El intento de promover el desarrollo en todo el país de negocios para impulsar el comercio mayorista, por medio de inversión extranjera, tropieza con el mismo problema de siempre: qué comerciar. (Granma)
No dejaron a nadie tranquilo con la comparecencia en la Mesa Redonda de Betsy Díaz Velázquez, ministra de Comercio Interior, y Ana Teresita González Fraga, viceministra primera de Comercio Exterior, para anunciar supuestos cambios en el papel de la inversión extranjera en el comercio interior y así intentar resolver los problemas de desabastecimiento en el comercio mayorista y minorista que aquejan a los cubanos.
Mal, muy mal están yendo las cosas en Cuba para que se dé un salto en el vacío como este. Ni ellos se creen la mayor parte de las cosas que dijeron y, por eso, se les vio poco convincentes y con un argumentario rayano en la más absoluta falta de credibilidad.
¿Por qué decimos esto y no creemos que estas nuevas medidas vayan a lograr los efectos positivos en el funcionamiento del comercio mayorista y minorista, así como de la inversión extranjera en Cuba?
Pues por la misma razón que las «63 medidas» no han servido para estimular la producción agropecuaria. Una vez más, los comunistas cubanos creen que el problema principal del modelo económico que rige el país se puede arreglar con parches de imagen, obviando las reformas estructurales que lo deben cambiar, actualizar y modernizar. Que se olviden de ello: una casa no se construye empezando por el tejado, sino por cimientos sólidos y firmes. De eso no hablaron los dos dirigentes castristas en la televisión estatal.
Las medidas anunciadas están dotadas de una provisionalidad que hace difícil lograr cualquier interrelación entre las mismas, por mucho que los dirigentes comunistas digan lo contrario
Varios aspectos merecen atención, además de esa forma superficial de abordar un problema más estructural. Las medidas anunciadas están dotadas de una provisionalidad que hace difícil lograr cualquier interrelación entre las mismas, por mucho que los dirigentes comunistas digan lo contrario. En efecto, solo pueden verse de manera independiente y aislada, y surgen en un contexto económico global que, en absoluto, es el más adecuado para adoptar este tipo de cantinelas.
Las medidas, además, parecen estar hechas, preferentemente, para las empresas estatales, en particular la eliminación de las restricciones de divisas con las que operan. ¿Acaso el régimen ya encontró salida para los dólares que empezó a comprar el 4 de agosto con el instrumento cambiario? Mal asunto; eso es como matar moscas a cañonazos.
Esa circulación de las divisas del sector privado hacia las entidades estatales para lograr que se superen los problemas de desabastecimiento en el mercado interno de bienes altamente demandados por la población y por los actores no estatales es una decisión imprudente, que no va a conseguir el objetivo, por mucho que se flexibilicen los trámites y las operaciones de aduanas. Lo primero que se tiene que garantizar es un marco estable para que esas operaciones se realicen realmente, sin necesidad de promoción por parte del Estado. Ahí está uno de los males de la economía cubana.
Los dirigentes comunistas se mostraron cautos y reconocieron que «las acciones resultan insuficientes para frenar la compleja situación económica, pues se mantiene el desabastecimiento en el mercado interno y no se ha logrado el impacto esperado en el desarrollo del comercio mayorista». Entonces, ¿qué sentido tiene tensar el escenario económico interno, más de lo que está, con medidas en las que nadie tiene la menor confianza? ¿Quién va a asumir responsabilidades cuando dentro de unos meses se vea el nuevo fracaso de este aparato?
Lo primero que se tiene que garantizar es un marco estable para que esas operaciones se realicen realmente, sin necesidad de promoción por parte del Estado
La idea de trasladar los presuntos beneficios derivados de la participación de la inversión extranjera en el desarrollo del comercio en ámbitos, como el acceso a mercados de suministro, atracción de financiación, equipamiento, métodos de administración o uso de técnicas novedosas para la gestión logística, debería partir de un análisis previo de la intención de los inversores extranjeros a participar de este «negocio».
Se llevarían una sorpresa, porque es difícil que el capital extranjero pueda tener motivación alguna a realizar esta aportación. ¿Es que acaso se pretende lograr este objetivo mediante injerencia directa del Estado? Que lo digan porque entonces la inversión extranjera se irá del país. Así de simple.
Los dos Ministerios deben saber que el intento de promover el desarrollo en todo el país de negocios para impulsar el comercio mayorista por medio de inversión extranjera tropieza con el mismo problema de siempre: ¿qué comerciar, qué producción de bienes y servicios puede ir dirigida a estas operaciones? Además, hacerlo con empresas mixtas es un asunto no menos complicado, teniendo en cuenta que esta figura es la menos utilizada por el capital extranjero en Cuba. Que se pregunten por qué.
La idea de que los negocios con inversión extranjera se destinen, fundamentalmente, a la venta de materias primas, insumos, equipamientos y otros bienes que impulsen la producción nacional, así como al suministro de algunos bienes terminados –por ejemplo: alimentos, aseo, línea económica o sistemas de instalación de electricidad con fuentes renovables de energía–, forma parte de esa manía obsesiva de los comunistas cubanos por controlar y dirigir el capital extranjero, lo que se ha visto que es un modelo que no da réditos desde la aprobación de la Ley 118.
Es difícil que el capital extranjero pueda tener motivación alguna a realizar esta aportación. ¿Es que acaso se pretende lograr este objetivo mediante injerencia directa del Estado?
Que haya entidades que puedan financiar a productores nacionales que tengan condiciones para convertirse en suministradores, y que se aplique a estas entidades un esquema financiero diferenciado, que permita garantizar la estabilidad de la cadena de suministros, incluyendo la autorización para realizar ventas en moneda libremente convertible (MLC), crea confusión entre los distintos agentes y sienta las bases de un principio de discrecionalidad política en la toma de decisiones. Nada bueno.
También se pretende autorizar a las modalidades de inversión extranjera establecidas en el país para la prestación de bienes y servicios, que cuenten con las condiciones para ello, que puedan vender en el segmento del comercio mayorista, incluyendo a las formas de gestión no estatal, las organizaciones no gubernamentales, embajadas, representaciones empresariales y sucursales en Cuba. Es una decisión alocada, que tiene muy poco que ver con la racionalidad económica y que entra en este ámbito de «sálvese quien pueda» y de falta de credibilidad del régimen del que hablamos al comienzo de este artículo. Imaginen una embajada en Cuba vendiendo compresas o papel higiénico a los pequeños comercios.
Enredar al comercio con la inversión extranjera por medio de estas medidas «conlleva una altísima responsabilidad para que tengan el resultado inmediato que espera la población», reconoció la señora Díaz Velázquez.
A nivel teórico, la ministra cree que las ventas en MLC incrementarán las ofertas en pesos y, con ello, se podrá contrarrestar el aumento de la inflación y estabilizar la oferta. El problema es que este ciclo lleva más de un año funcionando y no ha dado resultado alguno. Por tanto, ¿qué motivos hay para esperar que ahora pueda ser diferente? Ninguno. Las cifras del sector son las mismas. Nada ha cambiado ni cambiará, por lo que cualquier transformación resulta imposible.
Hay mucho de pérdida de intermediarios y agentes comerciales que el comunismo eliminó desde el primer momento. Recuperar el comercio va más allá de parches en la inversión extranjera
El comercio cubano, moderno, competitivo y eficiente antes de 1959, se ha convertido en un desecho inútil tras 63 años de dominación comunista. Probablemente sea uno de los sistemas comerciales más inoperantes e injustos del mundo, con una infraestructura envejecida, subutilizada y deteriorada sin estímulos para mejorar los abastecimientos. Hay mucho de pérdida de intermediarios y agentes comerciales que el comunismo eliminó desde el primer momento. Recuperar el comercio va más allá de parches en la inversión extranjera.
La obsesión del régimen con primar el mercado estatal y de interferir en los negocios que puedan surgir para potenciar la producción nacional, lograr los encadenamientos productivos y que ello termine en una oferta de bienes y servicios a la población, conduce al desastre mismo de las medidas que carecen de experiencia en otros países del mundo, y que, lejos de despejar las condiciones operativas, las van a hacer más confusas, autorizando a determinadas inversiones extranjeras y a otras no, y priorizando lo que se tiene que hacer en base a decisiones políticas y discrecionales, lo peor que le puede ocurrir a una economía.
Y en medio de este entorno nacional de desabastecimiento generalizado que sufren los cubanos, a los dirigentes que participaron en la Mesa Redonda se les ocurrió que hay que exportar como sea y cuanto antes. ¿Exportar qué? Al margen de que se reivindicó la organización monopolista estatal del comercio exterior, que supone el control absoluto de esta actividad y la ejecución por entidades estatales de las operaciones de exportación e importación, a lo que «no se ha renunciado ni se renunciará», como dijo alguno de los dirigentes comunistas para que nadie tuviera la menor duda, se siguen viendo «riesgos» derivados de aplicar estas medidas, dentro de esa manía obsesiva de los comunistas cubanos con todo lo que tiene que ver con libertades económicas.
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Nota de la Redacción: Este artículo fue publicado originalmente en el blog Cubaeconomía y se reproduce con autorización de su autor.