma Josefina mientras se sienta con la taza de té junto al cartel que le acaba de enviar de México Isabelle Marmasse, viuda de Rapi, con el anuncio: “Homenaje a los hermanos Diego”.
Josefina estudió dos años de literatura inglesa y se tituló como economista, fue militante del Partido Comunista Cubano y hoy traduce obras literarias del inglés y dicta conferencias sobre su familia, en la cual se incluyen figuras notables de la intelectualidad cubana, como su tía Fina García Marruz –Premio Reina Sofía, Premio García Lorca y Premio Pablo Neruda–, hermana de su madre Bella, y esposa de Cintio Vitier –Premio Juan Rulfo 2002-. “Yo me crié en una familia de músicos, de escritores –abunda Josefina, también conocida por sus amigos y su familia como Fefé–. Vivíamos en una quinta retirada de la ciudad, en Arroyo Naranjo, a donde iban los amigos de mis padres. Recuerdo la presencia de Lezama Lima, del padre Gastélum. Puede pensarse que eran tertulias muy intelectuales, pesadas, pero en realidad eran reuniones muy divertidas en las que se contaban chistes, historias, se hablaba un poco de todo, se bebía cerveza, se comía y se escuchaba música. Mi abuela, la madre de Fina y Bella, era pianista, mi madre también, y mis primos hermanos, hijos de Cintio y Fina son compositores, uno toca el piano y otro la guitarra.”
Recuerda que Lichi, narrador y guionista, compartió con Rapi, artista gráfico y guionista, su afición por el cine y trabajaron juntos en varias películas. Ambos se trasladaron a México en los años noventa, invitados por García Márquez para colaborar con él en el cine. Eliseo Diego falleció en México, en marzo de 1994, luego de recibir el Premio Juan Rulfo en diciembre de 1993. Sus hijos murieron también en Ciudad de México. Rapi, en enero de 2006, y Eliseo Alberto, Lichi, en julio de 2011.
–¿Qué representa para ti ser parte de una familia de intelectuales católicos fervientes en una sociedad y en una revolución como las de Cuba?
–Tuve una formación católica de niña, pero en la adolescencia tomé distancia de esa educación, digamos de la práctica religiosa. Pero mis padres y mis tíos sí mantuvieron una fidelidad a su fe cristiana, en momentos en que el Estado declaró una revolución socialista y atea. Pienso que son excesos de estos movimientos sociales y políticos, pues nada tiene que ver un cambio de las relaciones entre los hombres y los medios de producción con sus creencias religiosas. Pero esto fue así. Recuerdo una charla entre papá y un amigo, un comunista de la vieja guardia, muy culto y exquisito, que concluyó la discusión entre risas diciéndole, mire Eliseo, las diferencias entre usted y yo, socialmente hablando, no son del más acá, sino del más allá.
–Cuando ocurrió el secuestro de una lancha y concluyó con el fusilamiento de los chicos que lo hicieron para huir de la isla, Cintio Vitier me dijo que al régimen cubano se le enjuiciaría en la historia por sus errores, pero no por horrores cometidos. ¿Qué opinas?
–Tengo divergencias con mi tío. Y particularmente en ese caso, porque esos muchachos no debieron ser fusilados. Ellos raptaron una lancha, pero no hirieron a nadie, no mataron a nadie y finalmente se entregaron. Les hicieron un juicio sumarísimo y en 15 días los fusilaron. Fue un exceso grave. Era 2003, muy cerca de la Cuaresma. Lo discutí con mis tíos y para ellos fue una carga moral. Se lo explicaron así, como un error y no como un horror. Creo que ellos, mis tíos, se lo argumentaron así desde el fondo de su corazón, pero les pesó mucho, también por el significado cristiano de esas fechas.
–Tu hermano no tuvo esa misma consideración, quizás porque ya vivía fuera de la isla o porque en realidad se planteaba ya una actitud más crítica y frontal ante el régimen, sobre todo con la aparición de Informe contra mí mismo, en 1997, que estaba escrito ya desde 1978.
–Ese libro es aún, en estos momentos, un tema muy conflictivo y difícil. Fue un libro que circuló de mano en mano, reproducido en máquina o en computadoras. Todavía hay taxistas, por ejemplo, que me lo comentan cuando descubren quién soy. Es una publicación que dice muchas verdades incómodas. Amigos míos han llorado y han confesado que es una obra que les duele, que les hace daño porque desnuda la realidad desde una perspectiva que no deja de reconocer el lado amable del sistema, que lo tiene, pero exhibe también sus errores y sus horrores. Es un libro que habla desde el desencanto, desde la tristeza. Sólo cuando se quiere mucho se pueden escribir esas cosas. Mi hermano sufrió cada línea de ese libro. Lo sé porque me unió a él una complicidad de jimagua, de cuates o gemelos dicen en México. Un periodista le preguntó un día, queriendo una respuesta definitiva: Eliseo, en resumen ¿usted está a favor o en contra?, y mi hermano respondió, yo estoy a favor del derecho de estar en contra. Y sí, sé que también camino por la cuerda floja, porque suscribo línea por línea ese libro.
–¿Cómo fue tratada la familia Diego después de esa publicación?
–A él le retiraron su estatus migratorio y le notificaron que para entrar a Cuba debía pedir visa, como cualquier extranjero. Dejó de venir algunos años. No obstante, luego de un accidente grave de mi madre, que ya padecía demencia senil, él pudo viajar cuantas veces quiso, con algunas restricciones, desde luego, pero nunca le negaron el ingreso al país. Mi hermano estaba consciente de las consecuencias de ese libro, no solamente entre los cubanos, sino en otros medios hispanoamericanos, pero tenía la obligación ética de expresar lo que pensaba de nuestra realidad.
–¿Hubo alguna reacción oficial ante ese libro que perjudicara la imagen de tu padre o de tus tíos? Deduzco que Informe contra mí mismo estaba, si no prohibido, si limitada su circulación en la isla.
–Por suerte no, ninguna. Cuando hubo problemas del gobierno cubano con la Iglesia católica, mi padre y mis tíos fueron respetuosos de esa relación, pero nunca renunciaron a manifestarse como creyentes y como practicantes. Tampoco sufrieron represalias por ello. El libro apareció cuando mi padre ya había muerto, pero él sabía de la existencia de dicha obra. Luego del escándalo editorial, algunas personas me esquivaban en la calle, pero nunca sufrí hostilidades por la parte oficial.
–¿Cómo fue la relación de ustedes, hijos, con una figura tan notable como la de tu padre y la de tus tíos, miembros principales del grupo Orígenes?
Mi padre era una personalidad muy importante en el ámbito cultural cubano, pero al mismo tiempo era una buena persona, un hombre cálido. Mis tíos también. Ellos son las personas más nobles, más bondadosas, más justas, más auténticas y coherentes que he conocido. Papá era en verdad muy bueno, muy divertido, jugaba mucho con nosotros. Rapi le hacía muchas caricaturas irreverentes y él se moría de la risa, como ésa donde aparece de pirata, la que se usó en la FIL de Guadalajara cuando recibió el Premio Juan Rulfo. Mis padres eran sumamente delicados, muy respetuosos de lo que nosotros éramos, pensábamos, decidíamos. Papá era muy bromista y creo que el teatro y el cine perdieron a un gran actor. Aún recuerdo cuando lo venían a ver algunos jóvenes mexicanos, como Dieguito García Elío, se escuchaban las carcajadas en toda la casa. Al mismo tiempo era un hombre melancólico que se refugiaba en su religión. Lichi heredó ese temperamento, iba de la alegría a la depresión con cierta facilidad.
–¿Estás decidida a convertirte en la cronista de la familia Diego?
–Sí, he preparado ya dos conferencias con fotografías e imágenes diversas para hablar de mi familia. He logrado, por ejemplo, que se incluya a mi madre y a mi abuelita en la tercera edición de Mujeres músicas cubanas; ellas no habían figurado por razones desconocidas, pero merecían estar allí.
–Y el futuro, ¿cómo lo ves?
–La situación en nuestro país es difícil de pronosticar y de imaginar. La apertura con Estados Unidos puede provocar mejoras económicas, pero no las vemos aún ni las veremos pronto. No obstante, en el plano de la cultura, de los valores, ahora que el mundo está tan deteriorado en esas esferas, tenemos fuertes raíces, principios que harán sobrevivir lo mejor del pueblo cubano, su solidaridad, su noción y respeto del otro, su herencia musical, literaria. No podemos negar que haya robos, crímenes, incluso corrupción, que se denuncia hasta en la tele, pero esos males sociales son insignificantes comparados con el nivel de inseguridad, de violencia, de miedo, de tragedias que se viven en países vecinos, como sucede desafortunadamente en México.