A solas con un coloso de la literatura – John Irving: «Me gustaría morir sobre mi escritorio con una frase inacabada, dejar un rompecabezas»
El estudio de John Irving está en un décimo piso amplio y luminoso de Toronto. Las estanterías que forran las paredes recogen la vida del escritor en fotografías que a él le gusta explicar: él de niño, en la boda de su madre, con sus compañeros de equipo delucha libre, con sus hijos… Ahí está su vida y también sus novelas, pobladas de un mundo Irving muy reconocible para sus fans, con padres ausentes, madres peculiares, protestas políticas, sexo…
John Irving habla con detenimiento y generosidad de su rebeldía política, su hija transexual, la religión, la guerra… Este es el resumen de dos horas de interesante conversación con uno de los grandes de la literatura contemporánea; un rebelde simpático, además. Su nueva novela, El último telesilla (Tusquets), es un largo trago (tiene 1056 páginas) de puro Irving.
XLSemanal. Dice Nora en su novela que todo gira en torno al sexo y los secretos. Este libro contiene bastante sexo…
John Irving. Siempre lo hay en mis novelas. Me rebelo contra las inhibiciones y los prejuicios sexuales. Provengo de la zona más puritana de Estados Unidos y una parte de mí se rebela contra ella. Aunque ahora los puritanos de los años cincuenta parecen buenos comparados con los republicanos de hoy. La incultura de Estados Unidos respecto al sexo es mayor ahora.
XL. El libro tiene más de mil páginas. ¿No le da miedo que eso disuada a los lectores?
J.I. No creo que los lectores encuentren este libro difícil por su longitud. Los críticos sí lo harán. Pero nunca he tenido una relación cordial con ellos. No escribo para los críticos. Podría haber sido una trilogía, pero me habría parecido que hacía trampa porque yo habría cobrado por tres novelas y mis lectores tendrían que esperar años entre uno y otro libro.
«Los republicanos de ahora son peores que los puritanos de los años cincuenta»
XL. Sus novelas son muy políticas.
J.I. Cada vez más porque el ala conservadora del Partido Republicano está más a la derecha que nunca. Desde 2019 también soy canadiense. He conservado mi nacionalidad estadounidense porque quiero seguir votando. Y mi padrastro, dos de mis hijos y mis cuatro nietos viven en Estados Unidos.
XL. ¿Su hija Eva, que es transexual, le ha ayudado a construir el personaje de Elliot?
J.I. No es la primera vez que Eva ha sido una heroína sexual o una pionera a mis ojos. Primero ‘salió del armario’ como chico homosexual. Entonces, le dije que lo quería y le regalé un ejemplar de El cuarto de Giovanni, de James Baldwin. Cuando nació, lo llamamos Everett por mi abuelo. Y, cuando nos dijo que estaba transicionando hacia mujer, le pregunté qué nombre elegiría, para tatuármelo. Y eligió llamarse Eva, como habíamos pensado llamarla si era niña. (Nos enseña su brazo donde lleva tatuados los nombres de Janet, su mujer, Everett y Eva).
XL. De siempre se ha interesado por los marginados sexuales.
J.I. Desde mi infancia. Formó parte de mi crecimiento. Mi madre era auxiliar de enfermería. Trabajaba en un servicio de asesoramiento familiar atendiendo a jóvenes solteras embarazadas en una situación muy dura. Yo la oía hablar con la televisión –a menudo discutía con los políticos que aparecían en la tele–. Decía: «Si los hombres tratan a las mujeres como si fueran minorías sexuales, ¿cómo tratarán a gais y lesbianas?». Además, tengo un hermano gay y una hermana lesbiana. Crecí siendo consciente de que en mi familia había gente que podría sufrir maltrato.
XL. Debió de ser difícil para ellos.
J.I. Eran el único gay y la única lesbiana del instituto en un pueblecito de New Hampshire. Te puedes imaginar cómo era el ambiente de los vestuarios de mi equipo de lucha libre con las mujeres o las personas queer. A menudo tenía que decirle a alguno de mis compañeros de equipo: «Tengo un hermano gay. Tengo una hermana lesbiana. Así que cállate». Antes de escribir sobre ello, ya era un aliado de las mujeres y de los homosexuales.
XL. En esta novela, le da mucha importancia a la estatura.
J.I. Siempre me ha interesado la gente pequeña. En mi familia, yo era el pequeño, en edad y tamaño. En mis años de lucha libre era también de los pesos ligeros. En la lucha entrenas con los de tu tamaño, no te mezclas con los otros. Competí durante 20 años, de 1956 a 1976, y luego entrené hasta los 47 años. Es mucho tiempo en compañía de gente que está agrupada por el tamaño.
XL. También hay fantasmas en El último telesilla. ¿Cree en ellos?
J.I. No soy espiritual ni religioso y nunca he visto uno. Pero me habría gustado. Y personas racionales en las que yo confío han tenido esas experiencias. Además, yo he sentido ciertas presencias de gente fallecida a lo largo de mi vida. Cuando pierdes a gente que quieres, tú sigues adelante y a veces los percibes, sean fantasmas o no.
XL. ¿Con quién le sucede?
J.I. Con compañeros de colegio y de universidad que murieron en Vietnam. Yo me libré sin pretenderlo. Me había inscrito en el Cuerpo de Oficiales de Reserva porque mi padrastro, que había sido sargento durante la Segunda Guerra Mundial, me dijo: «Te van a reclutar y es mejor ser oficial». Así que me inscribí. Pero me casé, tuve un hijo y cuando se lo conté al oficial al mando me dijo: «Estás fuera». Y me libré de Vietnam.
XL. Una suerte.
J.I. Muchos de mis compañeros de estudios habían muerto ya en 1968. Los recuerdo cuando tenían 15 y 16 años. Todavía puedo verlos. No desprecio las creencias de otras personas, pero si existiera un Dios todopoderoso le haría un montón de preguntas difíciles. Todas las religiones son culpables. La religión es más bien la perdición de la civilización que su salvación.
XL. Pero la religión le interesa…
J.I. He hecho cursos de religión comparada y de historia de la religión. La Biblia es literatura, es historia… Pero es imposible leer el Antiguo Testamento y no quedarte abrumado con tanta matanza. El Antiguo Testamento es una novela de terror.
«Nunca quise conocer a mi padre biológico. Mi padrastro ha sido el único padre en mi vida. Va a cumplir 99 años. Lo quiero»
XL. Las madres son cruciales en su obra. Imaginamos a la suya como una mujer especial. ¿Cómo era su madre?
J.I. Ha sido quizá lo más importante para mí. Me habría gustado haberlo dicho antes, cuando aún vivía. Pero solo lo dije después de su muerte. Lo que realmente la diferencia de tantas madres sobre las que he escrito es que ella no guardaba secretos. En mi familia le reprochaban que me hablara de cosas que yo era demasiado joven para oír.
XL. No le habló de su padre biológico.
J.I. Sabía quién era, claro, llevaba su apellido; sabía que había sido soldado en la guerra y que no nos veíamos porque así lo había decidido mi madre. «No te pido nada, pero deja a Johnny en paz. Quiero mi propia vida y no te quiero en la suya», fue más o menos lo que le dijo a mi padre. Y él lo aceptó. Luego me enteré por mis primos de que a veces fue a verme a las competiciones de lucha libre. Y, cuando me hice famoso tras el éxito de El mundo según Garp, mis primos me dijeron: «Igual se pone en contacto contigo y te pide algo». Pero no lo hizo. Y mis primos localizaron su dirección y me la pasaron. Ellos estaban más interesados en que nos reuniéramos que yo.
XL. Usted no estaba interesado.
J.I. Mi madre se volvió a casar cuando yo tenía 6 años, con un hombre mucho más joven que ella. Me di cuenta inmediatamente de que ese hombre nos haría felices a mi madre y a mí. No quise hacer nada por ver a mi padre biológico por respetar la decisión de mi madre y porque he querido que mi padrastro sepa que ha sido el único padre que he necesitado en mi vida. Cuando era adolescente, mis amigos se quejaban de sus padres. Yo no. Yo he tenido un buen padre. Todavía lo es: este otoño cumple 99 años. Lo quiero. Nunca quise conocer a John Wallace Blunt por no herir los sentimientos de mi padrastro, que era todo para mí.
XL. En sus novelas suele faltar el padre.
J.I. Me preguntan siempre: «¿Es su novela más autobiográfica?». Es cansino.
XL. Yo no se lo he preguntado. Pero sale el estado de New Hampshire, donde usted nació, el protagonista no conoce a su padre biológico y tiene un padrastro estupendo…
J.I. No me lo ha preguntado, cierto. Me gusta comenzar una historia en un entorno realista, conocido, porque cuanto más realista sea al principio, más la creerás cuando se haga cada vez más extraña. Yo escribo desarrollando una historia que tiene un final que ya he imaginado y que no tiene nada de real o autobiográfico.
«Muchos de mis compañeros de colegio y universidad murieron en Vietnam. Si existiera Dios, le haría un montón de preguntas»
XL. Veo que sigue haciendo ejercicio (en su estudio hay una cinta de correr y una bicicleta).
J.I. Sí, hago deporte a diario desde los 14 años. Leo lo que acabo de escribir en la bicicleta o en la cinta. Y me encanta pasear por Toronto. No me importa el frío. Yo no soy de los que se van a Florida en invierno.
XL. La jubilación ni se la plantea.
J.I. Oh, cielos, ni hablar. Me gustaría morir sobre mi escritorio. Y estaría bien hacerlo con una frase inacabada y dejar un rompecabezas de algún tipo.
XL. ¿Le inquieta la inteligencia artificial?
J.I. Hay tantas cosas tangibles de las que preocuparse, incluyendo la obvia falta de inteligencia de muchos humanos reales… No me preocupa que escritores y talentos reales sean sustituidos por un zángano narrativo. He visto películas y series ideadas por humanos que no podrían ser peores. Antes deben abordarse muchos problemas creados por las malas acciones humanas.
XL. Está con otra novela.
J.I. Siempre tengo notas para tres o cuatro novelas. Aguardan al menos cinco o seis años antes de que diga «vale, eres la siguiente»; y esto pasa cuando ya tengo un montón de páginas escritas. No sé si me va a dar tiempo a terminar todas las que están a la espera, pero ahí estoy. No quiero escribir más guiones ni episodios de series de televisión. Ahora solo quiero escribir novelas. Si tuviera 41 años en lugar de 81, probablemente seguiría haciéndolo, pero no es el caso. No tengo tiempo para hacerlo todo. Creo que es una decisión correcta. Y estoy contento.