Adiós al Hombre-Síndrome

Pocos o nadie prestarían atención al fallecimiento de Clark Olofsson, a los 78 años, en un hospital de Estocolmo, si el maligno personaje cuya entera vida estuvo ligada a la delincuencia no hubiese pasado a la posteridad por un incidente ocurrido en el verano de 1973, precisamente en la capital sueca.
El Síndrome de Estocolmo fue el término acuñado entonces por el psiquiatra Nils Bejerot para describir el insólito fenómeno de empatía que nació entre los rehenes del Kreditbanken y sus captores, uno de ellos el joven Olofsson, a quien su compinche Jan-Erik Olsson exigió traer a la sede de la institución, desde la cárcel donde purgaba pena por una cadena de delitos menores, en el curso de seis días que la prensa local, ayuna de noticias como es habitual en los días calichosos del verano, convirtió en un culebrón de alcance mundial.
Ambos malhechores disfrutaron de sus quince minutos de fama, sobre todo por la conducta de sus víctimas, tres mujeres y un hombre, que siempre les demostraron simpatía, expresando alivio al arribo de Olofsson como un salvador y negándose no sólo a testimoniar en su contra sino organizando una colecta de fondos para financiar su defensa legal cuando el suceso llegó a los tribunales.
El temor a una intervención policial fue al parecer mayor que el prolongado encierro a punta de subametralladora, durante el cual todos jugaron ajedrez e intercambiaron historias en un clima tan cordial que suscitó de inmediato un debate de especialistas.
¿Se trataba de un sentimiento sincero de gratitud o una forma instintiva o calculada de hacerse perdonar la existencia y salvar el pellejo? Es algo que aún se discute y podría extrapolarse al caso de sociedades que parecen acomodarse a prolongados períodos dictatoriales de los que no derivan bienestar y prosperidad sino, paradójicamente, un nivel de vida cada vez más miserable en el marco de una brutal represión.
En el caso de Orlofsson, la saga prosiguió tras su escape de la prisión donde había debido reingresar después que la policía arrojó gas y rescató a los rehenes de la bóveda bancaria.
Venía de una niñez tormentosa y desde la adolescencia fue internado en repetidas ocasiones por delitos menores, incluso por hurto en el invernadero de un primer ministro; hechos violentos con saldo mortal, prisiones, escapes, huida a las Islas Canarias, ingresos a países con documentación falsa y el robo a un banco de Gotemburgo que ameritó la pena de prisión de donde, precisamente, fue rescatado por Olsson, su amigo periodista.
En 1975 se evadió y comenzó una cadena de asaltos a mano armada en Suecia y Dinamarca, compró un velero en Marsella y con otro amigo viajó por el Atlántico y el Caribe hasta regresar a Europa para una temporada de nuevos arrestos, condenas y escapes durante la cual concluyó estudios de periodismo y trabajó en un periódico.
Ahora casado, se cambió legalmente de identidad y se mudó a Bélgica, donde, naturalmente, prosiguió sus fechorías como narcotraficante; fue encarcelado en Suecia y ganó un proceso de extradición que le permitió volver a Bruselas y una vez más a su país, donde, finalmente, el cáncer ha puesto fin a la existencia rocambolesca de quien, en cierto sentido, mantuvo con el crimen una fascinación lindante con el famoso síndrome.
Varsovia, septiembre de 2025.