A la espera de milagros
Cuando un acontecimiento quebranta las conocidas leyes de la naturaleza o las dudosas de la historia suele ser calificado de milagro. No basta con que sea inexplicable, también debe tener una consecuencia favorable.
Da la impresión que desde los dos polos políticos de Cuba solo la realización de un hecho milagroso podría evitar una presumible catástrofe nacional.
El sector oficialista sueña con un mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos que alivie las restricciones y elimine las sanciones; deposita sus esperanzas en un retorno de Lula al poder en Brasil, que sirva para salvar al gobierno de Maduro en Venezuela; tiene fe en que sus vacunas podrán ser vendidas en todo el mundo. Si no fueran tan (supuestamente) ateos dedicarían sus oraciones, sus conjuros, al cumplimiento de esos prodigiosos sucesos.
Tenían la ilusión de que «ahora si van a autorizar las pymes». Por el contrario, vieron cómo se consagró el sistema empresarial estatal como la forma de gestión dominante en la economía
Afincados caprichosamente en sus posiciones, los que detentan el poder han cerrado toda posibilidad de diálogo; es más, han conseguido que esa opción se perciba como una inmoralidad para el que la proponga del lado opositor. Han cerrado las puertas a las tendencias reformistas de la economía al proclamar que el ejercicio de las profesiones de forma privada y la importación de mercancías para el comercio interior en manos de particulares «conducirían a errores estratégicos y a la destrucción misma del socialismo y por ende de la soberanía e independencia nacionales».
Del otro lado, menos monolítico, los que aspiran a un cambio profundo que desista de una vez de «la construcción del socialismo» ya saben que fueron excesivamente optimistas los pronósticos de que en el Octavo Congreso del Partido Comunista podría producirse un viraje desde arriba. Tenían la ilusión de que «ahora si van a autorizar las pymes». Por el contrario, vieron cómo se consagró el sistema empresarial estatal como la forma de gestión dominante en la economía. Los más jóvenes, que creyeron encontrar formas de discrepar que no fueran calificadas de mercenarismo, de pronto se vieron acusados de intentar un golpe blando.
A la luz de los confirmados límites a la economía y el blindaje de la intolerancia ideológica que sostiene la criminalización de la discrepancia, solo queda doblegarse sumisamente, escapar de la Isla o asumir las consecuencias de la rebeldía.
Los que mandan en Cuba apuestan a la masiva mansedumbre y creen poderle sacar rédito a una nueva crisis migratoria.
Aquellos que no están de acuerdo con la política trazada por la dictadura y se niegan a simular obediencia o a emigrar se están quedando con la explosión social como única salida. También pudiera ocurrir que el arcángel Miguel baje del cielo con su justiciera espada.