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“A mi querido Abdelaziz… de tu Conchita”. Cartas entre españolas y marroquíes durante el Marruecos colonial

Prólogo. La manera en la que yo leo una Carta es –esta– (1)

Escribir es comprender, leer es seguir las señales. A veces este juego se invierte o entrecruza haciendo de la escritura y la lectura algo nunca definitivo ni cerrado, abierto al vendaval de cada experiencia. Escribir es preguntarse en la oscuridad y aguardar que llegue la luz. Leer es quedar encandiladas, como cuando expuestas a la luz del sol, necesitamos entrecerrar los ojos para ver. Entonces, abrir los ojos y cerrarlos, leer y escribir son operaciones que entrañan múltiples posibilidades. Una de ellas es esta que aquí ofrecemos: la posibilidad de ver y custodiar lo inaudito.

Lo inaudito.

Cartas y documentos archivados en cajas durante más de setenta años. Encerradas sin escucha ni medida, movimiento postal retenido, clasificado y en letargo. Cartas archivadas y con ellas, secuestrado también el movimiento de los cuerpos, las palabras y el silencio. No hay encierro más implacable que el del tiempo.

Serendipia.

Al hallazgo valioso de algo que se encuentra de manera accidental o casual se le llama serendipia. Fue así como uno de nosotros dos se encontró con estas cartas y, luego, mucho tiempo más tarde, como sucede en los cuentos, la vida nos hizo encontrarnos.

El hallazgo de las cartas se dio en un lugar cerrado, en el Archivo General de la Administración cuya sede está en Alcalá de Henares. De los seis archivos nacionales, este conserva los fondos del siglo XX, junto a un importante volumen de fondos de la segunda mitad del siglo XIX. Nuestro encuentro, en cambio, tuvo lugar en un sitio abierto a la luz y azotado por un fuerte temporal de viento, del otro lado del mar, en esa zona que durante un tiempo se llamó Protectorado español.

Fue así, llegadas de imprevisto a nuestras vidas hemos pasado muchas horas leyendo estas cartas que nunca tuvieron que llegar a nuestras manos, tampoco a nuestros ojos. Son cartas escritas por “más mujeres que hombres” y leyéndolas hemos encontrado la orientación y el vuelo para alumbrar este trabajo.

La palabra “carta” fue recogida por vez primera en 1140 (del lat. charta; del gr. khártes). Cartear y cartero se recogen en 1607, aunque el servicio postal ya existía en Roma y era incierto, lento y cansado. Roma, Manresa o Tetuán, Melilla, Granada o Tánger, la escritura de una carta, cualquiera que sea su remite o destino, ha sido y sigue siendo una entrega incondicional al diálogo. No existe otro modo de comunicación escrita que abra con tanta potencia el juego libre entre confianza y espera, entre escucha receptiva y esperanza. Durante todo este tiempo, mientras pensábamos cómo hacer, nos hemos orientado por nuestro deseo y hemos convivido con estas cartas tratándolas con sumo cuidado. Mientras las leíamos –terrible intromisión– nos hemos sumergido en la escritura epistolar dirigiéndonos largas cartas, telegramas como notas, que nos han permitido recordar y comprender ese tiempo de esperas y silencios que la escritura de una carta conlleva. Nuestro deseo: hacer que esta correspondencia que no pudo llegar a su destino llegue ahora a otro lugar. Entonces, leer y escribir con el deseo de hacer que a la verdad llegue algo de verdad, deseo de traer al mundo el gesto de otras experiencias.

He escuchado narrar muchas veces las historias de mi tatarabuela Catalina, llegada a Orán a finales del XIX y enterrada en Casablanca. Con ella, la historia de sus hijas, hermanas y primas, mujeres nacidas en el Protectorado francés y español, en el que también he nacido. Estas mujeres trabajaron, estudiaron, montaron negocios y los hundieron, decidieron no casarse, se casaron varias veces, amaron con desmesura a sus amantes y maridos, hicieron estraperlo de medias, viajaron solas y, sobre todo, escribieron largas cartas cultivando con pasión un género literario que han practicado más mujeres que hombres a lo largo de la historia y que custodia el cuidado y el gusto por las relaciones. Cuando empecé a estudiar las interpretaciones clásicas sobre el poder y lo femenino padecí la estrechura y el esfuerzo de tener que encajar las experiencias de libertad de las mujeres de mi familia en lo que dichas interpretaciones señalaban. También tuve que estudiar que las guerras se ganan o se pierden y que traen escritas con ellas quién ganará la partida. Que el poder gana siempre y que nunca seremos nosotras –las mujeres, quienes buscan refugio, pobres, inmigrantes, extrañas y extraños por los márgenes– protagonistas de la historia. Existe, pues, un problema de interpretación y de “violencia hermeneútica” (Rivera Garretas, 2019) que contradice la experiencia femenina y se empeña en ajustarla en una opresión y victimización que si bien es cierta, no lo cubre todo en la vida de nadie.

Estas cartas traen con ellas el quiebre de una experiencia que atraviesa el discurso histórico de la Guerra Civil Española, yendo más allá de la lógica vencedores y vencidos. Al igual que los relatos que escuché contar de niña a mi abuela, estas cartas escritas por “más mujeres que hombres” enseñan que entre medias de la opresión y la libertad –en esa lengua de arena entre el ser y la historia– la verdad acoge múltiples formas más allá de la lógica de las víctimas, ampliando dicha condición y, en muchos casos, trascendiéndola. Sus protagonistas lo hacen mostrándonos la potencia de una revolución de gestos y palabras tejidos en relación, bendita deixis que sostiene y nutre el juego humano de la vida. Desde ahí, nuestra experiencia de lectura y el resultado de nuestro trabajo cuestiona los tópicos con los que, de manera habitual, se interpreta la posguerra española, esbozando una cartografía que se resiste a esquematizaciones. Se trató de un tiempo de contrastes en el que convivieron, no sin violencia, el deseo y la pobreza, la retórica de un pasado glorioso y la dureza del presente, las continuidades y las rupturas, el afán de supervivencia en el interior y el exilio en el exterior.

Hemos leído estas cartas durante más tres de años y entendido con ellas que la experiencia personal pide medidas, más que clasificaciones, pide escucha y ojos abiertos para el asombro. Se trata de descifrar, no explorar, de acoger y traer lo que en ellas hay de valor para la propia vida y el presente. Durante estos años, mientras las leíamos, hemos aprendido los nombres de quienes las escriben y el de sus familiares. A veces, le puede suceder a quien lea y no importa, los nombres se confunden en un entramado epistolar y humano que interesa, pues señala que nuestras y nuestros protagonistas pusieron las relaciones en el centro de sus vidas. Desde ahí, se sinceran y entregan, a veces también mienten, pero lo hacen en primera persona y esto abre un pasaje único en el discurso de la historia. A veces, la lectura de estas cartas te devuelve la propia piel y con ella, sentir originario (Zambrano, 1987), una experiencia de comunicación humana que muchas y muchos hemos practicado y que, quizá, se pierda.

Hay quienes revisan con ansiedad el buzón cada mañana y escriben cada día, aunque nadie responda. Hay quienes tardan en responder, hay quienes sufren porque no pueden escribir más y quienes escriben cartas largas cargadas de ternura. También hay cartas breves, certeras como un dardo o ligeras como el vuelo de una alondra. Las hay precisas y furiosas, como una flecha, porque hay quienes escriben con vehemencia y hay cartas escritas con la maestría de una heredera libre del arte narrativo del siglo XIX. Hay despedidas con insólitos abrazos y hay quienes, de manera original, hacen suyas las leyes de la gramática con un criterio único, que busca trascender la dificultad de la distancia, acercando aún más las palabras y los cuerpos. Hay cartas en las que la disputa ocupa todo el argumento hasta que en el último párrafo llega la reconciliación final y respiramos con alivio. A veces –para qué negarlo acaso– también con pesadumbre.

Cada carta es un lugar físico y fantástico en el que las palabras, los signos y los espacios en blanco se conjugan en un tiempo desligado del tiempo común. El tiempo y el espacio de las cartas es otro y solo desde ahí, aceptando un chronos que se disuelve en kairós, podemos recordar la eternidad que se abre entre la despedida de una carta y la anhelada respuesta, entre una carta que se retrasa y los espacios entre líneas, los silencios. El abismo o la estrecha cercanía ante la imagen cazada en una fotografía y enviada junto a un beso marcado con carmín. Porque el amor, hilo de una madeja antigua, nos llega también con ellas. También con el amor nos llegan la calamidad y el abandono, junto a la apertura, que dicho estado permite, de acoger la alteridad. En definitiva, estas cartas nos devuelven el mundo –ese espacio político– junto a la experiencia personal, haciendo de la historia, historia viviente (Zambrano, 1991; Martinengo, 2011). Hay cartas que nos tocan con verdad, más si cabe cuando la lengua acierta a decirse manteniendo unidos el cuerpo y la palabra. Todo esto tejido a una trama de informes policiales y pesquisas que se va atando y desatando desde una continuidad muy suya y que estas cartas nos devuelven, junto con un pasado cercano que sigue pidiendo rescate y redención. Entonces, abrir y cerrar los ojos para ver. Leer y seguir el movimiento de estas cartas, que revelan y se rebelan a su destino.

Carto-grafía orientativa. Una estafeta para sentir y pensar

En una primera parte introductoria presentamos un estudio del contexto, lugares, personas y tramas políticas que conformaron las relaciones y las cartas en Marruecos y en España, entre 1936 y 1956. Ofrecemos las herramientas para situar el contexto histórico y reflexionar sobre esa sociedad colonial, franquista, jalifiana, a caballo entre varios mundos, entrecruce de gentes y formas de ser. Para situar los entresijos del poder en su justa medida, los aparatos del poder colonial y las rendijas por las que escapan esas relaciones íntimas que muestran el carácter político de la vida privada, devenida “asunto” para las autoridades.

En una segunda parte del libro hemos seleccionado un nutrido conjunto de cartas. No podemos negar la incomodidad que nos supuso volver a ordenar estos materiales que ya fueron “clasificados” en otro tiempo con fines bien distintos a los nuestros. Además de desclasificar, en el sentido de “levantar el secreto o reservado” de los documentos, queríamos dar a nuestra selección un tono ilustrador, organizando formas de representación y subgrupos sociales, aun a sabiendas de que podíamos incurrir en una nueva clasificación aleatoria. En realidad, casi todas las cartas se podrían ubicar en diversos apartados porque la riqueza narrativa que albergan es inclasificable. Pero, siguiendo sus trazos comunes nos hemos atrevido a abrir una pequeña oficina de correos transdisciplinar, una estafeta filosófica-histórica-antropológica, desde la cual hemos ubicado estas cartas: según el tipo de relaciones (amistades, matrimonios, pasiones), la adscripción religiosa (ellos musulmanes, ellos judíos) o los campos de poder (conversiones, estrategias, grietas). Estas cartas manuscritas o a máquina son intercambiables a modo de cartas de baraja. La censura colonial las ordenó en expedientes y dio órdenes sobre ellas. Nosotros las hemos reordenado.

La primera y la segunda parte de este libro no se pueden leer de manera separada. Invitamos a ir y venir entre secciones, a releer las cartas, a imaginar y pensar. Estas cartas son negativos de unas vidas que reconocer y en las que reconocerse.

Las cartas que presentamos se encuentran repartidas en diversas cajas de la sección de África del Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares), destino de una gran parte de la documentación del Protectorado español en Marruecos. Para evitar repeticiones cansinas al público lector, citamos aquí la ubicación de los expedientes en las cajas, y solo mencionaremos el número del expediente cuando citemos algún fragmento de carta o la carta en su totalidad. Las series de expedientes no siempre están completas. Y no todos los expedientes comprenden correspondencia, sino que en ocasiones incluyen únicamente breves notas con la referencia de los nombres. Otros, en cambio, contienen numerosas cartas y otro tipo de documentos, tales como fotografías y postales.

La administración colonial clasificó los expedientes del 1 al 700. Cuando estos documentos fueron trasladados al Archivo General de la Administración, los expedientes fueron catalogados en cajas con la siguiente signatura: Expedientes del 1 al 73 (caja 81/2568); del 75 al 100 (caja 81/2569); del 101 al 160 (caja 81/2570); del 161 al 300 (caja 81/2571); del 301 al 399 (caja 81/2572); del 400 al 551 (caja 81/2573); del 552 al 698 (caja 81/2574). En nuestro estudio, en caso de mencionar algún documento de otra sección, citaremos la fuente.

Tras la independencia de 1956, la documentación de la administración colonial trasladada a la Península no siempre mantuvo la organización original y quedó dispersa en su actual destino. La concentración de este material en cajas numeradas ha facilitado nuestro análisis. Esta concentración es indicativa de un largo trabajo de censura que ocupó y preocupó a los administradores coloniales de los años 1940 y 1950 para impedir esas relaciones catalogadas como “rarezas”. No fueron rarezas, sino la vida misma, sentida en primera persona por mujeres y hombres, de unas gentes de carne y hueso.

Para complementar toda esta documentación y enriquecer su interpretación, hemos seleccionado una muestra de imágenes y fotografías de lugares, instituciones y sobre todo de personas, en muchos casos los sujetos directos de los expedientes. Esta documentación visual procede del Ministerio de Cultura y Deporte, Archivo General de la Administración (Fondo de la Alta Comisaría de España en Marruecos); del Archivo Municipal de Cádiz (Fondo Varela), del Archivo Bennuna de Tetuán, del Archivo Fotográfico de la Biblioteca General de Tetuán y de las colecciones particulares de los autores.

En la segunda parte del libro presentamos muestras de los diferentes expedientes. Para cada apartado hemos seleccionado una o varias cartas y en caso de existir información de la Delegación de Asuntos Indígenas (DAI) y de otras instituciones, la hemos incorporado para ofrecer más luz sobre el contexto de las cartas y sus protagonistas. Para diferenciar más claramente la autoría, trazamos en letra cursiva nuestros propios comentarios, observaciones y aclaraciones a las cartas y documentos.

La muestra propone un mapa con varios caminos posibles, que tienen en cuenta las cronologías pero no se someten a la linealidad temporal. Las cartas están escritas desde la década del cuarenta al cincuenta. Nuestro relato se articula en bloques temáticos relacionados con aspectos clave de la época, que funcionan como capítulos autónomos, aunque entre ellos existan conexiones y encadenamientos.

Tras una ardua selección, presentamos esta muestra. La documentación no tenía un orden “lógico” ni coherente. A menudo, los dosieres contienen un caos de notas, chismes, rumores, malentendidos y malas intenciones destinadas a mantener un orden que era alterado por las relaciones cotidianas. Relaciones que eran el caos para la mente de los censores. Ellos eran el orden.

Queremos resaltar la importancia de observar si la carta es copia u original, ya que la lectura no es la misma. Las cartas duplicadas, copiadas a máquina por los censores, llegaron a su destino, las originales ven solo ahora la luz, y explican las angustias y reacciones generadas entre quienes no las recibían. Con nuestra etiqueta de “carta original” o “carta transcrita a máquina por la censura” hemos querido resaltar el efecto de las cartas sobre las personas con su llegada o ausencia, y apelamos a la imaginación para sentir y pensar qué pensaban y sentían tanto quienes intercambiaron el correo, como quienes no lo recibieron.

Hemos respetado la acentuación original, las erratas e incorrecciones, la libertad de estilo, propia de cada autora o autor y de la propia documentación de la DAI. Para mantener el anonimato requerido por las leyes archivísticas, hemos eliminado los apellidos y alterado los números de las direcciones postales, pero hemos mantenido nombres y ubicaciones generales, porque no hemos querido amputar por segunda vez la existencia de sus protagonistas. Pero el dilema ético no termina aquí. Esta historia desenterrada puede despertar la curiosidad de descendientes y conocidos, quizás de alguna persona todavía viva. Bienvenidas sean sus preguntas y consultas y el derecho a conocer, a olvidar o a no recordar. De hecho, nuestro periplo por el presente, en Marruecos o en España, nos ha permitido conocer a algunas y algunos de sus protagonistas o a sus descendientes.

Y escribo estas últimas líneas en el propio archivo, en una última visita, rodeado de montañas de cartas y expedientes. Al abrir cada expediente, se repite la emoción de abrir unas vidas, como una lámpara de Aladino de la historia. Noviazgos, amoríos, desencantos, matrimonios, desesperos, esperanzas, inocencias, malajes. Sepan quienes leen que hubo muchas relaciones perseguidas, pero fueron perseguidas porque existieron. A su existencia va dedicado este libro.

  • Poema de Emily Dickinson, Fue culpa del Paraíso (2012).
Ejemplos de postales, cartas y telegramas estudiados
Dos protagonistas de las cartas

Este texto corresponde al libro que la editorial Icaria acaba de publicar y que se puede adquirir aquí.

 

Nieves Muriel García y Josep Lluís Mateo Dieste

 

 

 

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