Alejandro Dumas y la melancolía del tiempo perdido
———-
Uno de los libros favoritos de Marcel Proust era El vizconde Bragelonne, tercer volumen de la trilogía de los Mosqueteros de Alejandro Dumas. Sin duda, el autor de En busca del tiempo perdido se sintió atraído por la enorme dimensión que cobra el tiempo sobre los personajes reales y ficticios, así como sobre la Historia de Francia, el paso de la nobleza de espada, que representan los mosqueteros, a la nobleza de corte, donde reinan la adulación y la intriga, más fácil de controlar por el joven rey Luis XIV, quien desea reinar como monarca absoluto: “El Estado soy yo”.
En Los tres mosqueteros, primero de tres volúmenes, los protagonistas, D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramís, son jóvenes aventureros que se enfrentan al poder del cardenal de Richelieu para defender a Ana de Austria, la joven reina casada con Luis XIII. Los amores de la reina con el duque de Buckingham, ministro de Charles I rey de Inglaterra, son puestos en escena con la maestría de la pluma de Dumas. Milady, personaje misterioso y maligno, desafía a los mosqueteros en una lucha a muerte que terminará con su decapitación después de un juicio sumario encabezado por Athos, quien fue su marido. La novela termina con un velo de melancolía cuando los héroes se separan y D’Artagnan queda solo.
En el segundo volumen, Veinte años después, título más que evocador del tiempo que pasa, los tres antiguos mosqueteros son buscados por D’Artagnan para proponerles servir al cardenal Mazarino, primer ministro de la reina Ana de Austria, quien, según el rumor histórico, se habría unido al cardenal en un matrimonio morganático. El lugarteniente de mosqueteros sólo consigue convencer a Porthos, pues Aramís y Athos sirven la causa de los príncipes en la guerra civil denominada La Fronda. En esta novela aparece el joven Raúl de Bragelonne, hijo natural de Athos, conde de la Fère, y de la duquesa de Chevreuse. Hay un viaje a Inglaterra donde los viejos amigos intentan en vano salvar la vida a Charles I. El odio del hijo de Milady los persigue y Athos se ve obligado a decidir entre su vida y la de su siniestro enemigo.
Entre Los tres mosqueteros y Veinte años después, el tiempo ha ido abriendo las brechas por donde avanza la vida hacia la impostergable cita final. Los jóvenes espadachines son ya hombres maduros. Aunque conservan ambiciones de su juventud, el escepticismo ha ido ganando terreno en este segundo volumen que bien podría titularse como la novela de Balzac: Las ilusiones perdidas.
Las dos mil seiscientas páginas que forman El vizconde de Bragelonne son un vasto fresco histórico, y un tiempo recobrado como el final de En busca del tiempo perdido, cuando el narrador tarda en identificar a sus amistades tras sus rasgos envejecidos. En la novela de Dumas, los personajes de ficción conviven con personas reales, pero unos y otras se impregnan entre ellos. Los seres ficticios parecen, de pronto, más reales que los reales, mientras estos últimos toman un cariz imaginario y novelesco. Han pasado diez años desde el último encuentro de los mosqueteros. Una nueva generación aparece en la corte del joven rey Luis XIV. Las figuras de Mazarino y Ana de Austria han envejecido y comienzan a desmoronarse bajo el peso de los años. Pero la proximidad de la vejez no impide a D’Artagnan lanzarse a nuevas aventuras, como la de ayudar al conde de la Fère a restituir la monarquía de los Estuardo con Charles II en el trono de Inglaterra. Aramís, ahora obispo de Vannes y general de los jesuitas, intenta suplantar a Luis XIV por su hermano gemelo, encerrado en la Bastilla. Aramís se hace ayudar por el buen Portos, quien ignora sus planes. Aunque perseguido por los celos del rey, Fouquet libera al verdadero Luis XIV, quien condena a su hermano a llevar de por vida una máscara de hierro. Aramís logra huir, pero Porthos muere en una gruta que se desploma sobre él. Athos, por su parte, rompe su espada ante Luis XIV y rompe al mismo tiempo con la monarquía y el rey, a quien recuerda su promesa incumplida de casar a Bragelonne con Luisa de La Vallière, ahora amante del soberano. De los cuatro amigos, sólo sobrevive Aramís, el único de ellos que se adaptó al mundo de intrigas de la corte. Athos muere al recibir el cuerpo embalsamado de Raúl. D’Artagnan recibe una bala al mismo tiempo que su nombramiento de mariscal. “Athos, Porthos, hasta luego. Aramís, jamás adiós”, son sus últimas palabras. Dumas concluye: “De los cuatro valientes, no queda más que un solo cuerpo: Dios recogió las almas.” Dumas, contó su hija, lloró cuando se vio obligado a matar a Porthos.
Los cuatro han desaparecido, el tictac sigue. ¿El tiempo ha pasado? En la respuesta que deja oírse como un eco resuena la voz de Pierre de Ronsard (1524-1585): Le temps s’en va, le temps s’en va, madame/ Las! Le temps, non, mais nous nous en allons… (El tiempo se va, el tiempo se va, señora/ Ay! El tiempo, no, sino nosotros nos vamos…).