Democracia y PolíticaDeportes

Abandonando los campos de sueños de Venezuela

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EN PRIMER LUGAR, PUEDE VERSE LA TRADUCCIÓN AL ESPAÑOL  DE LA NOTA. INMEDIATAMENTE, EL ORIGINAL EN INGLÉS.

America 2.1

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En una Venezuela cruelmente polarizada, inmersa en una economía desastrosa y destruida por la violencia criminal, la cultura del béisbol ha sido un refugio de alegre civismo, unidad y tolerancia. Incluso hoy, cuando ese puente construido sobre un abismo sectario parece estar derrumbándose.

Hace pocas semanas, los Marineros de Seattle anunciaron que estaban trasladando su academia de béisbol de verano a la República Dominicana. Las cuatro academias que permanecen en el país –Filis de Filadelfia, Tigres de Detroit, Tampa Bay y Cachorros Chicago- seguirán su ejemplo a comienzos del próximo año. Para los fanáticos del béisbol en Venezuela es un desastre nacional.

Un juego de béisbol en Venezuela no es una excursión relajante al estadio. Es un ritual estridente donde todas las clases sociales y tendencias políticas se mezclan en uno de los pocos terrenos neutrales que quedan en el país. Fernando Pérez, ex-jugador de Tampa Bay, que posee una licenciatura en estudios norteamericanos de la Universidad de Columbia, escribió un ensayo para la revista “Poetry” sobre su experiencia como jugador en la liga venezolana de béisbol: “Escribo desde Caracas, la capital del crimen en el mundo, donde he sido contratado por los Leones” –el equipo de la ciudad capital- “para anotar carreras y evitar la caída de las pelotas en los jardines. A las faldas del cerro del Ávila, en medio de oscuros edificios elevados, los terrenos céntricos del Estadio Universitario” –el estadio de béisbol más grande de Caracas- “llenos por encima de su capacidad, son adecuados para un poema con mucho cuerpo. Un simple cambio de lanzador es una ocasión “para rumbiar” (celebrar)”. “El juego no se mide por los innings o por el marcador. Es marcado por los tambores y bombos palpitantes de la banda de samba que sigue de cerca a un grupo de diosas escasamente vestidas, contoneándose por la mezzanina.”

La Liga de Verano venezolana, un circuito de novatos, fue establecida en 1997 por varios equipos de Grandes Ligas con deseos de desarrollar la reserva de talento local. Para 2002, 21 academias estaban en funcionamiento, con resultados impresionantes: en 1994, sólo 19 venezolanos jugaban en un equipo de Grandes Ligas. En 2010, eran 90 los jugadores venezolanos regulares. Hoy, 120 años desde que se realizara el primer juego en un patio de unas instalaciones ferrocarrileras, los venezolanos se enorgullecen de sus 120 compatriotas que recientemente participaron en los entrenamientos de primavera preparándose para la nueva temporada.

Hugo Chávez, mucho antes de que se convirtiera en el comandante, trabajó arduamente, como cualquier niño pobre venezolano, para convertirse en un lanzador de Grandes Ligas. Aunque él a menudo animaba sus inacabables arengas con jerga beisbolera, por un breve tiempo su revolución bolivariana consideró la posibilidad de eliminar el béisbol profesional, como Fidel Castro (otro fracasado jugador de béisbol) hizo en Cuba en 1960.  El alboroto ensordecedor de militantes de grupos de base chavista puso fin a la idea.

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En 2008, luego de 10 años de la era chavista, en un contexto de inseguridad y un desconcertante control de cambio, los Astros de Houston, que habían llegado al país en 1989, cerraron sus instalaciones y se mudaron a República Dominicana. Las restantes organizaciones han gradualmente desmantelado sus academias. El aumento en los costos en seguridad para prevenir robos a mano armada ha estado entre las muchas preocupaciones de los equipos. Pero estas deserciones reducen asimismo las oportunidades de los jóvenes venezolanos con talento pero económicamente desfavorecidos. Aunque las probabilidades de no llegar a las Grandes Ligas son altas, es grande la oportunidad de recompensa. (El salario promedio en las Grandes Ligas es de $3.2 millones; el salario mínimo es $480.000).

La seguridad pública en Venezuela se ha deteriorado rápidamente. El país tuvo en 2014 la segunda tasa de homicidios más alta del mundo. Muchas estrellas venezolanas de béisbol, como el receptor de los Nacionales de Washington, Wilson Ramos, quien fuera secuestrado en 2011 y se libró por poco de morir durante un intento de rescate aéreo, se ha mudado a los Estados Unidos.

En febrero, luego de una escalada de las tensiones entre Caracas y Washington, el presidente venezolano, Nicolás Maduro, ordenó la expulsión de la mayoría de los funcionarios diplomáticos norteamericanos. Los ciudadanos estadounidenses en viaje a Venezuela necesitarán visas, lo cual ha generado inquietud entre los aficionados locales, ante la posibilidad de que ello impida a participación de jugadores estadounidenses en el torneo local, un lugar de preparación y entrenamiento de primera categoría para jugadores profesionales, por más de 70 años.

Sin “los importados”, como son llamados afectuosamente los jugadores profesionales norteamericanos, nuestra liga de invierno perdería mucho de su brillo.

La historia del béisbol venezolano no tiene nada que ver con las muchas intervenciones militares norteamericanas en la región. A comienzos de los última década del siglo XIX, jóvenes de las élites venezolanas, regresando de estudiar en el extranjero, introdujeron el juego en lo que entonces era un país pobre asolado por fiebres tropicales, interminables guerras civiles y tiranos despiadados. También jugaron un papel importante en el desarrollo del béisbol venezolano exiliados políticos cubanos, residentes de Caracas.

Nemesio Guilló, un joven cubano de buena familia, enviado por sus padres a estudiar al Springhill College, en Alabama, en 1858, es quien llevó el primer bate y la primera pelota de béisbol a Cuba en 1864, mientras la Guerra Civil norteamericana causaba estragos y los cubanos eran todavía súbditos del Rey de España. Muy pronto las autoridades coloniales españolas prohibieron el juego, considerándolo subversivo, pero los independientes jóvenes cubanos prefirieron el béisbol a las corridas de toros y a la monarquía española.

Similarmente, los venezolanos de todas las clases sociales encontraron en el béisbol un ejemplo atractivo de modernidad, igualitarismo y libertad. Como sucede en muchos países caribeños, el béisbol es una parte tan importante de la cultura popular venezolana como asimismo es un deporte profundamente norteamericano. 

Uno sólo puede preguntarse cuál sería el escenario político hemisférico si, en lugar de ser un autócrata delirante que despilfarró la inmensa riqueza petrolera de su país, Hugo Chávez hubiera cumplido su sueño adolescente de ser un jugador de las Grandes Ligas.

Ibsen Martínez es un dramaturgo y novelista venezolano. Su más reciente novela es “Simpatía por King Kong.”

TRADUCCIÓN: Marcos Villasmil

ORIGINAL INGLÉS:

Leaving Venezuela’s Fields of Dreams

In cruelly polarized Venezuela, mired in a disastrous economy and swept by criminal violence, baseball culture has been a haven of joyful civility, togetherness and tolerance. Now even that bridge over the sectarian abyss seems to be collapsing.

Only weeks ago, the Seattle Mariners announced that they were moving their summer league baseball academy to the Dominican Republic. Venezuela’s four remaining academies — those of the Philadelphia Phillies, the Detroit Tigers, the Tampa Bay Rays and the Chicago Cubs — are expected to follow suit early next year. For Venezuelan baseball fans, this is a national disaster.

A baseball game in Venezuela is not a relaxing outing at the park. It is a raucous ritual where all social classes and political persuasions mix in one of the few neutral grounds left in the country. Fernando Pérez, a former player with the Tampa Bay Rays who holds a degree in American studies from Columbia University in New York, wrote an essay for Poetry magazine about his experience in the Venezuelan league:

“I write from Caracas, the murder capital of the world, where I’ve been employed by the Leones” — the city’s home club — “to score runs and prevent balls from falling in the outfield. At the ankles of the Ávila Mount, amongst a patch of dusky high-rises, the downtown grounds of el Estadio Universitario” — Caracas’s largest ballpark — “packed beyond capacity are ripe for a full-bodied poem. A mere pitching change is an occasion ‘para rumbiar”’ — to celebrate. “The game isn’t paced necessarily by innings or score. It’s marked by the pulsating bass drums of the samba band that trail bright, scantily clad, head-dressed goddesses strutting about the mezzanine.”

The Venezuelan Summer League, an all-rookie circuit, was established in 1997 by several American major league teams seeking to develop the local talent pool. By 2002, 21 academies were functioning and producing impressive results: In 1994, only 19 Venezuelans played with a major-league baseball team. In 2010, 90 Venezuelans regularly appeared in big-league games. Today, 120 years after the first game was staged in a Caracas railway yard, Venezuelans take pride in their 102 countrymen who were in spring training camps preparing for the new season.

Hugo Chávez, long before he became the comandante, worked as hard as any poor Venezuelan boy to escape poverty by becoming a big-league pitcher. Though he often enlivened his hourslong harangues with baseball jargon, his Bolivarian revolution contemplated — for a short while — a plan to abolish professional baseball, as Fidel Castro (another failed baseball player) did in Cuba in 1960. The deafening uproar from militant chavista grass-roots groups put an end to that idea.

In 2008, 10 years into the Chávez era and against a backdrop of insecurity and bewildering currency controls, the Houston Astros, who came to the country in 1989, shut down their facilities and moved to the Dominican Republic. The remaining organizations gradually began to cut back on the academies. The growing costs of security to prevent armed robberies were among the many concerns teams had. But these defections deprive underprivileged and talented Venezuelan youngsters of opportunities. Though the odds against making the big leagues are high, the chance of reward is great. (The average major league salary is $3.2 million; the league minimum is $480,000.)

The public safety situation has deteriorated precipitously; Venezuela had the second-highest homicide rate in the world last year. Many high-earning Venezuelan stars, such as the Washington Nationals catcher Wilson Ramos, who was abducted in 2011 and narrowly escaped death during an air rescue operation, have moved to the United States.

In February, with mounting tensions between Caracas and Washington, the Venezuelan president, Nicolás Maduro, ordered most American diplomats to be expelled. United States citizens traveling to Venezuela will now need visas, raising concerns among local fans that this might keep United States players away from our winter league, a top-notch training ground for professionals for more than 70 years.

Without “los importados” (the imported ones), as American professional ball players are affectionately called, our winter league would lose a great deal of its luster.

The story of baseball in Venezuela has nothing to do with the many United States military interventions in the region. In the early 1890s, sons of the Venezuelan elite, returning from studies abroad, introduced the game in what then was a poor country ravaged by tropical fevers, endless civil wars and ruthless tyrants. Cuban political émigrés then living in Caracas also played an important role in the development of Venezuelan baseball.

Nemesio Guilló, a well-to-do Cuban sent by his parents to Alabama in 1858 to study at Springhill College, is credited with bringing the first bat and baseball to Cuba in 1864, while the American Civil War raged and Cubans were still subjects of the Spanish king. Spanish colonial authorities soon outlawed the game, deeming it subversive, but independent young Cubans favored baseball over bullfights — and the Spanish monarchy.

Similarly, Venezuelans of all social classes found in baseball a compelling example of modernity, egalitarianism and freedom. As is true in many Caribbean countries, baseball is as much a part of Venezuelan popular culture as it is an all-American sport.

One can only wonder what the hemispheric political landscape would now be if, instead of becoming a delirious autocrat who squandered his country’s vast oil wealth, Hugo Chávez had fulfilled his teenage big-league dream.

Ibsen Martínez is a Venezuelan playwright and novelist. His latest novel is “Simpatía por King Kong.”

 

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