Rapear, indie, glam… Estas son las nuevas palabras que entran en el Diccionario de la RAE
En total, hay 4074 novedades, entre nuevos términos y expresiones, nuevas acepciones y enmiendas de otras ya existentes, además de supresiones
Dentro de las tradiciones de final de año, entre las resacas y la lotería y las misas con sus ausencias y sus presencias, se ha colado la RAE con sus nuevas palabras, esas que durante estos meses se han introducido en el ‘Diccionario de la lengua española’ (DLE), y que nos regalan un tema de conversación menos pegado a la actualidad y más al presente, que es un lugar donde el tiempo pasa más despacio. En su versión 23.8, el DLE presenta algo más de cuatro mil novedades, entre sumas, restas y modificaciones: la ecuación del idioma siempre es compleja y caprichosa, porque somos casi seiscientos millones hablantes en climas muy diversos. El año que viene, por cierto, se empezará a trabajar en la versión 24 del DLE, y en la Docta Casa prometen una revolución. Pero hasta entonces…
Podríamos empezar, por ejemplo, por dedazo, que al fin significa esa «designación arbitraria de un candidato a un puesto público por parte de una autoridad». Y no muy lejos está el chorreo, que es bronca, reprimenda y rapapolvo: lo que no se dice en la definición es el motivo, pero aquí no hay que echarle mucha imaginación… Chorear es robar en Argentina, Chile, Ecuador, Perú y, ahora, también en la RAE. Los chiringuitos, además, han pasado a ser financieros, igual que los juicios, cuando se van de madre, se convierten en macrojuicios. Democratizar tiene nueva acepción: «Hacer accesible a gran parte de la sociedad algo que no lo era». Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, insistió en que estas palabras no entran al Diccionario por capricho o casualidad: «Nada más lejos de la realidad de nuestros trabajo. Estas elecciones son producto de un trabajo científico, riguroso e intelectual». También han bautizado a la semiesquina, que es, claro, lo que está casi en la esquina. ¿Por ejemplo? «La tienda está en la calle Mayor, semiesquina con la avenida de la Constitución».
Dana, como covid, ya escribe en minúscula por motivos evidentes, y aunque se decidió antes de la tragedia de Valencia ha quedado como un homenaje a las víctimas. Hay otra palabra triste, cayuco, que designa a las embarcaciones en las que navegan inmigrantes irregulares que vienen de la costa noroccidental de África, aunque el término, recordó la lingüista Dolores Corbella, viene de América. Y en esa lista dolorosa sumamos concentracionario, que es aquello perteneciente o relativo a los campos de concentración, y salafismo, el movimiento reformista suní que promueve el regreso a las prácticas religiosas de las primeras generaciones de musulmanes. Y luego tenemos catacúmbico o catacumbal, que es aquello propio de las catacumbas. ¿Existirán los domingos catacúmbicos? ¿Y la literatura catacumbal? La autosis (el suicidio) ya tiene su adjetivo: autolítico. Ay.
La gastronomía es, colateralmente, una revolución verbal, oral: desde que la gente tiene retrogusto, ya no se puede ir por la vida sin saber lo que es el umami («dicho de un sabor: intenso y sabroso, debido especialmente al glutamato presente en algunos alimentos, como la salsa de soja o el queso curado»). Más cerca nos pilla el fumé o fumet y el tutifruti, que llegó a nuestras vidas mucho antes que la vaporera o el wasabi. Y a estas alturas del abecedario, cómo no celebrar la llegada de yuyu, un término robado a la brujería, casi una onomatopeya para expresar miedo o aprensión. Barista se oficializa como la persona experta en la preparación y presentación del café, concretamente de esos que nunca jamás se sirven en vaso de caña, aunque esto no lo especifica la RAE, sino la realidad: la ligereza de la mañana ha empezado a morir, y eso sí que da yuyu. Como infusionar algo en casa. Salado, en América, es aquel que padece desgracias, que tiene mala suerte. Qué salado está el mundo.
Teletrabajar ya es un verbo, aunque el presencialismo aún no tiene definición. Otro verbo que no existía era conmiserar («sentir o mostrar conmiseración por alguien o algo») y rebobinar (en su sentido de recordar). Del mundo laboral y económico nos llegan hallazgos grises pero necesarios, como escalable («que tiene capacidad de crecer y desarrollarse») o desendeudamiento («liberarse de deudas») o escalafonar («clasificar u ordenar en un escalafón») o desarrollador (que desarrolla cualquier cosa). Y del deporte nos llega el fitness, pero también la capoeira, el curling y la haka. Clavar ya es encestar, y uno ya se puede poner como un armario («persona corpulenta y fornida») y encajar en la Academia.
La música siempre nos arranca sonrisas, un poco como la de Julio Iglesias en su meme: esto ya lo saben en la RAE. Si el año pasado la Academia inauguró el chundachunda, ahora le ha tocado a rapear («cantar o interpretar a ritmo de rap»). Y en el mismo ámbito encontramos estilos que en algún momento fueron nuevos: indie, glam, funk… «La Academia tiene como criterio general el no precipitarse», aseguró Muñoz Machado. En esas quiebras del tiempo está, también, el matrimonio de conveniencia, así como temporada (de una serie). Y como el destripe no ha tenido fortuna, aceptamos el espóiler («revelación de detalles importantes de la trama o desenlace de una obra de ficción, que reduce o anula el interés de quien aún no los conoce»), aunque el script («persona encargada de asegurar la continuidad en un rodaje») lo dejamos así, en inglés.
Es divertido señalar las ausencias, pero es que el Diccionario solo tiene noventa y cuatro mil entradas. «No se sabe cuál es el número de palabras que tiene el español, pero probablemente sea el doble de las que tenemos», aventuró Machado. Hay trabajo para rato.