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Aciertos y desaciertos: Fidel Castro

'La incompatibilidad entre promesas y resultados convirtió los aciertos en desaciertos.'

Fidel Castro Ruz (Birán, 1926-La Habana, 2016). Abogado, político y militar. Dirigió el asalto al cuartel Moncada en 1953. Condenado a 15 años de prisión, de los cuales cumplió 22 meses. Salió al exilio y desembarcó en Cuba en 1956. Tomó el poder en 1959. Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de 1959 a 2008. Primer ministro de 1959 a 1976. Primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) de 1965 al 2011. Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de 1976 a 2008. Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Secretario general del Movimiento de Países No Alineados entre 2006 y 2008. Cofundador de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) en 2004.

Sobre el mandato de Fidel Castro —extremadamente prolongado en el tiempo— se han escrito innumerables análisis y la mayor parte de los cubanos han sido testigos de su obra. Me limito, pues, a lo que considero vital para el presente y futuro de Cuba. Un propósito imposible sin destacar que su personalidad, caracterizada desde la infancia por una elevada inteligencia, persistencia y voluntad de vencer, devino patrón de conducta para el resto de su vida.

Esas características que determinaron su forma de ser y actuar, propias del caudillismo, lo convirtieron en jefe de todo y de todos e hicieron de sus subalternos ayudantes y ejecutores de sus órdenes. Carlos Bustillo, uno de los asaltantes al Moncada narraba que Fidel «podría convencer a cualquier persona para que hiciera cualquier cosa». Gerardo Pérez Puelles, otro de los asaltantes, decía que «tenía una forma de cautivar a la gente, que podría reunirse con diez personas y tendría diez reclutas más». Y el comandante Guillermo García Frías, dijo al fotógrafo norteamericano Lee Lockwood: «dejamos a Fidel que piense por nosotros».

Tan fuerte personalidad, con un ejército creado por él, al sustituirse la Constitución de 1940 no se vio sometido a otros preceptos que no fueran los de su propia persona, convertida en fuente de derecho.

Su obra de gobierno

Emergida en el contexto de la Guerra Fría, la revolución no resultó de una crisis económica, pues en 1958, si bien existían problemas pendiente de solución, la economía cubana era una de las más sólidas de la región. La revolución tuvo más que ver con una combinación de la crisis política y nuestra herencia histórica de zanjar los conflictos sociales mediante el recurso de la fuerza.

En ese escenario se dictó un conjunto de medidas, de espaldas a las leyes de la economía, que de un lado le brindaron popularidad política y de otro lado generaron desajustes que obligaron al racionamiento más prolongado de la historia moderna. Entre las medidas más populares y sobresalientes están la salud y la educación gratuitas y generalizadas. Grandes logros, apoyados en los sistemas desarrollados durante la República, que aunque insuficientes eran de los más avanzados para su época y cuyas instalaciones, recursos y personal fueron retomados.

Sin embargo, resultados como la alfabetización o la reducción de la tasa de mortalidad infantil, sin contar con una economía propia, al derrumbarse el campo socialista, junto al resto de los sectores, dieron paso a un deterioro progresivo que está convirtiendo los logros en fracasos. Vayamos a las causas:

Según el programa expuesto en el juicio seguido por el asalto al cuartel Moncada, una vez tomado el poder se proclamarían cinco leyes revolucionarias, de las cuales me detengo en la primera: la restitución de «la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado». Esta Ley tenía dos dimensiones:

1) su empleo como fundamento jurídico del asalto: Una Constitución legítima, dijo Fidel: «es aquella que emana directamente del pueblo soberano. Nosotros hemos promovido una rebelión contra un poder único, ilegítimo, que ha usurpado y reunido en uno solo los Poderes Legislativo y Ejecutivo de la nación». Por lo tanto, de acuerdo a la Constitución de 1940 «es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales garantizados anteriormente». 2) como soporte del modelo a implantar.

Después de ocupar el poder la Constitución que debía ser restituida, fue sustituida por la Ley Fundamental del Estado Cubano. Con ella el primer ministro asumió la funciones del presidente, el Consejo de Ministros las del Congreso y se inició la estatización de la propiedad y el desmontaje de la sociedad civil; proceso que condujo a un sistema totalitario y al conflicto con la mayor potencia económica y militar del mundo. Dos resultados que determinaron el rumbo de la nación.

La celebración de elecciones libres anunciadas en el Moncada se efectuarían, según el «Manifiesto de la Sierra Maestra», de marzo de 1957, en el término de un año. Luego se habló de un plazo de quince meses, más o menos, después hasta que los partidos políticos estuvieran plenamente desarrollados y sus programas claramente definidos, cuando todos supieran leer y escribir. Y así sucesivamente hasta el 1 de mayo de 1960, cuando Fidel explicó que la «democracia directa era mil veces más pura», la masa que le escuchaba respondió con gritos de: «¿Elecciones para qué?»

Las contradicciones con EEUU —a pesar que el jefe de la revolución había declarado que «el nuevo Gobierno negará todo trato a los estados regidos dictatorialmente, mencionando en primer término a la Unión Soviética»— condujeron al restablecimiento de las relaciones con la Unión Soviética; a la ruptura de las relaciones diplomáticas con EEUU, a la declaración del carácter socialista de la revolución, al desembarco por Bahía de Cochinos, y a la Crisis de Octubre que colocó al mundo al borde de una guerra nuclear. Un proceso que solapó los conflictos internos y obligó a crear un enorme ejército utilizado para guerras en otras regiones del mundo, con el consiguiente descuido de la esfera productiva.

Los efectos

La nacionalización de las empresas norteamericanas, que continuó con las empresas cubanas, no se detuvo hasta eliminar todo vestigio de propiedad privada sobre los medios de producción y del libre mercado. La economía que tiene sus propias leyes, al quedar subordinada a la ideología perdió su naturaleza. Se impuso la improvisación y el gigantismo como fundamento de la política económica que hizo de Cuba un laboratorio.

Como ha escrito Fernando Dámaso en su blog: «se destruyó la riqueza ganadera y azucarera, se desorganizó la agricultura, la base industrial se volvió obsoleta, se dañó el fondo habitacional y se gastaron recursos en planes faraónicos como el intento de producir diez millones de toneladas de azúcar y el cruce del ganado Cebú con Holstein para crear una nueva raza productora de abundante carne y leche; la siembra de café caturra en el llano y el abandono de las plantaciones tradicionales en las montañas», cuyos resultados obligan hoy a destinar cientos de millones de dólares anuales para comprar lo que antes se producía en Cuba.

La Constitución de 1976

Después de 17 años de inconstitucionalidad se promulgó la Constitución de 1976 y se conformó un parlamento unicameral que confirmó a Fidel Castro como jefe de Estado y de Gobierno. Fue un traje a la medida. Se reconocieron, junto al derecho de sufragio, las libertades de palabra, prensa, reunión, asociación y manifestación, pero subordinadas al PCC como la fuerza superior dirigente del Estado y de la sociedad. Esas libertades —soporte para la participación en la vida pública y en los destinos de la nación— quedaron limitadas al ejercicio de las llamadas organizaciones de masas, subordinadas constitucionalmente al único partido político permitido, lo que contribuyó al fracaso.

En 1986, en respuesta a las reformas iniciadas en la URSS, se inauguró el proceso conocido como «Rectificación de Errores y Tendencias Negativas», dirigido a frenar la influencia de la perestroika en Cuba. Pero el efecto del derrumbe del campo socialista generó una crisis tan profunda —bautizada con el eufemismo de «Período Especial en Tiempos de Paz»— que obligó al Gobierno cubano a permitir, coyunturalmente, la circulación del dólar, las remesas del exterior, los mercados campesinos, el trabajo por cuenta propia, la entrada del turismo, la inversión extranjera y la apertura de tiendas y servicios en divisas. Medidas que sufrieron una contramarcha cuando comenzó a gestarse una clase media y aparecieron las subvenciones venezolanas. Se perdió así una buna oportunidad para comenzar un proceso de reformas.

En diciembre de 2004, haciendo uso de la experiencia de la «batalla de ideas» surgida a raíz del caso del balserito Elián González, Fidel esbozó un programa de exportación de la revolución a través de las ideas. «El trabajo de convencer y persuadir a los seres humanos uno por uno es histórico. Las religiones se crearon de esa forma y han durado miles de años», dijo. Recordó que en julio del año 2000, cuando comenzó la batalla por el regreso de Elián: «Al día siguiente intercambié con los compañeros de nuestra dirección… y 48 horas más tarde… se produjo la primera protesta ante la Oficina de Intereses de EEUU, en la que participaron mil jóvenes de las Brigadas Técnicas Juveniles que concluían una conferencia nacional». Esa batalla arrojó una cortina de humo sobre los múltiples problemas que aquejaban a los cubanos: marchas, discursos, consignas y tribunas permanentes, encaminados a oxigenar el agotado orden de cosas. La magnitud que asumió la batalla de ideas fue tal, que se convirtió —de hecho— en un ministerio, el más dinámico e importante; pero sin proceder a las reformas estructurales que la realidad cubana demandaba.

En febrero de 2008, por razones de salud, Fidel se retiró formalmente del poder. Y en 2016, cuando el periodista de The Atlantic Montly, Jeffrey Goldberg, le preguntó sobre la vigencia del modelo cubano, respondió: «El modelo cubano ni siquiera funciona para nosotros».

A manera de conclusión

Fidel Castro, con un poder absoluto, emprendió un proyecto luminoso que estancó la economía e hizo retroceder las libertades ciudadanas. Los intentos de homogeneizar la pluralidad social, convertir al ciudadano en masa y determinar centralmente qué, cuándo y cómo había que hacer cada cosa, anularon al individuo y condujeron primero al estancamiento y después al retroceso de la economía y de la nación, hasta concluir en una crisis estructural con considerables daños materiales y espirituales.

Bajo su mandato se eliminó el analfabetismo, la enseñanza llegó hasta a los lugares más apartados del país, se infundió esperanzas en la idea de un mundo mejor dentro y fuera de Cuba; pero eliminó los mecanismos para la realización de esos objetivos: las libertades ciudadanas.

La incompatibilidad entre promesas y resultados convirtió los aciertos en desaciertos. Fidel impuso un rumbo al país desde el poder y después del poder al que le imprimió su sello personal. El gran acierto de su mandato ha sido la confirmación de la imposibilidad de construir un mundo mejor en ausencia de los sujetos e instrumentos jurídicos para hacer valer la soberanía popular; una experiencia que induce a los pueblos a buscar la solución de sus problemas en los salvadores, que rebasa nuestras fronteras.

«Un pueblo no se funda, general, como se manda un campamento», dijo en 1894 José Martí a Máximo Gómez. Y el filósofo y político francés, Benjamín Constant, advirtió: «Por grande, por cuerdo, por vasto que sea el genio de un hombre jamás deben confiársele completamente los destinos de un país”.

 

 

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