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Ahora: ¡el espía!

La saga de Alex es intensa, de haber nacido en Belfast y no en Barranquilla, sería un personaje de Ian Fleming. De haber nacido de una pareja Anglo-Hispana en el Peñón de Gibraltar, ha podido ser parte de una de las sagas de Pérez-Reverte, incluso pudiera haber sido Falcó.

Pero por su tiempo de aparición, tampoco coincidió con el llamado Grupo de Barranquilla, que se reunía en “La Cueva”, botiquín que aún existe en la Carrera 23 con 59 en el Barrio Recreo de esa ciudad. Si hubiera coincidido, de pronto a García Márquez se le antojaba una crónica, quizás a Obregón le hubiera dado por retratarlo. Pero no, aquel pequeño de origen libanés en un barrio de “turcos”, no era suficiente pera el Nobel Colombiano o para el gran pintor de aquel país que coincidían en “La Cueva” para arreglar el mundo, como suelen hacer muchos bebedores consecuentes, todos después celebridades de un continente Mágico.

No, a Alex le tocó coincidir con, Álvaro, Hugo, Nicolás o Iván, personajes de otro tipo de vuelo, y a su leyenda le tocó este tiempo de redes sociales y verdades imposibles. Los “influencers”, de pronto no perciben el valor de este barranquillero peculiar, que además de testaferro, embajador, portador de múltiples pasaportes, propietario de pisos en la Vía Condotti, en La Castellana o Essex, ahora es nada más, ni nada menos, que agente doble. O sea, la Mata Hari y Alex, de informante de la DEA insertado en la dura corte de Nicolás y Cilia, de quienes se dice les maneja unas “cuenticas”, ante quienes está por pasar a traidor. Pobre Alex, que historia tan interesante y tan poco conocida. No alcanzó ni para el cartel de los sapos.

 

 

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