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Alaska: Una cumbre que no acercó la paz

La llegada de Putin a Alaska: Trump le recibe con un enérgico apretón de  manos

 

La reunión de Alaska despertó expectativas desmedidas en un momento de alta tensión internacional. Se presentó como una oportunidad para abrir un canal diplomático entre Rusia y Estados Unidos en medio de la guerra en Ucrania, pero el resultado final estuvo lejos de ser el inicio de un proceso de paz. Para muchos analistas, el encuentro fue un fracaso rotundo: no hubo concesiones, no hubo acuerdos ni gestos de acercamiento, y mucho menos un horizonte claro hacia el cese de hostilidades. Más bien, terminó reforzando la percepción de que Vladímir Putin sigue controlando los tiempos del conflicto, mientras Donald Trump buscaba más un triunfo mediático personal que un avance real en el terreno diplomático. Es decir, dos agendas diferentes y no centradas en el objetivo del encuentro presidencial: LA PAZ.

En Alaska chocaron dos lógicas profundamente distintas: la estrategia de desgaste y paciencia del Kremlin frente a la prisa de Trump por mostrar resultados inmediatos. Mientras Putin llegó con la determinación de no ceder nada hasta doblegar a Ucrania y desgastar a Occidente, Trump se presentó con el deseo de obtener un logro que pudiera vender como un triunfo histórico, incluso fantaseando con la posibilidad de un Premio Nobel de la Paz. En esa asimetría de objetivos, el diálogo estaba condenado al estancamiento.

Para Moscú, el tiempo es una de sus armas más poderosas. Desde el inicio de la invasión a Ucrania, Putin entendió que no podía derrotar militarmente a Kiev en unas pocas semanas, como parecía planear al comienzo, pero sí podía prolongar el conflicto hasta quebrar la resistencia ucraniana y desgastar a sus aliados occidentales. Esa es la lógica de una guerra de desgaste: no se trata de victorias espectaculares, sino de sobrevivir, adaptarse y erosionar la moral del adversario.

En Alaska, Putin mostró esa misma lógica, No buscaba acuerdos ni compromisos. Su objetivo era ganar legitimidad internacional al sentarse en la mesa, mostrar que Rusia sigue siendo un actor indispensable y proyectar hacia dentro de su país la imagen de un líder que no se doblega ante Washington. Cada día que pasa sin que Occidente logre obligarlo a retirarse, es un día más en el que refuerza la narrativa de que Rusia es capaz de resistir la presión global.

La reunión le dio justo lo que quería: tiempo. Mientras Trump buscaba titulares, Putin reforzaba sus alianzas con China, Irán y otros actores no occidentales. Además, aprovechaba la fatiga europea y las dudas en Estados Unidos sobre el costo de seguir apoyando a Ucrania indefinidamente. En definitiva, Alaska fue un paso más en su estrategia de resistencia y cálculo a largo plazo.

Del otro lado, Trump se presentó con un enfoque radicalmente distinto. Su motivación no era articular un plan estratégico para resolver el conflicto, sino conseguir un golpe de efecto que pudiera presentarse ante la opinión pública como una victoria histórica. En su imaginario político, un acuerdo rápido que detuviera la guerra lo proyectaría como un líder pacificador y, quizás, le abriría la puerta a un reconocimiento como el Premio Nobel de la Paz, algo que él mismo había dejado entrever en distintas ocasiones.

Ese deseo de inmediatez lo llevó a mostrar improvisación y falta de claridad en Alaska. Más que un estadista con visión de largo plazo se proyectó como un político obsesionado con un triunfo personal que le sirviera en el plano interno. La complejidad del tablero internacional parecía no comprensible para él, y lo que transmitió fue confusión e incomodidad frente a Putin, un líder acostumbrado a jugar con la paciencia y la firmeza.

El contraste fue brutal: mientras el ruso jugaba una partida de ajedrez a varias jugadas por adelantado, el estadounidense buscaba un jaque mate rápido que impresionara a la audiencia. Pero en diplomacia, los triunfos inmediatos rara vez producen resultados duraderos. Así, Trump salió debilitado, y con él, la credibilidad de Estados Unidos como potencia capaz de guiar procesos de paz.

Si hubo un actor que siguió con atención la reunión de Alaska, ese fue Europa. La Unión Europea es, junto con Ucrania, quien más está pagando el precio de la guerra: sanciones, inflación, crisis energética y una sensación de inseguridad que no se vivía desde la Guerra Fría. Sin embargo, dentro de Europa no existe una visión unificada sobre cómo enfrentar el conflicto, y Alaska lo dejó en evidencia.

Para Alemania y Francia, el encuentro fue visto con escepticismo. Berlín teme que un conflicto prolongado siga minando su economía, altamente dependiente de la estabilidad energética, mientras París busca un rol protagónico que le permita mostrarse como mediador, aunque sin resultados tangibles. Ambos países vieron en Alaska una oportunidad perdida: Estados Unidos no mostró liderazgo, y Rusia ganó tiempo.

Inglaterra, por su parte, mantuvo su tradicional alineación con Washington, pero incluso en Londres crece la sensación de que Trump no es un socio confiable en política internacional. La falta de coherencia en Alaska dejó dudas sobre la capacidad estadounidense de mantener un compromiso firme y estratégico en la defensa de Ucrania. Para muchos europeos, la reunión no fue más que un espectáculo que confirmó sus temores: que el apoyo de EE. UU. es volátil y depende más del humor del presidente que de una estrategia nacional coherente.

En el fondo, Europa se enfrenta a una contradicción. Por un lado, necesita mantener la unidad frente a Rusia; por otro, siente cada vez más el costo de las sanciones y del apoyo militar a Kiev. 

Alaska no disolvió esas tensiones, solo las profundizó.

Desde Kiev, la reunión fue vista casi como un espectáculo vacío. Volodímir Zelensky y su gobierno han reiterado que no hay paz posible si no se garantiza la soberanía ucraniana y la retirada de las tropas rusas, pero en Alaska ese mensaje quedó en segundo plano. La ausencia de Ucrania en el centro de la mesa reforzó la percepción de que se discute sobre su destino sin contar con su voz plena, un error que tiene un enorme costo político y moral.

Para Ucrania, el resultado fue frustrante. Mientras sus soldados y su población civil siguen pagando el precio más alto en el campo de batalla, las potencias parecían utilizar la reunión más como un ejercicio de relaciones públicas que como un esfuerzo real por detener la guerra. Zelenski sabe que sin el apoyo firme de Washington y Bruselas no puede sostenerse, pero también entiende que el tiempo juega en su contra: cada retraso, cada cumbre fallida, significa más desgaste humano y militar.

La percepción en Kiev es clara: sin un cambio de fondo en la voluntad de Putin, y sin un liderazgo firme por parte de EE. UU. y Europa, no habrá negociación que acerque la paz.

Aunque no fue protagonista directo de la reunión de Alaska, China la siguió con atención. Pekín es el gran beneficiario indirecto de un conflicto prolongado entre Rusia y Occidente: mientras ambos se desgastan, China refuerza su influencia global y amplía su margen de maniobra en Asia y más allá.

La lectura china fue pragmática: la reunión no cambió nada, lo que significa que la tensión seguirá beneficiando sus intereses. Mientras Rusia depende cada vez más de su apoyo económico y diplomático, y Occidente se divide en sus percepciones, China consolida su papel como árbitro silencioso del nuevo orden mundial.

La reunión de Alaska mostró con crudeza la distancia entre las ambiciones personales y los cálculos estratégicos. Trump buscaba un triunfo inmediato que pudiera proyectar en la prensa y usar en su carrera política, incluso con la ilusión de un Nobel de la Paz. Putin, en cambio, se mantuvo firme en su lógica de desgaste, usando el tiempo como su arma más efectiva. Europa observó con escepticismo, atrapada entre el costo económico y la necesidad de unidad; Ucrania se sintió nuevamente relegada; y China tomó nota de las oportunidades que abre el estancamiento.

La conclusión es realista y dura: en las condiciones actuales, ninguna reunión logrará abrir un camino hacia la paz. Mientras Putin no alcance sus objetivos militares y políticos, no cederá. Mientras Trump siga más concentrado en su imagen que en una estrategia global, no ofrecerá una salida seria. Y mientras Europa y Ucrania sigan dependiendo de ese liderazgo ausente, el costo humano y político seguirá aumentando.

Alaska no fue el inicio de un proceso de paz, sino una confirmación de que la guerra está lejos de terminar. Y si se organiza una nueva reunión bajo las mismas condiciones, el resultado no será distinto: más tiempo para Rusia, más desgaste para Ucrania y Europa, y más incertidumbre para un mundo que ya comienza a acostumbrarse peligrosamente a la idea de una guerra interminable.

 

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