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Acelerón hacia el extremismo

El debate del Estado de la Nación mostró a un Sánchez autocomplaciente, radicalizado hasta hacer suyo el programa populista de Podemos, y cerrando puertas a cualquier pacto con el PP

La primera sesión del debate sobre el Estado de la Nación, recuperado para el Congreso siete años después, sirvió para poco más que para certificar que Pedro Sánchez se resiste a sacar conclusiones lógicas de los resultados electorales del PSOE en Madrid, Castilla y León o Andalucía. El auténtico debate se produjo hace unas semanas al abrirse las urnas andaluzas. Lejos de asumir errores y autocrítica en la deriva demoscópica del PSOE, Sánchez optó por un debate autocomplaciente y por asumir el discurso ideológico de Podemos. Sus palabras fueron un anticipo de lo que resta de la legislatura: más impuestos, un gasto público desbocado, más leyes ideológicas y más sesgo social. Y todo ello, sin concretar el alcance real de sus recetas ni los plazos de aplicación.

El del presidente fue un discurso repleto de placebos para luchar contra la inflación. Anunció, conforme al nuevo tic populista adoptado, impuestos extraordinarios a los beneficios de las empresas energéticas y a los bancos –7.000 millones en dos años que necesariamente repercutirán en el bolsillo del ciudadano–, la gratuidad de Cercanías hasta diciembre, ayudas extra de cien euros a los jóvenes, 6.000 nuevas viviendas públicas en Madrid… En su discurso no asomó la ‘pobreza energética’ que tanto manoseó la izquierda cuando estaba en la oposición, ni el fracaso del ‘escudo social’, ni las carencias del ‘ingreso mínimo vital’, ni que España es una de las economías europeas que más dañada está. El resumen de la intervención de Sánchez es que si no hubiese sido por la pandemia y por la invasión rusa de Ucrania, sería un presidente impecable, pero la respuesta de la banca en Bolsa fue inmediata: ayer acumuló pérdidas de hasta 5.900 millones tras el impuesto anunciado por el Gobierno.

Por momentos parecía estar escuchándose a Pablo Iglesias en la tribuna. Sánchez habló de «la gente de a pie», los «poderosos» y los «ricos» para reivindicar otra vuelta de tuerca extremista a su gestión. Ni siquiera ha conseguido convalidar aún su último decreto de medidas contra la crisis –ya desfasado, por ejemplo, en el tope al precio del gas o en el coste de los combustibles–, y ya anuncia otras medidas diferentes. Sin embargo, su problema no es de creatividad o imaginación, sino de credibilidad. Esta vez eludió el triunfalismo para exponerse victimista. Su mensaje de fondo fue que España va mal, pero no es culpa suya, sino de la guerra de Ucrania y de una inflación que afecta a todas las potencias mundiales. Y todo influye, en efecto. Pero Sánchez se ha convertido en un experto en excusas y siempre recurre a factores externos que se confabulan contra él. Tampoco ofreció ninguna señal de rectificación y avanzó que va «a por todas» para concluir la legislatura, esté débil o no, radicalizando al PSOE para restar espacio a Yolanda Díaz y a Podemos. ¿Qué argumento propio les queda a Belarra, Irene Montero o Echenique tras el acelerón de Sánchez visto ayer?

El debate se produjo en un momento emocionalmente sensible. Ayer se cumplían 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, y Sánchez lo orilló. Se limitó a pasar de puntillas sobre sus alianzas con Bildu; respetó, como todo el arco parlamentario, un minuto de silencio en memoria del concejal del PP; y volvió a defender la aprobación de su ‘ley de memoria democrática’ junto a Arnaldo Otegi, incluso a costa de las críticas de la ‘vieja guardia’ socialista. La prueba de su determinación es que acusó al PP de usar el dolor de las víctimas de manera espuria. Pero lo cierto es que si el PP no hubiese provocado el efectismo de dedicar un minuto de silencio por Blanco en su turno de intervención, habría quedado en el olvido. Otro debe en la presidenta de la Cámara.

Además, el debate tuvo lugar con el portazo de Sánchez a negociar con Alberto Núñez Feijóo una renovación definitiva del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Ayer no hubo apelaciones a consensos de Estado entre el PSOE y la oposición. Sánchez tiene claro quiénes son sus socios, cuánto quiere forzar a las instituciones, y con quiénes agotará su mandato. Por eso, tildó de «curandero» a Feijóo y «profeta del desastre y traficante del miedo» al PP. La puerta de los acuerdos de fondo que necesita España sigue cerrada con una nueva reedición de su «no es no», que es el mismo que también lanzó al Vox, aunque el discurso de Santiago Abascal sorprendió por cierta moderación en las formas. Vox está en la revisión de sus mensajes tras el baño de realismo en Andalucía. La sobreactuación empieza a dejar de rentarle y ha tomado nota. Pero es evidente que el presidente, no. Sánchez hizo de Sánchez, y eso es una mala noticia para España y un baldón para la izquierda moderada.

 

 

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