María Corina Machado: Tres enigmas del diálogo
No me inquietan las palabras en el debate político, sino lo que éstas a veces ocultan. Y el caso del llamado diálogo es un ejemplo de lo que pretendo sostener. Gobierno y oposición se refieren a un diálogo que en realidad ya concluyó. Llevamos 18 años dialogando. Ha sido un diálogo público, como a veces ocurre entre acérrimos adversarios. Una comunicación realizada a través de los medios de comunicación, en la que el Gobierno no se ha pronunciado sino para amenazar, intimidar y en lo posible desconocer la existencia de sus oponentes y la expresión de la soberanía popular. La oposición ha clamado en el desierto para que cambie la conducta de un régimen que es incapaz de hacerlo. Diálogo ha existido: un diálogo dinamitado por un gobierno de vocación y naturaleza dictatorial. Lo que no ha habido de parte del régimen es apego a la Constitución y a las leyes.
El primer enigma del diálogo es que aún se hable de diálogo. En realidad se avecina, en teoría, un proceso de negociación. No me asusta la palabra. Buscar compromisos políticos no es en sí mismo equivocado y negociar no significa necesariamente sacrificar principios indeclinables. Pero el peligro acecha.
El diálogo ha concluido porque la situación del país es desesperada y porque ya la soberanía popular se expresó el pasado 6 de diciembre (6D). El cambio de régimen es un requisito perentorio para detener el rumbo hacia un todavía más hondo abismo. Pero el régimen no busca sacar al país del foso, sino escapar del foso que él ha cavado.
El segundo enigma del mal llamado diálogo es que no se conoce en absoluto la posición negociadora del régimen. Del lado opositor es sabido que existen temas básicos sobre los cuales hay un compromiso, sin poner en riesgo lo ya logrado a través de años de lucha: la libertad de los presos políticos, la apertura inmediata de canales de ayuda humanitaria, la realización de un referendo revocatorio y de las elecciones de Gobernadores en 2016.
Pero, ¿qué quiere el régimen? El Gobierno sólo busca ganar tiempo, confundir, postergar el revocatorio hasta vaciarle de toda sustancia, dividir a la oposición y complacer a una comunidad internacional ansiosa de ver algún tipo de movimiento que al menos en apariencia destrabe un poco la crisis venezolana, así se trate de un espejismo. La comunidad internacional, al menos parte de ella, luce ansiosa de ser engañada.
Diferente sería la situación si, por ejemplo, el Gobierno buscase proteger a sus principales miembros mediante una posible amnistía, que no incluya impunidad para los crímenes contra los derechos humanos y el patrimonio público; asegurar un espacio para el hoy partido de Gobierno, en una Venezuela distinta y regida por normas democráticas, y evitar una retaliación [represalia] generalizada por los desafueros de este tiempo de oprobio. Estas son demandas que pueden plantearse en una mesa de negociación política.Pero, ¿cuál es la posición negociadora del Gobierno, si es que tiene alguna? No lo sabemos, pues seguramente no la tiene. El objetivo real del régimen es mantenerse en el poder a toda costa, siguiendo la vieja pero eficaz táctica leninista de “un paso atrás, dos adelante” cuando se encuentra, como ahora, cercado por los efectos de su incompetencia y corrupción.
De allí los riesgos que se corren con este diálogo promovido desde el exterior, con ciertas figuras que no merecen nuestra confianza. Y esto me lleva al tercer enigma del diálogo, que se refiere al empeño de Washington, Madrid, El Vaticano, La Habana, entre otros, por promover un proceso que, en las condiciones actuales, ocurriría en el vacío, en vista de la ausencia de compromiso negociador por parte del régimen. Ya el pueblo de Venezuela ha fijado su posición, ¿y el régimen?
Varios casos en América Latina, entre los que se cuentan procesos como el de Contadora en Centroamérica, ponen de manifiesto que para negociar se requieren interlocutores comprometidos con objetivos explícitos. Pero todavía más ilustrativo fue lo ocurrido en Chile, cuando se puso fin a la dictadura y se abrió el camino de reconstrucción democrática. El paso clave fue la realización de un referendo aceptado por todos los principales actores políticos.
En Venezuela el pueblo ya se expresó el 6D y el diálogo debe partir del acatamiento de la soberanía popular. El referendo revocatorio en Venezuela está avalado constitucionalmente. Se trata de un derecho del pueblo en función del cual se está llevando a cabo un descomunal esfuerzo ciudadano. Ésta es la vía a seguir. ¿Por qué restar peso a los empeños del secretario general de la OEA, Luis Almagro, que buscan una salida democrática y constitucional perentoria, y en lugar de ello extraviarse en un teatro sin perspectivas? ¿No sería preferible que Washington, Madrid, La Habana y El Vaticano persuadiesen al régimen de acatar la Constitución, el mandato popular expresado en diciembre pasado y anunciarlo?
Los venezolanos no podemos permitir que gestiones externas, por bienintencionadas que sean, pero inadecuadamente fundadas, nos hagan caer en una trampa urdida por el régimen. Estoy convencida de que el régimen sobrestima sus fuerzas, y nosotros no debemos subestimar las nuestras y hacerlas valer. Dadas las circunstancias descritas, y en vista de lo que podemos esperar del régimen, el objetivo de tal diálogo para la oposición debe ser develar el juego del régimen y hacerlo rápido y con contundencia política. La oposición -que también está obligada a acatar la soberanía popular expresada el 6D- no debe olvidar las lecciones que una dura y larga experiencia nos aporta. El tiempo se acabó.
María Corina Machado es líder opositora y coordinadora nacional de Vente Venezuela.
María Corina Machado / Publicado en El Mundo de España