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Alberto Fernández, el camaleón político que medró a la sombra de los Kirchner

El ganador de las primarias en Argentina no quiere ser un presidente «testimonial»

«Yo, si fuera presidente, escucharía al presidente electo, porque por algo lo han elegido». Alberto Fernández pronunció estas palabras después de arrasar, con el 47% de los votos, en las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias). Fue el candidato más votado el pasado domingo y el único que se presentaba, con Cristina Fernández de aspirante a vicepresidenta, por la coalición Frente de Todos. No fueron unas elecciones presidenciales, ni siquiera una primera vuelta, pero él ya se siente «presidente electo» y se presenta con ese título al mundo y a la Argentina.

El terremoto de la Bolsa, la subida meteórica del dólar y el «riesgo país» rompiendo techos históricos (1.709 puntos, el máximo en diez años), tienen una lectura de rechazo a «los Fernández», aunque Alberto, a micrófono abierto, se la adjudique a Mauricio Macri. «Dice que soy el responsable de todos sus males, pero él es el responsable de lo que sucede», aseguró a los periodistas María O’Donnell y Ernesto Tenembaum.

En ese contexto, el hombre que ahora tiene todo que agradecer a Cristina Fernández tuvo reflejos para enviar un mensaje expreso de tranquilidad a los mercados: «No voy a declarar la cesación de pagos, ni siquiera caer en “default”». El Fernández ganador modificó veloz sus palabras de días previos donde anunciaba que como presidente pagaría a su antojo las tasas de las Leliq (Letras de Liquidez). En cuanto a la divisa estadounidense, que hasta hace nada y menos consideraba que estaba baja, optó por no meterse en ese barro de la cotización meteórica y confesar cuál sería el valor justo.

Un hábil estratega

El tiempo es oro de aquí al 27 de octubre. El peronista que se fue y volvió al kirchnerismo, pero ahora dice que guarda «enorme distancia» con los que representa y de modo implícito con la mujer que le puso en la papeleta, es un ejemplo de cómo decir una cosa y otra distinta sin perder a sus leales. O, en rigor, sin que el kirchnerismo le abandone. Si su pareja de baile electoral no fuera «ella», lo habrían arrojado sin remilgos a la cuneta. Lo harían los mismos que le llamaron «traidor» y ahora se abrazan a él como un solo hombre.

Astuto y calculador, este abogado de 60 años es hábil en la creación de «relatos», en adaptar su discurso para beneficio propio y en diseñar estrategias de campaña exitosas. Fue el cerebro de la que llevó a la Presidencia a Néstor Kirchner en 2003 y su mano derecha como jefe de Gabinete de Ministros en su Gobierno. En el siguiente de su viuda no logró echar raíces. En los ocho meses que estuvo de «ladero» fue decisivo para que «Cristina» no dimitiera, como le exigía su marido, después de perder «la guerra con el campo» por un intento de aumento de impuestos.

En el dique seco desde julio de 2008, terminaría transformado en un feroz crítico de su exjefa, algo que no hizo con los presidentes de las anteriores administraciones donde logró otros cargos (técnicos). Los más importantes, subdirector general de Asuntos Jurídicos en Economía con Raúl Alfonsín y superintendente de seguros de la Nación con Carlos Menem, hasta 1995.

En busca de un lugar en el mundo de la política, en 2010 fundó el Partido del Trabajo y la Equidad (PARTE), un espacio sin presente ni futuro. Tres años más tarde se sumó a las filas de su sucesor en el Gobierno de CFK, el peronista Sergio Massa (Frente Renovador), el hombre que asestó el mayor varapalo electoral en las legislativas a Cristina Fernández y que parecía perfilarse como el futuro presidente. Por entonces, Alberto declararía: «El kirchnerismo ha muerto, esto es una iglesia del cristinismo».

Con el GPS en permanente ajuste político para encontrar el camino de regreso al poder, Alberto Fernández volvió a tender puentes con el kirchnerismo/cristinismo el año pasado. Nunca más volvió a pronunciar frases como «Cristina tiene una enorme distorsión de la realidad» o «el peronismo fue patético con Cristina».

Ella fue la que anunció que sería su segunda en las elecciones, aunque muchos estén seguros de que será la primera. «Mi candidatura no es testimonial. Yo soy un dirigente político. Ni Cristina es Perón ni yo soy Cámpora», se defiende él en alusión a las elecciones en las que Héctor Cámpora se presentó de testaferro político del general Juan Domingo Perón.

Dicho esto, después de conocer los resultados de las primarias advirtió: «El que piense que no voy a escuchar a Cristina está loco». Hablaba, naturalmente, como «presidente electo».

 

 

 

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