DemocraciaEleccionesPolítica

ABC: Sánchez, Iglesias y Rivera regalan el debate a Rajoy

mariano-rajoy-pedro-sanchez-pablo-iglesias-albert-rivera-35073Ni siquiera en la corrupción consiguieron los tres aspirantes ganar la partida al presidente en funciones

Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, que perdieron los dientes de leche en las televisiones del Apocalipsis, llevaban meses empeñados en sacar a Rajoy del plasma y medirse con él para que hiciera prácticas, como ellos, en primero de presidente del Gobierno. Ayer lo lograron y está por ver si les va o no a pesar. Con una corbata previsible, un discurso conocido, datos oficiales de la UE, cifras inapelables que hablan de la recuperación de España, una antipatía inocultable por Sánchez y una desconocida por Rivera y, finalmente, un master en dar trigo, el presidente en funciones saltó del plasma para medirse contra «quien predica, que es muy fácil, y no sabe dar trigo». O dicho con otras palabras del candidato popular: los que no saben que «al gobierno no se viene de prácticas, sino aprendido».

Ayer el presidente llegó y se fue del Palacio de Congresos en funciones. Pero no fue el único. Su principal antagonista, con el que protagonizó un duro debate el pasado diciembre, llegó de aspirante a presidente y salió de candidato en funciones. Pedro Sánchez no halló su lugar durante todo el debate: gesticuló, sonrió, murmuró, se quejó soto voce para, al cabo, dejar en manos de su socio, Albert Rivera, ayer en racha, el cruce de acusaciones más duro contra la corrupción en el PP y en las de Pablo Iglesias, que no paró de morderle los tobillos, los ataques más directos contra la política económica de Rajoy. El líder socialista llegó al más puro estilo Obama: de la mano de su mujer, con la compañía de su hermano y la asistencia política de Óscar López y César Luena, ayer ambos a punto de tener que ser asistidos también, ellos por el Samur. La desolación entre las filas socialistas era palpable, sobre todo cuando Rajoy tuvo que reconvenir a su adversario su empeño -hasta en cuatro ocasiones lo hizo- en reprocharle al líder populista que no le hubiera hecho presidente, con el recurrente argumento de la pinza PP-Podemos. El presidente se sumaba así a la denuncia de Rivera en el Foro ABC hace unas semanas contra la obsesión por las sillas de sus rivales. Pero el presidente de Ciudadanos, sin quererlo, también jugó a lo mismo. En su caso lo hizo para quitársela a Rajoy, al que tendió un puente de plata para que «en el ejercicio de su responsabilidad» no fuera un obstáculo para un futuro Gobierno.

Ahí Rivera, como solo hasta entonces había conseguido el periodista Vicente Vallés al reclamarle los recortes que pensaba hacer si volvía a gobernar, logró romper la compostura de Mariano Rajoy. Al presidente en funciones eso de que el cuarto partido marque lo que tiene que hacer el primero no le gusta y así se lo hizo saber. Mientras todo eso ocurría en el plató, Pablo Iglesias seguía empuñando su bolígrafo mordisqueado, en la creencia de que en ese debate solo tenía que dejar pasar el tiempo y atizar, de vez en vez, la pira en la cual quemar a los socialistas.

A diferencia de lo que ocurrió hace unos meses en el debate a cuatro, con la presencia por parte del PP de Soraya Sáenz de Santamaría, los populistas atizaron con la misma fuerza la corrupción de Génova y la de Ferraz. Iglesias saldó sus cuentas personales contra Felipe González, cuando le citó como ejemplo de las puertas giratorias entre la política y la empresa. Tuvo tiempo para hacer humor negro cuando antepuso a la nómina de «colocados» socialistas, que encabezaba el expresidente, un reconocimiento del «dolor» que le producía tener que citar a socialistas como González o Elena Salgado. Irónico por parte de quien, en la segunda sesión del debate de investidura fallido de Sánchez, asoció la figura del primer presidente socialista a la cal viva y a los GAL.

Ni los refugiados, ni la educación, ni la violencia de género, ni el déficit de España lograron despeinar a Iglesias, enfundado en una camisa blanca más discreta para la transpiración que la azul que lució hace seis meses. Solo la alusión de Sánchez a Juan Carlos Monedero y a Íñigo Errejón, como destacados políticos también investigados por irregularidades económicas, le hizo torcer el gesto y murmurar una maldición. Y otro de los momentos más delicados para el secretario general de Podemos fue la alusión del candidato de Ciudadanos -al que por momentos llamaba de usted como si ya no hubiera una patria común para los emergentes- a la financiación de los populistas por parte del régimen chavista.

Estar en el Gobierno permite ver con más perspectiva los problemas. Eso lo demostró el candidato a la reelección que colocó un espejo ante los ojos de sus oponentes para situarlos frente a su visión negativa de España, a la poca autoestima que demuestran en sus intervenciones públicas y la ausencia de fe en las posibilidades de España. El único que respondió inmediatamente a Rajoy fue Iglesias para reclamar «otro país, donde se pueden hacer mejor las cosas». De patriotismo habló sobre todo Albert Rivera y de las contradicciones de Podemos que se dice «patriota» y tiene a sus principales líderes pidiendo un referéndum de autodeterminación en Cataluña, Galicia o el País Vasco.

Pero el peor plato lo tuvo que tomar Sánchez que, a lomos de Rivera, defendió la unidad de España y se mostró en contra de cuartear la soberanía nacional, com pide Iglesias, para recibir un buen rapapolvo de quien intenta arrebatarle la hegemonía en la izquierda: «Es incoherente llamar a Colau independentista y gobernar con ella», en alusión a la entrada del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona. «Touché» pareció farfullar Sánchez. Rivera y Rajoy no tuvieron que hacer más.

Botón volver arriba