Alejandro Foxley: Tres cambios para una segunda transición exitosa
Con motivo de la publicación reciente por la editorial Uqbar del libro “La Segunda Transición” hemos recibido valiosos comentarios, el más reciente publicado por La Tercera, de Eduardo Aninat. Una de las preguntas que surgen de esos comentarios es ¿cómo lograr una segunda transición exitosa, cuando el país no enfrenta una crisis de la envergadura de los años ochenta que empujó hacia la búsqueda de acuerdos? El desafío se hace aún más complejo debido al bajo crecimiento de la economía y a que la productividad ha estado estancada por un buen número de años. Chile no es el único país que ha tenido que enfrentar este dilema. Algunos países que hace dos o tres décadas estaban en esa condición de países de ingreso medio hoy constituyen economías avanzadas y democracias maduras. ¿Qué camino recorrieron para evitar caer en la trampa? Pensamos en países como Finlandia, Australia, Nueva Zelandia.
Esos países, los más exitosos, hicieron un giro en sus estrategias en torno a tres componentes. El primero, que para recuperar alto crecimiento había que descansar prioritariamente en la calidad de sus recursos humanos. El segundo darle una alta prioridad a la reforma del Estado. El tercer factor fue la construcción de acuerdos.
Del libro surgen tres ideas catalizadoras de un cambio en Chile hacia una segunda transición exitosa. La primera es la de poner primerísima prioridad a la calidad de la educación. Este es un proceso que tiene que comenzar desde los primeros mil días de vida de un niño. Hay que modificar radicalmente el cómo se enseña en la educación básica y media, cambiando desde un aprendizaje basado en repetir y memorizar contenidos crecientemente obsoletos, por una de interacción continua de ideas y aportes entre profesor y alumno. Esto requiere de un cambio urgente en la formación que reciben los profesores en las Escuelas de Educación y también en cómo se forman los que proveerán de una educación técnica y profesional que tendrá como objetivo el desarrollo de habilidades flexibles adecuadas a las aceleraciones tecnológicas propias de la era digital. El debate, hasta ahora, ha estado centrado en la gratuidad de la educación superior, en lugar de procurar que la educación en todos los niveles capacite para las necesidades del futuro en una sociedad que cambió vertiginosamente.
El segundo catalizador debería ser una reforma profunda del modo de funcionamiento del Estado. Hoy se requiere un Estado que se descentralice de verdad, que ejerza un rol articulador de la capacidad emprendedora y de ideas para hacer mejor las cosas. Ese Estado tiene que tener la capacidad de atraer al Estado a los mejores talentos jóvenes insertos en las tecnologías digitales, mediante incentivos adecuados. Esto supone cambiar el enfoque de “la carrera funcionaria”, centralista, burocrática, fragmentada sectorialmente, hacia un Estado en terreno que no teme al cambio permanente que requiere la revolución tecnológica. Hay que moverse ya hacia un Estado Inteligente.
El tercer catalizador es el de convocar a los principales actores públicos y privados para que se atrevan a dialogar de verdad. Como consecuencia de los tres cambios de enfoque, se hará gradualmente posible el acelerar y mejorar la calidad del desarrollo en las próximas décadas.