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A los socialistas

A los socialistas

Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Carles Puigdemont. | Alejandra Svriz

Hay dos razones fundamentales por las que tanta gente da por hecho que Pedro Sánchez cederá a las exigencias de Puigdemont y seguirá siendo presidente. Una tiene que ver con la naturaleza del personaje, de quien se ha contrastado de sobra que carece de moral y, por tanto, puede acondicionar sus principios a las necesidades del momento. La otra es la ausencia de presión social, sobre todo del votante socialista, cuyo único deseo, como se comprobó en julio, es impedir que el Partido Popular llegue al gobierno, sin tener en cuenta en absoluto el proyecto, las ideas y el propósito de seguir en el poder.

Me temo que es ya tarde para cambiar la personalidad del que manda, pero quizá -sólo un remoto quizá, hay que admitirlo- estamos aún a tiempo de elevar la presión social hasta el punto que se necesita para impedir la catástrofe que se avecina, porque sólo así se puede considerar la decisión de quebrantar nuestra Constitución, dar la razón a quienes se levantaron contra ella el 1 de octubre de 2017 y traicionar a quienes la defendieron en aquellos dificilísimos momentos, desde los policías y guardias en los colegios de Barcelona hasta el Rey con su célebre discurso. Todo eso es el significado de la propuesta de ley de amnistía -o como se le acabe llamando-, que, como ya ha dicho algún dirigente separatista, es una invitación a volver a declarar la independencia, pero esta vez con el apoyo del Gobierno español.

La presión social es escasa, en parte porque una gran parte de la sociedad no percibe el riesgo del que alertan algunos políticos y columnistas. Al Gobierno le gusta destacar la tranquilidad que reina en la sociedad porque eso demostraría que quienes sí compartimos una enorme inquietud por la situación política somos, en realidad, unos catastrofistas. No pasó nada con los indultos ni con la eliminación de la sedición ni con la rebaja de la malversación ni con el diálogo bilateral con la Generalitat ni con el pacto con Bildu ni con la ley del sí es sí. No pasa nada. Tampoco pasará nada con la amnistía.

Entiendo que la mayoría de la gente tiene ocupaciones más urgentes que preocuparse por la composición territorial del Estado o por la constitucionalidad de nuestras leyes. Llevado al extremo, muchos te dirán fuera de Cataluña y el País Vasco que les importa un bledo lo que ocurra en esas dos comunidades.

«No hay que mirar tan atrás para verle el rostro a una dictadura. Ni hay que mirar tan lejos para ver democracias que se volvieron regímenes autoritarios ante la pasividad de sus ciudadanos»

Por lo demás, cuando quienes apoyan al Gobierno afirman que no pasa nada, imagino que se refieren a que no hay un golpe de Estado ni Cataluña se ha independizado todavía. España sigue siendo una democracia. Las democracias tienen la fortaleza del junco y pueden resistir el embate de políticos corruptos y gobernantes inmorales. También puede resistir a la apatía de los ciudadanos, que suelen darla por descontada y raramente la defienden.

Sin embargo, como el mundo sabe muy bien, las democracias no son invencibles. También la raíz del junco se pudre y la hoja acaba por secarse y quebrarse. Las raíces de la democracia son sus instituciones, el Congreso, el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional. Las tres están hoy socavadas por los intereses políticos. La democracia española es muy joven aún. Todavía viven una gran cantidad de españoles que la vieron nacer. No hay que mirar tan atrás para verle el rostro a una dictadura. Ni hay que mirar tan lejos para ver democracias que se volvieron regímenes autoritarios ante la pasividad de sus ciudadanos.

No permitamos que ocurra eso en España. Preguntémonos si lo que planea el Gobierno es justo y democrático. Incluso considerándolo remoto a nuestros intereses, indaguemos si decisiones como la amnistía a los condenados por el procés pueden acabar afectando a nuestro actual modelo de vida y a la convivencia entre los españoles.

A los votantes y militantes socialistas sólo cabe pedirles una mínima consecuencia con las ideas que dicen respaldar o defender. Tal vez, ahora mismo, todos coinciden en el objetivo de mantener a Sánchez. Entre ellos, hay sin duda fanáticos que consideran que el presunto delito de Rubiales es mucho más grave que los delitos probados por los que Puigdemont huyó de la justicia. Con esos no hay ya forma de razonar. Pero quiero creer que hay otros que, al menos, se preguntarán si Sánchez no está yendo demasiado lejos. Pídanle al Gobierno una respuesta a esa pregunta. ¿No avergüenza a los votantes socialistas el desfile de ministros defendiendo hoy lo contrario de lo que rechazaban categóricamente hace tres meses? ¿No queda un mínimo de dignidad, de sentido del honor en el socialismo español? ¿Cómo pueden creer los votantes socialistas que es mejor emprender toda una legislatura tutelada por Junts, ERC y Bildu que buscar alguna forma de entendimiento con el PP para evitarlo? ¿Se siente el votante socialista más cerca de Puigdemont o de Otegui que de Núñez Feijóo? ¿Es que el socialismo español ha perdido el sentido común?

Aún estamos a tiempo de que el Gobierno entienda que está actuando en contra de los intereses generales y poniendo en peligro la democracia. Con los socialistas al frente, la sociedad española -que respaldó masivamente al PP y el PSOE en las elecciones de julio está aún a tiempo de decirle al Gobierno que no podemos tolerar la humillación de que un político racista que lidera un partido regional minoritario que odia a España decida nuestro futuro.

 

 

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