El cielo de los perros
Hace poco, el día de Acción de Gracias, el párroco de la iglesia Mater Amabilis de Turín, Ruggero Marini, dio una misa especial a la que convidó no solamente a sus parroquianos sino a todos los animales que quisieran llevar, para bendecirlos. Pues bien, el día señalado sus fieles se presentaron en el templo con más de doscientas bestias: los niños llevaban frascos con pececitos de colores o jaulas con hámsters; otros más llegaron con pollitos y gallinas; enigmáticas señoras aparecieron con gatos ronroneantes; otras más tiernas se abrazaban a sus perritos falderos; hubo hombres y mujeres a caballo, que prefirieron aguardar la bendición en el atrio (porque no es fácil adiestrar a los equinos en el control de esfínteres).
Uno por uno, el cura párroco bendijo los animales. En el sermón sentenció: “Hoy nuestra parroquia es una pequeña arca de Noé, todas estas son criaturas de Nuestro Señor: también los animales van al Paraíso.” Así, entre maullidos, relinchos y ladridos -los peces tienen la virtud del silencio-, la misa terminó. La piensan repetir el año entrante.
No había pasado una semana de esta animada misa de animales cuando el Papa Francisco pareció retomar la misma idea. Buscando con lupa en los Evangelios, encontró una cita en la carta de San Pablo a los Colosenses: “todo ha sido creado por la mente y el corazón de Dios y por tanto todo será partícipe de su gloria final”. Y añadió el Papa: “el Paraíso está abierto a todas las criaturas”. Es decir que lo que ha creado Dios (y todo lo existente ha sido creado en la mente de Dios), seguirá para siempre. El Papa alemán, no lo creía así. Para Benedicto las criaturas diferentes a los humanos “no están llamadas a la eternidad”, es decir que a su muerte se mueren para siempre. Es fácil estar de acuerdo con el papa anterior cuando uno piensa en las serpientes venenosas, los mosquitos o el virus del Ébola. Pero si piensa en el perro que se nos murió ayer, es más consolador el concepto del papa argentino: un más allá con bestias resucitadas.
Aunque la palabra animal venga de “ánima”, alma, la doctrina católica en general no ha sido tierna con los animales. Hasta ahora, si tenían alma, esta no era eterna, sino temporal y terrenal. Según mi Diccionario de teología moral “si nosotros sufrimos por nuestro bien, es justo que el animal sufra por este mismo bien nuestro.” También dice que maltratar a los animales es un pecado “no fácilmente grave”. Mejor dicho, venial.
Pero el papa de la apertura a los gays, a las parejas divorciadas y a las mujeres que tienen hijos sin casarse, tenía que hacerle honor a su nombre, Francisco, el santo que les cantó a todas las criaturas, al sol y la luna, al fuego y al agua, y que habló con los pájaros y amansó al lobo de Gubbio. Según él, también hay cielo para los perros. Bastó esta declaración para que animalistas y zoófilos entraran en éxtasis. Ahora esperan con ansias la epístola de Francisco sobre el medio ambiente y todos los seres vivos. Al fin la Iglesia -parece- va a ampliar el círculo moral de protección también a los animales.
Yo no sé qué pensar. Por un lado, creo que este bípedo implume y mamífero, el animal humano, es tan mortal como las vacas. Creo tanto en nuestra supervivencia después de la muerte como creo en la resurrección de las cucarachas. Pero que evolucione esa Iglesia torera y despiadada con los animales, la iglesia carnívora que siempre cita el Génesis (“dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”) me parece un avance ético en contra de la crueldad. A veces creo que los humanos más civilizados del futuro serán vegetarianos, aunque no tanto porque los animales vayan también al Cielo, sino simplemente porque también sienten y sufren y es muy dudoso el derecho que nos hemos tomado de esclavizarlos y matarlos para comérnoslos. Quizás un día haya un undécimo mandamiento: no matarás animales para comértelos.