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Agnelio Blanco: El último sacerdote

Falleció en Venezuela el último de los 136 sacerdotes expulsados de Cuba en 1961

El día 18 de septiembre de 1961 los diarios americanos titulaban: “Expulsan de Cuba a 136 sacerdotes”. Entre ellos iban también religiosas y un obispo, el legendario Monseñor Eduardo Boza Masvidal, detenido el día 12 de ese mismo mes y quien fue escoltado por una multitud que lo aplaudió y vitoreó hasta su llegada al muelle.

El prelado había sido humillado y maltratado en prisión por lo que, a modo de reparación, numerosas embarcaciones acompañaron la salida del buque hacia altamar, entonando sus ocupantes el trepidante himno católico “Tú reinarás”.

Bienvenido a tierra católica

Cuentan que, desde el barco, vieron llegar a pie a un hombre de sotana blanca que caminaba a regañadientes, empujado por los fusiles de los guardias, ya que se resistía a avanzar hasta el buque en manifestación clara de su deseo de permanecer en la patria que lo vio nacer y a la cual servía como obispo auxiliar de La Habana. Al subir por la escalerilla lo estaba esperando el capitán del buque español Covadonga quien, respetuoso creyente, lo recibió besando su anillo episcopal: “Bienvenido a tierra católica, monseñor”.

Vidas paralelas

Entre los sacerdotes que observaban la escena desde la cubierta estaba el Padre Agnelio Blanco, natural de Pinar del Río y, para el momento de la expulsión, Vicario en la iglesia de la Caridad en la capital cubana. Junto a su obispo, en medio de los peligros y persecución a que fueron sometidos, estuvo a punto de ser detenido, acusado injustamente de un delito que no cometió.

Una célebre tormentosa procesión en La Habana, con la imagen de la Virgen de la Caridad -que el régimen había prohibido y los mismos fieles se empeñaron en sacar a la calle- terminó con un joven muerto, asesinado por las turbas comunistas. Sabiendo al Padre Blanco colaborador estrecho de Mons Boza, pretendieron inculparlo del crimen pero les salió mal la maniobra pues el sacerdote, comprobadamente, se hallaba en Pinar del Río, a miles de kilómetros del lugar el día de los hechos.

Vivió el terror de aquellos días

Muchos momentos de riesgo hubo de soportar. En una ocasión, allanaron la parroquia buscando un supuesto arsenal. Pensaron que estaban perdidos y que los harían presos. Según su propio relato, “al ver la violencia de la acción y percibir sus intenciones, corrimos al sagrario para consumir las hostias consagradas y evitar una profanación”. Vivió todo el terror y la incertidumbre de aquellos tiempos para ser, finalmente, desterrado entre aquél grupo de sacerdotes y religiosos que salieron a bordo del Covadonga.

Esa travesía junto a Mons Boza continuaría a lo largo de toda la vida, al punto de que la existencia del Padre Blanco estuvo adosada a la misión del obispo durante los 42 años que este último estuvo en Venezuela, siempre como obispo auxiliar de Los Teques, importante ciudad contigua a Caracas. El obispo falleció en marzo del 2003. El Padre Blanco le sobreviviría 18 años. Era el último de los sacerdotes cubanos que acompañaron a Mons Boza Masvidal en aquel viaje sin regreso.

Un servidor que caló

El Padre Blanco, como se le conocía, era un sacerdote ejemplar, de una humildad hermosa, a ratos jocoso como todos los cubanos pero básicamente reservado y discreto. Querido y respetado por su inigualable dulzura, fue el fundador de la comunidad de El Barbecho, convertida después en una populosa parroquia en Los Teques llamada San José Obrero. Allí estuvo por décadas. Lo querían entrañablemente. Ejerció en las más diversas responsabilidades eclesiales, desde capellán de prisiones hasta párroco-rector de la Catedral tequeña.

Defensor incansable de los más desasistidos y protector permanente de los enfermos, el Padre Agnelio era constantemente solicitado por su ternura, su trato especial, su simpatía y afabilidad. Era un servidor que caló en el alma de todo el que lo trató. Su labor pastoral entre los presos fue duradera, tenaz y callada, muy a su manera. Allí defendía con decisión los derechos de los privados de libertad, por lo que se hizo de varios detractores pertenecientes a la Guardia Nacional, que cometían excesos contra los internos. Gracias a eso vivió amargos episodios en los que resultó señalado o involucrado de manera injusta.

Otra de sus preocupaciones eran los enfermos. Confesó recientemente a un periodista en Los Teques: “Mi debilidad fueron siempre las personas enfermas, para mí fue y aún es fundamental brindarles con inmediatez el cariño, sosiego y respeto que merecen”.

Venezuela es mi hogar

Fue el primer sacerdote ordenado en su natal Isla de Pinos -Cuba- el 20 de abril de 1958. Declaró en una entrevista en 2017: «De los logros más bonitos, con todo lo que he hecho hasta ahora, puedo mencionar que aparte de cumplir mi rol evangelizador el cariño de la gente es la mejor paga que uno puede tener. No puedo pasar desapercibido, estoy bendecido porque a donde quiera que voy, me reconocen y me tienen mucho cariño; todos ellos se han vuelto mi familia, sigo queriendo a mi país de origen pero Venezuela es mi hogar”.

Y es su hogar para siempre. Aquí, entre el cariño de su pueblo y la compañía solidaria de todo el clero de Los Teques se llevó a cabo su funeral, presidido por el obispo de la diócesis, Mons Freddy Fuenmayor. Un funeral como él habría querido, sencillo, acogedor, lleno de sentimiento y de ese amor de la gente que era la mejor «paga» que podía recibir. En este país, su hogar, descansan sus restos que fueron llevados hasta el cementerio por los tequeños quienes desafiaron la pandemia para llegar hasta su féretro en la Iglesia, cubierto con las banderas de Cuba y Venezuela, y rendir el homenaje que su entrega de pastor merecía.

Emotivo funeral

Un momento emotivo, evocador e inolvidable que compartió *Aleteia*, presente en esa Catedral emblemática, que data de 1790 y está dedicada a San Felipe Neri. Allí pudimos escuchar el relato de su vida, en homilía de un compañero sacerdote de origen cubano; también pudimos percibir el pesar de sus hermanos en Cristo a la hora de despedirlo y hasta cómo los altibajos en la voz del propio obispo, en los tramos culminantes de la celebración eucarística, evidenciaban su personal aflicción.

Tal vez lo más impresionante fue el entrelazar las banderas de ambos países ante su urna -la de Venezuela a un lado del altar- pues la simbología no pudo llegar más profundo al alma de la feligresía allí congregada: hoy, cuando los regímenes de Cuba y Venezuela oprimen a dos pueblos, hay rechazo a ver unidos esos emblemas patrios. Pero ha sido la bondad y celo pastoral de un sacerdote el que logró saltar lágrimas de emoción ante esa representación, pura y sincera, de lo que siempre hemos sido ambos pueblos, tan parecidos en costumbres, carácter y tradiciones, hermanados en una misma fe, esa que ni décadas de ateísmo han logrado destruir.-

 

 

 

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