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A Trump le encantaría ser un fascista» 

 

Esta ocurrencia de Michael Mann, uno de los grandes historiadores contemporáneos del fascismo, que concedió una larga entrevista al Grand Continent, introduce una reflexión más profunda sobre los líderes de extrema derecha -Donald Trump o Jair Bolsonaro- surgidos a finales de la década de 2010. Aunque les fascina la dictadura y están dispuestos a recurrir a la violencia, no defienden un proyecto integral de refundación de la sociedad a través del Estado. Más bien, su ejercicio del poder les lleva a aumentar el peso político de una minoría de la población, la misma que controla la mayor parte de la riqueza mientras defiende una visión ultraconservadora de la moral. Llevada por una figura carismática, como Donald Trump, esta plataforma puede transformar profundamente el campo político, «como ilustra el hundimiento del Partido Republicano: a muchos de sus dirigentes no les gusta Trump pero no pueden controlarle».

Dos años y medio después de su derrota, parece que la temporada trumpiana del Partido Republicano no ha terminado. Esta semana, el jueves por la noche, Donald Trump celebró su primer mitin de campaña en Nuevo Hampshire -un Estado en el que algunos sondeos apuntan a que sería superado por Ron DeSantis-, durante el cual prometió machacar a Joe Biden… Esta candidatura no deja de plantear verdaderos interrogantes sobre el futuro del partido republicano, ya que Donald Trump es ya el primer expresidente que se enfrenta a cargos penales desde que fue acusado por el Gran Jurado de Manhattan el 30 de marzo.

El expresidente parece convencido de que este nuevo episodio judicial podría servirle políticamente: según fuentes cercanas a Trump, dijo que quería «estar esposado» durante su comparecencia ante el tribunal por el caso Stormy Daniels para dar un «espectáculo» que apoyara su discurso martirológico. Pero ahora que empiezan a organizarse las primarias republicanas, esta acusación podría debilitar un poco más al partido. Aunque hoy es poco probable que Donald Trump sea condenado, un juicio podría tener profundas consecuencias para las posibilidades del partido republicano, como señalaba uno de nuestros análisis (que pueden leer a diario, si aún no lo han hecho). «A pesar de la aparente creencia de Donald Trump de que un juicio le beneficiaría política y financieramente -junto con sus muchos otros escándalos legales-, probablemente no le ayudaría a recuperar la Casa Blanca. Aunque el Partido Republicano ya es percibido como demasiado radical por los votantes estadounidenses (ligeramente más que el Partido Demócrata), esta acusación podría ayudarle potencialmente a ganar las primarias del GOP, pero le perjudicaría en las elecciones generales, dados los sucesivos fracasos electorales de la agenda trumpista (o MAGA).»

Así pues, el proceso iniciado durante la última campaña presidencial parece continuar a medida que una parte significativa del electorado republicano endurece sus posiciones aglutinándose en torno a Donald Trump, erigido en figura mesiánica de un neonacionalismo con tendencias insurreccionales. Tras los disturbios del 6 de enero, nos preguntábamos en el Grand Continent si marcaban «el apogeo de un equivalente del fenómeno faccioso en Estados Unidos». Aunque apenas ha comenzado, el giro dado por esta campaña hace temer un recrudecimiento de la violencia.

El trumpismo, entendido como una «religión política», por utilizar el importante concepto acuñado por Emilio Gentile, no ha terminado de hacer daño.

 

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