Armando Durán / Laberintos: España le dice no al cambio
En las elecciones generales españolas celebradas el pasado domingo, medio mundo se llevó tres sorpresas. La primera, por supuesto, fue el traspié compartido por todas las empresas encuestadoras que, sin excepción, advertían que la alianza de izquierda Unidos Podemos desplazaría al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) del segundo puesto en la preferencia de los electores. Un sorpasso que, de haberse producido, hubiera colocado a ese partido y a Pedro Sánchez, su secretario general, a un paso de la peor de las catástrofes.
La segunda sorpresa ha sido que Podemos, a pesar de concurrir a esta consulta electoral en alianza con los comunistas de Izquierda Unida, perdió, con respecto a los resultados que obtuvo en solitario el 20 de diciembre, un millón menos de votos. Mala suerte que también corrió Ciudadanos, que ahora perdió 400 mil y sólo obtuvo 32 escaños, 10 menos que en la jornada del 20-D. No menor, tercera y notable sorpresa del domingo, fue que el Partido Popular (PP), a pesar de los numerosos escándalos de corrupción que han estremecido a España durante los cuatro años del gobierno de Mariano Rajoy, conquistó un tercio de los votos emitidos y le añadió a los 123 diputados electos el 20-D, 14 nuevos escaños.
Como bien señalaba el pasado lunes Iñaki Gabilondo en su habitual comentario audiovisual para El País de Madrid, uno tiene la impresión de que sencillamente “los españoles decidieron permanecer como estaban, como la estatua de sal de Lot.”
Desde un punto de vista político, la nota más destacable de estos resultados electorales es que el PSOE resistió el acoso de Podemos y sigue siendo el segundo partido más votado, aunque perdió otros 5 escaños para ver reducida su representación en el Congreso a sólo 85 diputados, su peor desempeño electoral desde las elecciones generales de octubre de 1982, cuando los españoles le dieron la espalda a Adolfo Suárez y el PSOE de Felipe González ganó la presidencia del Gobierno con más de 10 millones de votos. Paradójicamente, el malísimo resultado electoral del PSOE el 26 de junio, no saca del juego a Pedro Sánchez, como también se desprendía de todas las encuestas. Por una parte, el PSOE no fue superado por la alianza Unidos Podemos, una buena razón para dejar por ahora las cosas como están en el muy venido a menos universo del PSOE. Por otra parte, el partido no se alzó con la mayoría prevista en Andalucía, un resultado que hubiera catapultado a Susana Díaz, presidenta de su gobierno autonómico y candidata de los jefes territoriales del PSOE para disputarle a Sánchez la jefatura del partido en el Consejo Federal socialista a celebrarse el próximo mes de septiembre. Tras esta derrota, Díaz tendrá que abrir un compás de espera y autocrítica, y esperar tiempos mejores para intentar la proeza de llegar a ser la primera mujer que asuma la jefatura de uno de los dos grandes partidos tradicionales de la España democrática.
En cuanto a Podemos y sus aliados electorales agrupados en la coalición Unidos Podemos, puede afirmarse que la ilusión de Pablo Iglesias y sus lugartenientes de convertir a la extrema izquierda en la segunda fuerza política del país, se quedó en eso, en una mera ilusión. O sea, en nada. Su alianza con el viejo partido comunista español, cuestionada por Rajoy, por Albert Rivera, por Sánchez y hasta por los propios comunistas, que en ningún momento vieron con buenos ojos esta coalición con un sector de la socialdemocracia, sin duda de extrema izquierda y anti sistema, pero socialdemocracia a fin de cuentas, sólo le permitió aumentar en dos los escaños que por su cuenta había conseguido en las elecciones del 20-D. Si bien puede sostenerse que a pesar de seguir siendo el partido más votado el PP lo cierto es que no salió victorioso el domingo porque no logró la mayoría electoral necesaria para formar gobierno por su cuenta, al seguir siendo la primera minoría lo convierte en el indiscutible ganador en la jornada del domingo 26 de junio. En cuánto cuál partido fue el gran perdedor, no cabe la menor duda que esa descalificación le corresponde a Podemos. Mírese como se quiera, la campaña del PP, que identificaba el proyecto de Podemos como “lo peor”, caló en la conciencia de los electores, muy sensibilizado estos días por el triunfo del populismo británico en el referéndum de la semana pasada para salirse de la Unión Europea.
Caso aparte fue el de Ciudadanos, versión moderna del viejo PP, que ha venido denunciado sistemática y crudamente la corrupción que se ha vuelto endémica en la alta dirigencia de ese partido y la indiferencia social con que gradualmente se ha ido distanciando de los ciudadanos. Pero en la difícil encrucijada político-electoral de España, el temor al ascenso meteórico de Podemos le propinó un duro golpe a la esperanza del cambio en el mundo de la derecha que representaba Ciudadanos: 400 mil de sus electores votaran por los candidatos del PP para no perder el voto y evitar la posibilidad de facilitarle así la tarea de Podemos. En términos reales, sin embargo, de la misma manera que la suma de los votos en el campo de la izquierda permanece prácticamente igual, en el de la derecha ocurre lo mismo. Es decir, que la polarización izquierda-derecha conserva toda su vigencia, pero ya no representada por dos partidos. Más allá de las variables que modificaron las previsiones en las que coincidían todos los estudios de opinión pública, no hubo el 26-J resurrección del bipartidismo ni la menor posibilidad de que una de esas dos fuerzas, por sí solas, puedan devolverle a España la expectativa de contar muy pronto con un gobierno estable.
Este hecho, el mismo que ha dejado a España sin gobierno desde hace 6 meses, coloca a los cuatro principales componentes del mundo político español en una situación de extrema urgencia: formar gobierno como sea cuanto antes, o condenar a España a una grave crisis de gobernabilidad. Esa es la cuestión del momento. Y la razón por la cual toda la dirigencia política del país, la de los otros países miembros de la Unión Europea, enfrentados ahora a la amenaza de muerte que representa la victoria populista en el referéndum del Reino Unido, al igual que la inmensa mayoría de los españoles, están de acuerdo en que no se puede repetir la penosa experiencia de no llegar a un acuerdo. Llueve, truene o relampaguee, los cuatro partidos en que se ha fragmentado el bipartidismo español debe despejar este peligro cuanto antes. Es decir, que desde la misma noche de la jornada electoral, la dirigencia de al menos tres partidos, el PP, el PSOE y Ciudadanos, han coincido en destacar la importancia de armar el rompecabezas parlamentario para pasar la página electoral y devolverle al país su gobernabilidad en el plazo más corto.
Ahora bien, una cosa es admitir la necesidad, y otra bien distinta es hacerla realidad. Las combinaciones aritméticas que permitan alcanzar esa mayoría necesaria de 176 escaños, continúan siendo las mismas que existían después de las elecciones del 20 D. Es decir, muy difíciles en verdad, pues entre las diversas opciones de que disponen los partidos, sólo una eventual coalición PP-PSOE estaría en condiciones de salir victoriosa en el debate de investidura. Rajoy declaró la misma noche electoral que intentaría llegar a un acuerdo con los socialistas, pero Sánchez y otros pesos pesados de su entorno, a pesar de que Felipe González y algunos jefes territoriales del PSOE han manifestado su apoyo a la idea de respaldar la aspiración de Rajoy de seguir siendo presidente del gobierno, Sánchez y su gente ya se han apresurado a rechazar esa opción. Incluso han advertido que ni por acción, es decir, dándole a Rajoy el voto de sus 85 diputados, ni por omisión, o sea, absteniéndose de votar a favor o en contra de su investidura, el PSOE compartirá con el PP la responsabilidad de llevar a Rajoy de vuelta a la presidencia del gobierno.
Habrá que esperar unos días y ver. El PSOE ya ha anunciado que el Comité Federal, su órgano ejecutivo superior, se reunirá el próximo 9 de julio para fijar posición. Por lo pronto, hay consenso en que Rajoy, por ser su partido el más votado por segunda vez en 6 meses, asuma la responsabilidad de formar gobierno. Y lo más probable es que el Comité Federal ratifique la posición adoptada hace 6 meses y adelantada estos días por algunos de sus dirigentes, de no ayudar al PP. Por su parte, Rajoy ha anunciado que está dispuesto a asumir la tarea de gobernar en minoría y buscar apoyos parlamentarios puntuales cuando sea necesario. En este caso, es posible que Ciudadanos, que en un primer momento había rechazado la idea de una alianza con el PP a no ser que en esa coalición también estuviera presente el PSOE, ahora cambie de posición. Sus 32 diputados no son suficientes para que Rajoy consiga sumar los 176 votos parlamentarios necesarios, pero su minoría no sería tan ostensiblemente minoría. Sobre todo si a esta alianza suma los 5 escaños del Partido Nacionalista Vasco (PNV), el escaño de la Unión Canaria y algún otro.
Por el momento, están son las alternativas del desenlace por venir en esta historia de amor y vetos. Mientras se llega a su desenlace, varias cosas sí quedan claras. En primer lugar, que todos los actores del actual drama de suspenso español comparten la convicción de que no será necesaria una tercera convocatoria electoral. Segundo, que nadie le disputará a Rajoy su derecho a formar gobierno, en alianza con el PSOE, o en minoría. Y que pase lo que pase, el mensaje de estas últimas elecciones es que los españoles no desean sobresaltos. Para ellos lo importante es la estabilidad, o sea, el centro. Al precio incluso de convivir con la corrupción. Y que quien en el futuro próximo caiga en la trampa de creer que la clave del triunfo está en la ilusión del cambio, que se mire en el espejo de Pablo Iglesias y su partido Podemos. España, al menos por ahora, como en la bíblica estatua de sal, sencillamente no quiere cambios.