Ética y MoralPolítica

Adiós, Irene

Que Irene Montero desaparezca de la política no es solo un acto de justicia. Es mucho más

Irene Montero tiene pinta de buena chica. No grita, no insulta y, cuando la critican, aguanta el chaparrón sin poner esas caritas como de Patxi López que ponen las invitadas de ‘Sálvame’ cuando las descuartizan en primer plano. Estoy convencido de que tiene una conversación interesante, de que es educada y de que sabe estar mejor que muchos de esos cafres que dan lecciones de clase y elegancia con la bocaza llena de croquetas. Pero, en cambio, tiene una cosa mala, un defectillo: Irene tiene tendencia a defender a ‘madres’ que secuestran a sus propios hijos, como María Sevilla o Juana Rivas. Y, en el caso de Sevilla, además acusando al padre de ser un maltratador.

A ver, que secuestrar niños está mal. No está bien. Bien están otras cosas como, qué sé yo, hornear unos ‘croissants’ por la mañana, acariciar a un cachorro de border collie, regalar unas margaritas a tu abuela. Pero secuestrar niños está feo. Defender además a esas secuestradoras no te cuento. Y acusar en falso a alguien desde el gobierno, ‘hors catégorie’. Y no es que lo diga yo, el Supremo ha condenado a Montero a pagar 18.000 euros a Rafael Marcos, que es el nombre del ciudadano ultrajado. Es una cantidad irrisoria, mínima, una propinilla. Y, desde luego, cualquier padre del mundo estará de acuerdo conmigo en que no hay dinero en el mundo capaz de reparar el daño devastador de ser acusado públicamente de ser un maltratador.

Que el Ministerio de Igualdad es una basura y el feminismo actual otra lo prueba el hecho de que no haya hoy legiones de mujeres acampando en la puerta de cada sede de Podemos con pancartas apoyando a ese hombre. O que no haya una manifestación en cada ciudad de España con hordas de mujeres defendiendo el derecho de los padres a cuidar a sus hijos en igualdad. O que en cada juzgado de familia del país no haya esta noche una concentración silenciosa para proteger a todos los padres vilipendiados, humillados y destrozados por organizaciones feministas fraudulentas, por juezas prevaricadoras y por ministras alineadas del lado del secuestrador y no de la víctima.

Luego vemos las cifras de suicidios y nos llevamos las manos a la cabeza. Luego observamos que hay el triple de suicidios entre hombres que entre mujeres y ni una sola de las feministas del ministerio se preguntan qué pueden hacer para paliar esa desigualdad. Luego vemos que, mientras que las mujeres que se divorcian aumentan su tasa de suicidios de un 2,5 a un 6 por cada 100.000, los hombres lo hacen desde un 6 hasta un 38 por 100.000. Ahí no hay igualdad. Pero qué importa. Son hombres, varones, padres. Basura.

Que Irene Montero desaparezca de la política no es solo un acto de justicia que hace que avancemos en materia de igualdad. Es mucho más. Ni siquiera liberar a maltratadores y pederastas ha sido su peor obra. Peor aún es haber abandonado a su suerte a miles de hombres inocentes. Y haber dejado a miles de niños dañados para siempre. Qué quieren que les diga. Casi prefiero a una con menos pinta de buena.

 

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