Cultura y ArtesEnsayo

Aberraciones en el arte de los siglos 20 y 21

dadaismo[1]Donde hay cultura, hay excesos culturales. De estas deformaciones, llamémoslas aberraciones del arte, se hablará aquí. Aunque el siglo 20, con su actitud experimentadora y desafiante de todas las reglas, llegó a muchas formas de aberración, es claro que en otras épocas estas se han dado también. Se puede afirmar que el escándalo siempre ha acompañado a quienes innovan un poco más de la cuenta, porque las innovaciones se aceptan con agrado, siempre y cuando no sean muy grandes, como bien se sabe en la sicología. Podemos sospechar la reacción que produjo el cambio de estilo impuesto por el faraón Amenofis IV, conocido como Akenatón, en Egipto, entre 1353 y 1336 a. C. Su revolución fue inusitada, pues se abandonaron las fórmulas precisas que se habían usado por cientos de años, y se dio un giro hacia un arte realista. Nefertiti fue la esposa de Akenatón, y por ese realismo sabemos de su esplendorosa belleza. El uso de la palabra Barroco, para designar un estilo, fue en su momento peyorativo; se refería a las perlas que en vez de ser esféricas son deformes. El Impresionismo, en su época, fue considerado un absurdo inaceptable.

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Akenatón

En el siglo 20 se empezaron a explorar, para bien y para mal, todas las posibilidades del arte, casi que con desesperación. ¿Qué hizo que se disparara la necesidad de innovar, que se valorara lo nuevo por encima de cualquiera otra característica? ¿Por qué esa bola de nieve del cambio por el cambio empezó a rodar y a crecer de un momento a otro? No es fácil saberlo, pero se pueden hacer conjeturas. En las artes y en la moda, también en otros aspectos de la cultura, a veces, se seleccionan rasgos casi por azar, debido a preferencias personales que se vuelven muy notorias y llegan a convertirse en tendencias. Luego, estas se desbocan en su crecimiento, alejándose del origen. Son modelos arbitrarios que no tiene más beneficio que el de la popularidad. En su artículo La lógica de la feria de las vanidades (en el libro Ideales e ídolos), el historiador de arte Ernest Gombrich explica los estilos del arte basándose en este principio de escalada, que se presenta un poco al azar, en el cual cada participante tiene que aumentar el rasgo destacado, para imponerse al anterior. Llega un momento en el cual todo el mundo se habitúa, y la acción, el rasgo o la moda dejan de surtir efecto, no producen más la reacción esperada, y entonces se vuelve necesario dar un gran vuelco, un cambio que logre despertar respuestas en el espectador.

El origen de muchas de las propuestas, en el arte del siglo 20, tuvo sus cimientos en la idea dadaísta de que los productos de la cultura no eran más que convenciones que podían ser cuestionadas. El Dadá fue un movimiento antiartístico y antipoético, y fue una de las compuertas que se abrieron, y que dejaron entrar mucha agua, Tiburones y basura, al submarino del arte.

Aclaremos, antes de empezar con el listado de locuras de los siglos 20 y 21, que propone que cualquiera puede hacer arte como le venga en gana, pero al final es el establecimiento el que da la categoría y luego el valor. No solo en el arte, en muchos asuntos de la vida social, si nos ponemos a pensar, los símbolos logran efectos prácticos. Cuando el sacerdote declara como cónyuges a una pareja, usando rituales y palabras, de inmediato, recaen sobre ellos ciertos deberes y derechos; cuando el juez penal sentencia la pena o absuelve, bastan unas frases, y el futuro del acusado se define.

Dentro de las aberraciones del arte de los dos últimos siglos las hay de tipos variados: las obras en las que no hay casi trabajo del artista, o estas son perfectamente posible de ejecutar por cualquiera que no sea artista; las que se mimetizan con la realidad, obras indiscernibles de los objetos normales; la obras ingenuas, pueriles, esotéricas; las sucias, las escatológicas, las que escandalizan por su morbo o por su violencia. Veremos enseguida cómo han sido esos excesos, esas formas desbocadas de arte, tan alejadas de lo que el público espera.

Empecemos por las obras que se mimetizan con la realidad. En muchas ocasiones ha ocurrido que el empleado de limpieza las barrió o las quitó, pues no las “vio”. La diferencia entre estos objetos de arte con los de la realidad, indistinguibles visualmente, no es estética, es solo ontológica o semántica; es una diferencia de significado. Los cerebros de todas las personas reaccionan de una manera parecida ante lo visual, pero las emociones dependen de información contextual, de la experiencia y conocimientos del sujeto. Se reacciona de una forma cuando se considera que se está frente una obra de arte, y de otra, cuando se está frente a un producto del supermercado.

«Dos bromistas decidieron hacer un pequeño experimento en una galería de arte en Estados Unidos. Dejaron unas gafas junto a una pared completamente desnuda para ver cómo interactuaban los visitantes al museo. Y el efecto fue el esperado. Los anteojos se convirtieron en un reclamo para los visitantes que pensaron que formaban parte de la instalación».

Con las Cajas de Brillo (el equivalente a nuestro Bon Bril), de Andy Warhol, obra de 1964, ocurre que son ópticamente indistinguibles de las que venden en el supermercado, pero obviamente no son lo mismo. Lo han dejado de ser al cambiar de reino, al reubicarse en la galería o feria de arte. Las Cajas de Brillo presentan una dificultad mayor al espectador, son más difíciles de “ver” que La Fuente, el orinal que Marcel Duchamp sacó de una demolición y llevó al museo; lo cual fue un acto atrevidísimo (a Mockus lo volvió famoso bajarse los pantalones antes los estudiantes y mostrarles el trasero). Todo el que sabe un poco de arte está cansado de oír sobre La fuente como punto de referencia. Duchamp plagió esta obra de la baronesa Elsa von Freytag-Loringhoven, y la expuso en 1917; con esa jugada consiguió la fama. En el 2004, La fuente fue seleccionada, en una encuesta llevada a cabo entre 500 artistas y críticos, como «la obra más influyente del arte moderno». Por serendipia se pueden generar grandes cambios –lo de Duchamp no era más que una broma sarcástica–. Sacar un objeto de su contexto habitual invita a reflexionar sobre él. De eso se dieron cuenta todos los artistas a partir del atrevido acto, y por eso se volvió una forma de arte, con muchos adeptos entre los artistas y los críticos, y muy pocos entre el público.

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Cajas de Brillo, de Andy Warhol

Un ejemplo de obra posible de ejecutar por cualquiera que no sea artista es el Kooning borrado. En esta, el pintor perteneciente al movimiento Pop art, Robert Rauschenberg borró un dibujo de Willem de Kooning, y lo presentó como obra de arte en la que ya no había lo que había habido. Es bueno mencionar que muchos otros borraron pinturas y dibujos a partir de ese momento. Los actos exitosos son como los virus: se contagian, se copian, se reproducen y se esparcen de país en país. En un mundo globalizado por la tecnología, lo que dictan los Centros acaba con lo que se hace en los pueblos aislados.

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 Kooning borrado, obra de Rauschenberg

Dentro de las obras que no exigen esfuerzo manual están las pinturas suprematistas, como los cuadros rojos o negros de Kazimir Malévich (1910). También es bueno recordar que a mediados del siglo 20, los expresionistas abstractos volvieron a la idea de hacer cuadros de un solo color, como Ad Reinhardt, y sus cuadros negros (1960). Estas pinturas monocromáticas son las que hacen decir a la gente: “mi hijo de cuatro años podría hacerla”. Y sí, pero su hijo de cuatro años no tiene nombre dentro de la Historia del Arte, el nombre que valida la obra. Borrar el gesto y la expresión individual a favor del vacío monocromático fue lo que estos artistas buscaron; bueno, también buscaron despojar la obra de toda posible carga emocional, de narrativa, para que no trasmitiera ningún mensaje. Lo que desearon fue dejar el lienzo mudo. Muchas de las obras del arte minimalista ofrecen lienzos pintados de un solo color: todo blanco, o rojo, o amarillo, o todo negro (Robert Ryman usaba el color blanco). El término Minimalismo fue acuñado por el filósofo Richard Wollheim, en la década de 1960, para referirse a las pinturas de Ad Reinhardt. Como el arte minimalista no buscaba una función ni utilitaria ni de comunicación se consideraba arte en su forma más pura. Si colgáramos, en una galería, ocho cuadros negros de distintos artistas, como Robert Rauschenberg, Rashid Johnson, Frank Stella, Sean Scully, Richard Serra, Glen Ligon y Wade Guyton, pues todos ellos pintaron lienzos de un solo color, la diferencia más visible estaría en el precio.

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 Ad Reinhardt y sus cuadros negros

El minimalismo, aún más en la escultura, ha aportado un gran conjunto de obras cuasi invisibles, pues al no decir nada, al no comunicar, la gente pasa por encima de ellas sin verlas. Donald Judd utiliza cubos idénticos, del mismo color, tamaño y material que ubica en orden. Carl Andre utiliza ladrillos ordenados en el suelo; se pueden pisar, nada ni nadie lo impide. Cerca de 1.300 personas pidieron a la gobernación que les quitara del camino la escultura Arco inclinado (1981-1989), de Richard Serra, y lo lograron. Estaba en la mitad de la plaza Foley, en Manhattan, y para atravesar el parque tenían que darle la vuelta. Está fue una muestra clara de rechazo a una obra que no emocionaba positivamente a nadie.

Dentro de las valoraciones humanas más universales está la de apreciar la dificultad manual o intelectual de una obra; por eso, aquellas cuyo precio es alto, y a primera vista (a veces ni a segunda) no se les ve la dificultad, molestan y, a veces, hasta ofenden al espectador. Un ejemplo lo ofrece la obra precursora del performance Antropometría (1960), de Yves Kline. Constaba de las marcas que distintos cuerpos embadurnados de color azul dejaron impresas contra los lienzos. Al llevar a un extremo la idea de obra donde no hay mucho para apreciar, el mismo artista expuso la Galería vacía. En la galería no había nada, estaba vacía, como lo anunciaba la muestra. El artista americano Robert Barry también hizo su exposición con la galería vacía y cerrada, físicamente inaccesible. Llevó la idea (¡qué más podía llevar!) a Los Ángeles, Ámsterdam y Turín (1970). Robert Irwin se propuso él mismo como obra de arte. Él dentro de una galería vacía, en la Ace Gallery, en Los Ángeles (1970). La misma idea la tuvo Chris Burden cuando expuso la obra White Light / White Heat (1975). El artista se ubicó en una plataforma por encima del espectador, estuvo 22 días sin comer ni hablar, y el espectador podía entrar al recinto, pero no lo veía. En la Hayward Gallery, en Londres, se expusieron 50 obras “invisibles” de artistas famosos ( 2012). A Andy Warhol no le faltó su obra vacía, que llamó Escultura Invisible, “realizada” en 1985 (sabemos la fecha, porque en la galería estaban el pedestal y la ficha técnica). Todavía más inaprensible fue la obra de Tom Friedman: 1 000 horas mirando fijamente. Se trataba de una hoja en blanco a la que el artista aseguró haber mirado mil horas en total, en el lapso de cinco años (1995). Hace poco, el crítico de arte Jonathan Jones escribió en una de sus columnas para el periódico inglés The Guardian sobre la obra Creed’s Work No 127. La obra no era nada, y sin embargo, estuvo para ser subastada en la casa Christie. Según el crítico, las luces se encendieron y apagaron durante la venta de esta obra inexistente, cuyo precio empezó y terminó en £ 70.0001, pues nadie la compró.

En el mundo de la puerilidad artística hay incontables piezas maestras. De la obra We got it quedan testimonios. Se trataba de una barra de chocolate comestible, para luego echarle cabeza a la idea de comerse una obra de arte2. El artista Rirkrit Tiravanija junta gente y les da de comer. Va a las galerías, prepara comida, sirve un banquete, y conversa con los espectadores. Esa es su obra, y es reciente, del 2012. Félix González Torres, muy reconocido internacionalmente, fue otro exponente de dulcerías como arte. Su obra Retrato de Ross constaba de caramelos empacados en papeles de colores, arrumados contra la esquina interior de una galería. El peso del arrume era el mismo que el del cuerpo de Ross, su amigo muerto. La gente podía coger los confites; por tanto, simbólicamente, su amigo, representado por los dulces, iba perdiendo peso y densidad hasta desaparecer. En el arte hay muchas metáforas de este tipo, que a unos suenan profundas, a otros poéticas, a otros chistosas y a muchos ridículas. El hecho es que para tener sentido, necesitan ser explicadas. El que la obra necesite explicación no es algo malo. El arte siempre ha necesitado un contexto especial que convierte el objeto o la acción en obra de arte. Este se fundamenta en una expectativa dada, y esa expectativa requiere un conocimiento.

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 Retrato de Ross, de Félix González Torres

 

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obra de Pistoletto

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obra del antioqueño Carlos Uribe

En las galerías de arte contemporáneo abundan obras que son indistinguibles de los peluches, de los muñecos y de los juguetes infantiles. Hay trenes de juguete, con muñecos encima, como obra violenta, de los hermanos ingleses Jakes y Dinos Chaptman. Inagotables son las pirámides hechas de arrumes de vestidos viejos, de trapos, pero también las hay de azúcar, de maíz, de panela, de polvos con anilina de colores, de tierra, etcétera. Arrumes en cantidades abrumadoras de objetos y materiales se juntaron en la obra Perfect World, (1999), de Jason Rhoades. Se dice que es una de las esculturas o instalaciones más grandes que se ha erigido hasta ahora. Con tubos de aluminio pulido y triángulos de madera, creando un “sistema lego”, se llenó un espacio de 15.000 pies cuadrados por 80 pies de altura.

En la sala de aberraciones que se mueven dentro de lo escatológico se encuentran muchos performances. Los performances son especies de actuaciones en vivo de uno o varios artistas que realizan el acto frente el espectador. A diferencia de las obras de teatro, no se repiten usualmente, ni pretenden representar algo; no, son la vivencia directa de la obra de arte. En el Teatro de orgías y misterios, de Hermann Nitsch, los artistas bailaban entre cadáveres de animales (1966). El artista Rick Gibson se hizo un par de aretes con fetos humanos disecados (1987). En la obra Disparo, Chris Burden puso en riesgo su vida al invitar a un amigo para que le disparara en un brazo, con un arma calibre 22, desde una distancia de 3.5 metros (1971). De hacer posible la muerte de varios peces se trataba la obra Helena, de Marco Evaristti (2000). En una hilera de licuadoras conectadas a la electricidad nadaban 2000 peces. El espectador podía encenderlas y con ello despedazarlos, en segundos. Guillermo Vargas dejó morir de hambre a un perro callejero dentro de la galería Códice, en Nicaragua. Con comida para perros, escribió en un cartel “Usted es lo que lee”. Sebastian Horsley pagó 2000 euros, en Filipinas, para que lo crucificaran (2000). Estaba drogado con alucinógenos, pero dice que era tal el dolor que se desmayó (el video de la crucifixión se puede ver en Youtube). El artista Lai Thi Dieu, en Hanoi, aplicó el calor de una plancha a un montón de vejigas de cerdo frescas, luego se aplicó la plancha en un brazo hasta ampollarse (2011). Puso las vejigas contra su piel ampollada, después de haberse frotado la cara con ellas. Petr Pavlensky, para protestar por la apatía de los rusos, realizó su obra Fijación (2013). En la plaza roja de Moscú se clavó el escroto contra los adoquines del suelo, con clavos y martillo. Los Policías no pudieron hacerlo levantar pues estaba clavado. En otra ocasión se cosió la boca, y en otra, desnudo, se envolvió en una manta de alambres de púas. Dentro de las obras irrepetibles está la de Mao Sugiyama: El banquete de testículos. El artista que también es chef, ofreció por tuiter un banquete en el cual serviría su pene y testículos a quienes estuvieran dispuestos a pagar 1200 dólares (2012). Antes de cumplir los 22 años de edad se practicó la cirugía de remoción de sus órganos sexuales. Efectivamente, seis comensales pagaron y devoraron el banquete. Sugiyama fue amenazado por la policía con cargos de exhibicionismo.

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Teatro de orgías y misterios, de Hermann Nitsch

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Fijación, de Petr Pavlensky,

 

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El banquete de testículos, de Mao Sugiyama

Las cirugías antiestéticas, como obra de arte, también han sido propuestas muchas veces. Las más famosas son las de la francesa Orlan. Se ha realizado varias en las que se introduce distintas formas y tamaños de prótesis en la cara, haciendo de su rostro una escultura. En la obra Olvídame nudo, el artista Sruli Recht se hizo filmar mientras un cirujano eliminaba un pedazo de piel de su estómago, para montarla luego en un anillo de oro (2012) 3. Sin anestesia, Pierre Pinoncelli, en Cali, se cortó la primera falange del meñique izquierdo, con un hacha, y luego roció una pared con sangre, como protesta por el secuestro de Ingrid Betancourt (2002).

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Olvídame nudo, de Sruli Recht

En la sala de obras coprológicas hay cientos de estas, quizá se deba a que el material es barato. Piero Manzoni empacó 90 latas con sus excrementos y las etiquetó con la frase: Mierda de artista (1961). En el 2007 una lata fue subastada en 124.000 euros. La obra del artista Andrés Serrano, Piss Chris, es un crucifijo metido en un recipiente lleno de sus orines (1987). Chris Ofili pintó con mierda de elefante a la Virgen María, pero de piel oscura; usó imágenes pornográficas como fondo. Marc Quinn hizo su obra Self. Vació en un molde, tomado de su cabeza, cinco litros de sangre, y lo congeló para que mantuviera la forma; así lo llevó a la galería y lo puso en una urna con refrigeración (1991). Esta obra ya hace parte de la colección de la Galería Nacional del Retrato, en Londres. En Cali, Colombia, el artista Fernando Pertuz se desnudó en el museo, luego orinó y defecó, frente al público, para hacer su obra Indiferencia; acto seguido, entre dos panes puso sus excrementos, se los comió y los pasó con orines (1997). Tracey Emin expuso su galardonada obra Mi cama. Llevó su propia cama a la galería. Estaba desordenada, con ropa interior sucia, condones usados y basura por todas partes (1998). Este año, 2016, Tracey Emin expuso en la galería White Cube, la que está en China (la otra está en Londres), su obra Lloré porque te amaba. Para esta, la artista realizó una serie de dibujos con la temática de su reciente boda. La artista se casó con una piedra del jardín de su estudio, en el sur de Francia.

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 Self, de Marc Quinn

Las obras con contenido sexual son profusas. La pintura erótica existe desde que existe la cultura pictórica. Muchos arqueólogos creen que las estatuillas tipo Venus de Willendorf, con 12.000 años de antigüedad, eran objetos eróticos. Pero vayamos a 1866 para ver la reacción escandalizada del público ante la obra del pintor francés Gustave Courbet: El origen del mundo. Es quizás el pubis más famoso de la historia. De esta obra se pegó la francesa Deborah De Robertis para hacer la suya (2014). En el museo de Orsay, donde la obra cuelga, Deborah se sentó con las piernas abiertas y sin calzones, para mostrar su pubis al público. Un año después de la muerte de Robert Mapplethorpe, en 1990, y a raíz de una retrospectiva de su obra fotográfica, explícita en cuanto a prácticas sexuales y sado-masoquistas entre homosexuales, el Centro de Arte Contemporáneo de Cincinnati, Ohio, fue demandado por obscenidad. El museo fue declarado inocente, al invocar la Primera Enmienda. En Japón, Megumi Igarashi fue declarada culpable por los cargos de obscenidad, pues la chica distribuyó datos que permitían a los beneficiarios hacer impresiones 3D de su vagina (2014). La obra fotográfica del japonés Nobuyoshi Araki suscitó repudio en Australia (1992). Las guardias mujeres se negaron a trabajar ante unas fotos degradantes y opresivo-fetichistas contra las mujeres. La suiza Milo Moiré realizó su performance Plopegg, en la feria de arte en Alemania, en el cual ella, literalmente, ponía huevos (2014). Estaba desnuda, mientras salían de su vagina, para estrellarse en un lienzo, uno a uno, huevos rellenos con tinta de colores.

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 Deborah De Robertis en su performance

En la sala de los absurdos es ejemplar el performance de Michael Landy. En el 2001, Landy se pasó dos semanas destruyendo 7.006 objetos, todas sus pertenencias, en una tienda abandonada de Londres. Como no había nada que comprar, su obra no se vendió, sino que se fue en bolsas negras directo a la basura. El artista quedó en la inopia. Absurdos costosos, inútiles e inmorales son los empaquetamientos monumentales de Christo y Jeanne- Claude. Si hoy en día nos preocupamos por no usar bolsas plásticas ni tomar gaseosas con pitillo, qué podemos decir de las toneladas de plásticos, cuerdas y papel que han sido utilizados para empaquetar edificios enteros, forrar acantilados, y decenas de otros ´envueltos´ por el estilo. En 1983, rodearon once islas en la bahía de Biscayne con telas de polipropileno color rosa. Usaron 603.850 metros cuadrados del material para esta obra efímera e infame, como todas las de la famosa pareja. En la sala de los absurdos está la obra, se puede decir completa, de Damian Hirst. Su obra, poco original, está compuesta de vitrinas, mariposas, cuadros con puntos y distintos animales metidos en tanques con formol, que parecen sacados de cualquier feria escolar de la ciencia, que además se pudren con el tiempo, y hay que remplazarlos por otros, con lo cual la idea de autenticidad se pierde.

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Empaquetamientos costosos y antiecológicos de Christo y Jeanne- Claude

Frente a las obras esotéricas, algunas personas de fuera del mundo del arte reaccionan un poco mejor. Porque la gente tiende a pensar que los objetos poseen una especie de “sustancia”. Y una especial deferencia producen las piedras. El artista esotérico por excelencia, del siglo 20, fue el alemán Joseph Beuys. Siempre pregonó una relación con la ciencia (muy discutible). Utilizó diferentes mecanismos de mercado para crearse un halo de misterio. Una vez creado el halo, este se traslada a la obra. Por eso, algunos espectadores consideran como algo realmente sobrecogedor sus pianos cubiertos de fieltro, sus limones pegados a bombillas, sus escaparates de vidrio, sus obras con piedras, sus sillas con cera… Materiales de mucha energía, según Beuys4. Caleb Larson se inventó una caja negra, pequeña y de plástico; la llamó: Aparato para engañar a un carnicero. Está siempre conectada a internet y contiene un software interno que, cada semana, la ubica en las listas de eBay. El primer dueño pagó 6. 350 dólares por ella. Cada vez que se venda, el nuevo dueño debe pagar a Larson el 15 % del precio.

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El arte de los siglos 20 y 21, como se dijo antes, está plagado de locuras, de excesos, de ensayos; también de maravillas. Las aberraciones se deben, en buena medida, a que los artistas se han dado cuenta de que escandalizar, llamar la atención, crear controversia es muy útil para atraer los medios de comunicación. Con esto se consigue visibilidad y recordación; y si se obtiene suficiente visibilidad, se obtiene fama; y si se obtiene fama, a lo mejor se obtiene un nombre, que es una forma de “marca”, y así todo se posibilita. En el arte contemporáneo, la marca es más poderosa que cualquier otro aspecto. Cuando un millonario compra un Picasso por 104 millones de dólares no está comprando una pintura, sino un “bien posicional”; uno que certifica ante el resto del mundo su riqueza, poder y su importancia. El solo hecho de estar en la capacidad de pagar algo muy caro da prestigio, pero no solo eso, da también una sensación de que la obra tiene un significado especial. El arte plástico se ha convertido –en un mundo en el que todo se vende– en una forma de economía, pero basada en la fe: los compradores pagan por lo que “creen” que vale la obra, o por lo que les han dicho que vale, pues el precio no está cifrado en aspectos claros, y de ninguna manera en valores intrínsecos, si es que estos existen. El mundo del arte plástico está anclado con mucha fuerza en el mundo de las jerarquías sociales, por eso las locuras pueden darse y promoverse. Como lo escribí en el libroHomo artísticus: “En el ansia por ganar estatus hay otra vía, que también fue observada por Veblen: la ofensa conspicua. Se trata de darse el lujo de ofender, de insultar y de escandalizar, ya sea con obras de arte, atuendos, acciones o actitudes; es demostrar con actos que se tiene poder, que se es invulnerable, que se posee un prestigio más allá de la humilde opinión del populacho5.

Y no todos los críticos de arte son expertos; además, porque con las obras contemporáneas no se tiene suficiente distancia para juzgarlas justamente. Los vendedores de arte, los galeristas y muchos críticos hacen malabares con las obras de arte para convencer al comprador, al coleccionista, de que valen lo estimado, pero sobre todo, de que valdrán todavía más en el futuro. Como ocurre que muchas veces el público no le “ve” la “gracia” a la obra, el crítico inglés Adrian Searle hace recaer el valor de la obra en otro punto: “En el arte las cosas buenas no lo son solo por la experiencia de vivirlas sino por el rumor, la discusión, los argumentos y la fantasía que despiertan”. Ya veremos qué cosas pasan el examen del tiempo y se vuelven populares, como pasó con el arte abstracto, hoy muy apreciado.

Para rematar el tema sobre las aberraciones en el arte, le informo al lector que el cuatro de mayo de este año se instaló en el museo Guggenheim, en Nueva York, un inodoro de oro sólido, de 18 quilates, obra de Maurizio Cattelan. Esta es una obra de arte con la cual el espectador puede interactuar realmente, y si le molesta, puede luego gritar: ¡me cago en el arte!

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 Inodoro, de Maurizio Cattelan

  1. Christie’s tried to auction Creed’s Work No 127
  2. Un ensayo al respecto en: http://allessioa1.blogspot.com/2007/11/we-got-it.html
  3. Aquí el video https://vimeo.com/59010452
  4. Un ensayo sobre Beuys: http://catrecillo.blogspot.com/2011/07/joseph-beuys-el-chaman-del-arte.html
  5. Homo Artisticus: una perspectiva biológico –evolutiva. Páginas 100-101
  6. En esta página están los videos de los performances más controvertidos: http://www.cvltnation.com/the-most-controversial-works-of-performance-art/

 

Con la autorización de la revista Generación, del Colombiano. El artículo fue publicado el 26 de junio 2016

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