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Adiós, Sísifo, ya te vas para no volver

No es la comunidad internacional la primera que tiene que analizar las consecuencias del fraude del 7 de noviembre y el insoluble conflicto; somos nosotros. No podemos conformarnos con pedir en el exterior sanciones y asfixia económica como si fuera la ansiada panacea, sabiendo que eso no ha sido eficaz ni en Cuba ni en Venezuela. Aunque alimente la ilusión de solución fácil y rápida… no allana la montaña que debemos cruzar cargando la piedra de nuestra democracia.  Debemos desterrar el fracaso perpetuo de Sísifo de una vez por todas.  Los nicas somos Atlas.

El bicentenario de la independencia de Centroamérica pasó casi inadvertido para los ciudadanos del Istmo, más aún para los nicaragüenses. Y no es para menos, sumidos, como estamos, en la profunda y aparentemente infinita crisis sociopolítica, cuyas raíces anteceden a la Rebelión de abril de 2018, y que ha sido agravada por la pandemia y falta de liderazgo capaz que nos exhorta a buscar afuera lo que corresponde encontrar adentro. Esto lo abordó con brillo el Profesor Francisco Larios en su último artículo, “¿De qué se sorprenden? [Los comentarios del Agregado Militar de EE. UU. en Nicaragua].” Van aquí algunas reflexiones complementarias, que empiezan justo en el suceso que lo engendró.

Las lamentaciones y reclamos por las desafortunadas palabras del agregado militar, se suman a expresiones de indignación extrema tras resaltarse la noticia, en una sesión de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos el 21 de septiembre recién pasado, de una transferencia de $353,5 millones del Fondo Monetario Internacional a Nicaragua, con la implícita acusación a la administración Biden de negligencia y hasta complicidad con el régimen de Daniel Ortega.  Con ímpetu que rozaba la cólera, y dramático rasgo de vestiduras ante un público virtual y mundial, los fiscales increparon a la pobre funcionaria que compareció esa tarde, y que repetía una y otra vez, sin lograr satisfacer a sus inquisidores, las explicaciones que ya habían brindado varios medios de comunicación nicas que se tomaron la molestia de investigar bien para no hablar con levedad, como también para no tener que preguntar lo que se podía haber leído antes de la reunión.

Como tantas veces desde 2018, cuando la administración Trump nos deleitaba con bagatelas populistas, evocando políticas de esa índole y al estilo de Reagan en los 80, alusiones al “Somoza is our son-of-a-bitch” de Roosevelt en 1939, la invasión de los marines en 1910, y hasta la llegada de Walker en 1855 aprovechando el conflicto de turno en Nicaragua, la indignación popular provocada por la táctica de esos congresistas no se hizo esperar. Las redes sociales, de cuyos peligros nos han advertido grandes pensadores como Zygmunt Bauman y Noam Chomsky, entre muchos otros, ardían y siguen ardiendo.  ´Hay que linchar al blandengue de Biden´, parecen sugerir, ´por traidor´ si no a la patria (¿la patria de quién?), al menos a la visión mesiánica del hombre fuerte y caudillista que debe salvarnos una vez más. Es destino manifiesto, parecen creer, de la gran potencia y de la pequeña y débil Nicaragua que todavía piensa como colonia, a pesar de ser independiente y soberana.

“¿Por qué no nos ayuda Biden como nos ayudó Carter en 1979?”, preguntan, al que también reclaman por atreverse a obviar la coyuntura nicaragüense en su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU, como si fuera posible una letanía de todos los conflictos de los casi 200 estados miembros de ese organismo en una intervención de poco más de 20 minutos. Dan por hecho que las amenazas chintanas de Bolton, Abrams, Pompeo y otros dieron resultados. Acaso, como la novela brevísima del guatemalteco Augusto Monterroso, al despertar, ¿Ortega no seguía allí? ¿No será que los gobiernos del mundo van adaptando su estrategia hacia Nicaragua tras el monumental fracaso de nuestros líderes opositores al no conseguir la unidad necesaria para la salida pacífica y democrática por la vía electoral? ¿Seguirán dando crédito a la teoría de que todo fue y sigue siendo culpa del régimen?

Esa salida es la única que contempla la comunidad internacional porque mantener en todo momento el orden constitucional es requisito innegociable de la Carta Democrática.  Ningún organismo, y mucho menos gobierno extranjero alguno, tiene autoridad para refrendar la suspensión de la Constitución política en vigor, aunque haya sido modificada por el actual régimen a su antojo y en beneficio propio.  Tampoco se puede refrendar cambio de gobierno en Nicaragua como el famoso de Transición que proponen varios, salvo tras un proceso electoral.  En la Constitución nicaragüense no existe la figura de gobierno encargado. De allí que la comunidad internacional se haya volcado en apoyar las elecciones del 7 de noviembre, ofreciendo pautas, asesoría técnica y observación especializada, con tal de garantizar que fueran justas, libres y transparentes; dignas de reconocimiento y legitimación por los gobiernos del mundo, pero, primordial y fundamentalmente, por los nicaragüenses. Cualquier declaración de ilegitimidad y desconocimiento será insuficiente para llegar al reconocimiento de una oposición que está, además, dispersa, dividida y acéfala.  No es la comunidad internacional la primera que tiene que analizar las consecuencias del fraude del 7 de noviembre y el insoluble conflicto; somos nosotros.

Como Sísifo nica, la piedra de nuestra democracia ha vuelto a caer.  Debemos levantarnos, sí, y volver a luchar, claro, porque bien hablan quienes afirman que “¡Aquí no se rinde nadie!”.  Pero conviene reflexionar bastante sobre este último episodio. Nuestra juventud en 2018 dio un paso valiente y decidido, presentándonos una oportunidad casi idónea. ¿Cómo y por qué se perdió? ¿Quiénes son responsables? ¿Se empezó a fallar en el primer diálogo al no asegurarnos que ambas partes negociaban con las mismas reglas? ¿Ganó el gatopardismo criollo? ¿Qué intereses se defendieron? ¿Es correcto esperar que Biden resuelva la crisis que los propios nicaragüenses no pudimos resolver, al menos esta vez?  Repetir en 2021 o 2022 la mítica solución de 1979 no es posible. Como diría Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Estados Unidos y el mundo, tampoco, aunque, desafortunadamente, muchos personajes que figuran en foros y medios extranjeros crean que sí.  Varios se arrogan potestades que probablemente ya no corresponden, a pesar de las buenas intenciones.

Debemos dar paso a una nueva generación que se comprometa a cambiar el paradigma de los últimos 200 años para, de una vez por todas, salir del subdesarrollo que auspicia estos ciclos históricos tan tóxicos.  Para ello debemos apoyar a quienes estén dispuestos a digerir los sinsabores de las preguntas incómodas y de los temas tabúes, como la falta de apoyo y posicionamiento del gran capital y de otros grupos hegemónicos, para romper la cultura política arraigada en la codependencia emocional con valores agrarios de otros tiempos.  No podemos conformarnos con pedir en el exterior sanciones y asfixia económica como si fuera la ansiada panacea, sabiendo que eso no ha sido eficaz ni en Cuba ni en Venezuela. Aunque alimente la ilusión de solución fácil y rápida, tan urgente con los actuales niveles de desesperación y desesperanza, no allana la montaña que debemos cruzar cargando la piedra de nuestra democracia.  Debemos desterrar el fracaso perpetuo de Sísifo de una vez por todas.  Los nicas somos Atlas.

 

 

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