Al infierno la ultraizquierda
Su desmesura apagó cualquier rescoldo del aura revolucionaria, desapareciendo todo respeto a la figura de ese nuevo Che y a su tropa
Eran entrañables sus jóvenes discursos contra la injusticia, su estética de la revuelta, desnudos, con sus solos valores frente al poder temible, iconos siempre renovados y no por repetidos menos eficaces. Funcionan por lo menos desde la Revolución Francesa. Estúdiese su mitografía. Tras las revoluciones se necesita un margen de tiempo para que la sangre se diluya y se vaya con un buen chorro de agua de manguera propagandística. Así la única huella de la sangre es memoria, y eso lo arregla cualquiera con otra memoria, oficial. En la revolución podemita –un petardo– no hay sangre, aunque la veneren y se pongan cachondos con los etarras. Había discursos de ingenua asamblea universitaria, extemporáneos. Hoy hay una rebatiña que sonroja.
¿Qué fue de aquellos jóvenes? Y sobre todo, ¿qué fueron, qué han sido? Desde luego, nada de lo que la Españita Movistar creía, eso ya lo sabemos. Iban a cobrar no más de tres salarios mínimos, pero luego se olvidaron. Iban a rechazar coches oficiales, pero se les pasó y se pusieron varios cada uno. Iban a luchar contra la politización del CGPJ, pero mejor tener ahí dentro a un propio. Iban a acabar con los chollos de la casta (¿se acuerdan de la casta?), pero negociaron sus hipotecas personales con la potencia de fuego de las cuentas de su formación y en una caja de ahorros en manos de colegas separatistas. Iban a reformar la ley electoral, pero a sus socios les viene bien la desproporcionalidad, así que nada. Iban a primar a la gente, pues ellos solo estaban a su servicio, pero ante la perspectiva de una próxima y democrática pérdida de estatus, cargo, tratamiento, chófer, escoltas, sueldo público, gastos de representación, vuelos de fin de semana de chicas a Nueva York, y capacidad para colocar a quien haga falta (que eso da un prestigio incomparable), han reaccionado como lo que eran. ¿Y qué eran? Pues he ahí, justamente, la pregunta a contestar antes del qué fue de ellos. Respondo.
Eran una amalgama de frikis de ultraizquierda a los que en Europa solo se podía contemplar como simpático fenómeno de anacronía. Como el que ve unas viejas de negro por Ibiza. ¡Mira, ultraizquierdistas! ¡No jodas! ¿Pero de qué tipo? Bueno, eso ya no funciona como antes. O sea, seguro que hay maoístas, marxistas-leninistas y tal, pero también están los posmarxistas, que son más listos. Vale, más listos no, más inteligentes, porque para listos los que pasaron de la nada donde nadeaban a convertirse en centro de atención de los medios de comunicación ‘mainstream’, a marcar la agenda de las preocupaciones públicas (es decir, a imaginar problemas y aplicar soluciones para crearlos), a fascinar a los periodistas parlamentarios y del corazón, a llevar sus maneras de matones a las teles afines, sus linchamientos personales, sus campañas de coacción contra jueces a cara descubierta.
Porque eran impunes. Porque criticar a uno de ellos en términos lejanamente parecidos a los que ellos mismos usan a diario constituye ‘violencia política’. O sea, eran un peligro para la democracia, extremistas encaramados al poder que, en una carambola de la mala fortuna, fueron a completar la mayoría de un presidente sin escrúpulos. Un sujeto que vio en sus socios totalitarios, voraces y violentos algo que para el socialismo parecía un milagro: discurso. Una porquería de discurso, ya, pero aun así, mejor es algo que nada. De paso, el presidente sin escrúpulos podía pivotar un poco si hacía falta, y caramba, siempre va bien tener un perro al que azuzar ante la gente del dinero, cobarde por naturaleza. Ojo: ‘del’, no ‘de’.
Y ahora sí: ¿qué se hizo de ellos? Como corresponde a los tomados por la hibris, su desmesura apagó cualquier rescoldo del aura revolucionaria, desapareciendo todo respeto a la figura de ese nuevo Che y a su tropa. El Che tenía la ventaja, como mito, de estar muerto. Pero aquí ya no había ni Che ni nada: lo que surgió, como si eclosionara un huevo podrido y saliera un monstruo pequeño, fue un totalitarismo a lo Ceaucescu, con pareja al mando. La suelta de violadores y pederastas dejó sin oxígeno a los tres del pelotón de cola que aún defendían en los medios, con asombroso arrojo, la colección de iniciativas destructivas que la ultraizquierda en el Gobierno imponía aprovechando el vacío moral e intelectual del presidente: autodeterminación de género, memoria dizque democrática y demás excesos propios de la hegemonía cultural de una alucinada izquierda occidental, sí, pero, paralelamente, colonización de las instituciones. Como señaló el más lúcido de los ultras, Errejón, hay que meter a tu gente en las administraciones para no pasar tanto frío cuando estés en la oposición.
El espectáculo de estos días recuerda la experiencia de ver ‘Saló o los 120 días de Sodoma‘, del enorme Pasolini: da asco, mucho asco, escandaliza, deprime, pero no puedes dejar de mirarlo. Será por morbo o bien por edificarse, para no olvidar nunca la verdadera calaña de los que agitan las buenas intenciones, luego se arrogan su exclusividad, luego se encaraman a la posición de jueces de los jueces para neutralizar a los únicos que al final pueden pararlos, luego dan lecciones y provocan catástrofes, todo a la vez. Mientras, se enriquecen. Al comprender que van a perderlo casi todo, se insultan y se abrazan, se apuñalan y se morrean desesperados por la contradicción: deben pactar, pero la compulsión comunista es la aniquilación. Es escalofriante, hay que observarlo sin perderse nada. Existen varios círculos en el Infierno de Dante para estos sujetos. Del cuarto al noveno pueden elegir, encajan en los seis.