Alexander Campos: La venezolanidad es la clave para salir del régimen totalitario
Si por la maleta se saca al pasajero, por la biblioteca se saca al pensador. Y la de Alexander Campos tiene de todo: diccionarios de castellano para escribir mejor, textos sobre la Iglesia católica y especialmente sobre la corriente más comprometida con la visión social, literatura de José Saramago y José Balza (entre otros autores)…
De un sociólogo, filósofo y profesor universitario no se espera menos que pensar mucho y reflexionar mucho, y Campos lo hace. No podía esperarse menos de un integrante del equipo del Centro de Investigaciones Populares (CIP) que comanda el padre Alejandro Moreno. Su artículo «Venezuela: una perspectiva posible», publicado en Debates IESA, dio pie a la conversación con Contrapunto. En este diálogo no solo advirtió que Venezuela “va a la balcanización o a un estado de violencia generalizada”, sino que defendió su premisa: es en la venezolanidad donde están las herramientas para salir de esta situación que Campos cataloga como “un régimen totalitario”.
“Mucho se ha dicho en debate público de que esto significa la quiebra del sistema económico” y de la cohesión social, “y todo eso es verdad”, porque “estamos rompiendo con un modelo económico que teníamos sin nada que lo reemplace y estamos rompiendo con muchas cosas”, comienza.
Pero “lo más trágico es que estamos rompiendo con una manera de pensarnos, reconocernos y vernos como hombres”, y eso “es, para mí, lo peor, porque la estructura económica se puede recomponer, la cohesión social quizá se podría reconstruir, las instituciones se pueden volver a pensar”.
El modelo actual “no es solamente un modelo político, un modelo económico, sino que está tratando de inventar una manera de pensarnos y vernos como personas”.
—¿Esa manera hacia dónde apunta?
—Esa manera no es la tradicional nuestra, no es la manera en la cual el venezolano se reconocía como hombre. Se está rompiendo con la cultura de la venezolanidad. ¿Hacia dónde nos lleva? Nos está llevando, primero, a romper con las bases que construyen esta cultura. ¿Cuál es la primera base que está rompiendo? La convivialidad. La está rompiendo, la está destruyendo. La economía y las relaciones sociales se están destruyendo de una manera tal, que la referencia y el recurso que tienen las personas es la posibilidad individual, y eso va en contra del ser venezolano.
—¿Es primera vez que lo vivimos así?
—Eso es absolutamente nuevo para el venezolano. Las rupturas políticas que habíamos tenido antes –la principal en la modernidad fue la ruptura colonial, porque el republicanismo rompe con la colonialidad– no requirieron del venezolano que rompiera con su manera de ser. El venezolano podía seguir siendo el mismo venezolano de siempre con las nuevas estructuras políticas.
Este sistema aísla
—¿Cómo es el venezolano de siempre?
—Está centrado, primero, en la comunidad. Está centrado en la familia, está pensando en el dar y en la solidaridad, en la madredad. Pero todo eso se está quedando sin bases materiales para poder vivirse.
Pone un ejemplo cotidiano, concreto, de ese terremoto en la vida venezolana: “¿Cómo pensar la solidaridad si ni siquiera puedo compartir un café? No tengo el café, y si lo tengo, es solo para los más cercanos. Entonces me encierro en la casa y trato de que no huela mucho, para que mis vecinos no sepan que me estoy tomando un poquito de café”. Y lo contrasta con lo que sucedía “hace cinco años, cuando yo abría mi casa para que todos recibieran ese café”.
Tal como lo remarca, “no es que el venezolano no quiera dar ese café: es que no puede, no tiene las bases materiales para que eso se dé”.
—¿Qué pasa con la familia?
—La familia se está rompiendo. La familia, como posibilidad misma de existir, se está rompiendo. Los muchachos ni siquiera quieren tener hijos, y hay una investigación que encontramos en nuestros grupos focales y que nos espanta: “Yo no le quiero parir un hijo más a Maduro”. Es decir, que no le quieren dar las bases con las cuales sostener este régimen, porque ese hijo “no sería mío”.
Las cosas han llegado a un punto que si alguien vive en Catia “no puede visitar a su mamá, que vive en Petare”, o no puede encontrarse con sus familiares en Los Teques, ejemplifica. “La familia venezolana, que es de lazos muy estrechos, no puede realizar esa tendencia natural de convivencia, porque no hay posibilidades; no porque no quiera”.
—¿Qué pasa con la madredad?
—La familia venezolana está pensada y está vivida alrededor de la madre. A través de ella, los vínculos familiares son posibles. Ellas permiten que la familia se mantenga. ¿Qué está sucediendo? Que ya no lo puede hacer, y tiene que dejar que cada uno se sostenga, se mantenga y viva por su propia cuenta. Eso está en contra de la tendencia natural de toda madre. En este momento ha tenido que decir “cada uno resuélvase como pueda, yo no puedo”, y si hay algo difícil para una madre venezolana es decir “no puedo”, porque estaba acostumbrada a decir “sí puedo”.
Mientras “la cultura venezolana vincula, este sistema aísla, separa, individualiza”, asevera. “Es toda una ruptura”, afirma Campos, quien la ve como algo deliberado, programado.
—¿Cuál es el fin último?
—Debilitar, porque mientras más aislado esté el sujeto, menos fuerte es. El venezolano es más fuerte mientras más vinculado esté. El venezolano es fuerte en convivencia. Ellos saben muy bien que para romper la fuerza de cualquier reacción política en contra del sistema deben romper lo que hace fuertes a los venezolanos: la vinculación.
—¿Quiénes son “ellos”?
—Yo sí creo que este es un sistema totalitario pensado desde el propio chavismo, porque lo que hace Maduro es recoger el producto de toda una estructura. Ni el Estado comunal fue pensado por Maduro, ni la estructura económica que estamos viviendo, en la que las fuerzas del capital no existen. Maduro lo ha llevado a las consecuencias que el sistema exigía, pero no lo pensó.
Sin alternativas
—¿Indefectiblemente íbamos a llegar esto?
—Indefectiblemente. Hubiese sido Chávez, hubiésemos llegado. Ojo, hay sujetos de sujetos, hay subjetividades más predispuestas a realizar un proyecto que otras. A mi entender el dominio de Chávez hubiese sido un dominio más inteligente. Maduro lo ha hecho de una manera tal, que está prescindiendo de los propios sujetos que van a ser necesarios para el sistema. Nos vamos a quedar sin gente para realizar el proyecto. Están saliendo 40 mil personas al día del país. ¿Cuántos días necesitamos para que el sistema totalitario se quede sin sujetos que lo realicen?
—¿El chavismo se va a quedar sin gente para realizar el proyecto?
—La oposición no permeó el chavismo en el sector popular. El chavismo se desgastó por su propia cuenta y la oposición no se ha aprovechado de ese desgaste. La mayor migración es de los sectores populares, y de gente que probablemente fue, en un momento, afín al chavismo. Pero así como el chavismo se está quedando sin sujetos políticos que realicen el proyecto, tenemos que el desmantelamiento de los partidos de oposición es terrible.
—¿Es una situación inédita? ¿Un proyecto de vida que no tendrá quien lo realice y nada que se le contraponga?
—No hay nada que se le contraponga, y esa es la mayor desilusión y la mayor fuente de desesperanza del venezolano. De lo que se alimenta la desesperanza del venezolano no es de la fuerza del régimen. La desesperanza del venezolano se alimenta de la falta de alternativas al régimen. No es porque el régimen es muy poderoso que el venezolano está desesperanzado; es porque de parte de la oposición no se presenta una alternativa por la cual apostar.
—¿Dónde está la falta de conexión?
—Hay muchas. Entre otras, una predisposición contra la venezolanidad de los sectores de las élites y del chavismo. Hay una predisposición contra el venezolano porque piensan que con el venezolano no se puede construir sociedad, no se puede construir desarrollo, no se puede construir libertad. Mientras haya ese desencuentro, y no demos el paso para pensarnos en el encuentro los dos sectores, no vamos a poder plantarnos como verdadera alternativa ante el régimen. El que gana con ese desencuentro político es el régimen mismo.
La venezolanidad como enemiga
—¿Cuál es el propósito de barrer con la venezolanidad?
—La venezolanidad es un enemigo para el chavismo. La venezolanidad auténtica, la de la solidaridad, es una práctica distinta del chavismo, para quien solo existe el “te doy si estás de acuerdo conmigo”.
—¿Pero por qué el chavismo quiere barrer con la venezolanidad, en su opinión?
—Porque mientras la venezolanidad esté presente el chavismo corre peligro, mientras la venezolanidad esté presente el venezolano no va a poder ser del todo chavista, y eso lo entendió Chávez perfectamente, y por eso la revolución tenía que ser una revolución cultural y que se impusiera un nuevo hombre.
—¿Cuál es el nuevo sujeto?
—Un sujeto centrado en sí, solo centrado en la revolución y en el Estado como el sujeto político.
—¿Un proyecto estalinista?
—A mi entender, un proyecto completamente estalinista.
—Pero Chávez dijo lo contrario.
—Pero, ¿cuál era la práctica? Jesús tenía razón: “Por sus obras los conocerás”. Chávez hacía una ley de comunas en la que decía que el sujeto central era la comuna, pero la ley de comunas dice que el sujeto central es el Estado. La visión es cómo el Estado domina las comunas.
—El chavismo critica el neoliberalismo, pero lo que usted plantea es que el proyecto del chavismo es neoliberal en cuanto a la individualidad.
—Evidentemente que en contenido no, pero el fondo epistemológico es el mismo. Se distinguen en el contenido, pero lo que buscan, al fin y al cabo, se reduce allí.
—¿Para qué?
—Es el concepto del mal. Es un sistema en el que el mal se alimenta a sí mismo. Es eliminar por eliminar, aunque sepas que, al fin y al cabo, ni siquiera tú mismo vas a subsistir. Puedo hablar por experiencia propia porque trabajo con malandros, con asesinos, para quienes el mal es el punto de partida y el punto de llegada.
—No tiene lógica.
—No tiene lógica. Es que el mal no tiene lógica. El mal absoluto, la destrucción absoluta no tienen lógica. Los que trabajamos con malandros sabemos que hay personas así. Pero cuando lo llevamos a un sistema no entendemos que puede haber un sistema pensado para el mal. No lo pensamos. Pero, ¿qué lógica podía tener Hitler, si la dinámica que llevaba era eliminar todo, el dominio por el dominio? Estamos en algo igual: dominar por dominar. He entrevistado a malandros que te dicen que no matan al otro porque los vio mal, sino porque les dio la gana matarlo.
“Genocidio planificado”
—Como usted lo plantea es una lógica de malandros.
—Es una lógica malandra. El chavismo tiene una lógica malandra. Es la arbitrariedad. El ejercicio político de Chávez fue la arbitrariedad. “Exprópiese”, por ejemplo. Eso es lo que hace el pran: el dominio de la arbitrariedad. ¿Qué es lo que hace el malandro? Elimina totalmente a todo aquel que sea su competidor; nunca va a dialogar, nunca va a hacer una estructura política en la cual dialogar o convivir, y su diálogo, lo hago para dominar.
—¿Usted mete a todo el chavismo en el mismo saco?
—Hablo del chavismo que ha gobernado. He tenido una experiencia con la izquierda en la cual he visto muchas cosas que no son de corte totalitario. Mi experiencia con las comunidades eclesiales de base me ha puesto con experiencias de izquierda en las que el otro es importante, el otro es el centro. Pero el chavismo que nos ha gobernado, la doctrina que nos ha gobernado es esta doctrina malandra.
—Pero en esa lógica también se va el chavismo.
—La experiencia histórica es que los totalitarismos no son para toda la población. Por eso, lo primero que procura todo totalitarismo es eliminar el excedente. En algunos casos, el excedente es bastante. En Ucrania fueron más de 50 millones de personas, en China no se sabe. ¿Por qué eliminar el excedente? Porque la dinámica productiva no da para tanto, por lo que tú quieras.
Como van las cosas, argumenta Alexander Campos, nadie puede negarse a pensar “que aquí no hay un genocidio planificado para el mejor control de los que queden” como en Ucrania. “Es más: cualquier estrategia política debería tener en mente que no es un error, que no es una falta de planificación, que no es un problema burocrático, sino que es la eliminación pensada como ejercicio para el mejor dominio”.
No obstante, sí “parece que las cosas se les están saliendo de las manos” a los dirigentes gubernamentales, apunta. “Todos los totalitarismos les dan poder a los criminales para controlar a la población, pero en un momento los controlan, porque ese poder criminal se podría volver sobre ellos”, manifiesta. En Venezuela “vemos que el poder político y el poder malandro no se están convirtiendo en uno solo, sino que mantienen estructuras políticas malandras y estructuras delincuenciales sostenidas por el poder”, y en algún momento “el poder malandro intenta ejercer el poder político”.
Según su análisis, las FAES nacieron “para eliminar ese poder malandro” que presuntamente se les fue de las manos a los dirigentes y que el Cicpc no querría combatir por las armas.
Otro elemento que indica que “las cosas se les salieron de las manos” a los gobernantes venezolanos es que ya no pueden mantener un sector que lo defienda. “El Estado totalitario siempre se cuidó de mantener ese pequeño grupo de privilegiados, militares, policías y burocracia estatal”.
Y Campos agrega un tercero: “La conjunción de hiperinflación, hambre y escasez, que es mortal” para el Gobierno. “Con hambre, pero controlando el futuro, puedes mantenerte. Si sé que mañana voy a tener 100 gramos de arroz, el hambre se vive con calma, con dominio de sí. Pero la hiperinflación hace que el hambre se viva con una desesperación y una inseguridad en la que no existe nada sólido: ni la voluntad, ni la lealtad”.
Hiperinflación no tumba gobiernos
Además, a la hiperinflación “hay que añadirle la exposición descarada del producto sin que puedas adquirirlo”, porque “ahora tienes el producto y no puedes adquirirlo, y por más esfuerzo que hagas no vas a poder lograrlo”.
—Eso debió generar una hecatombe social que no ha ocurrido.
—Ningún régimen hiperinflacionario ha caído por la hiperinflación. La inflación más prolongada que hemos tenido registrada es la de Nicaragua: cinco años, y el régimen de Ortega no cayó por eso, sino por la guerra civil que tenía metida. La lógica dice que un régimen debería caer por la hiperinflación, pero la historia dice lo contrario. ¿Por qué? Por el miedo a la muerte, por el miedo al dolor, y eso es algo que el régimen intenta controlar. ¿Qué está sucediendo? Las protestas políticas se han convertido en protestas sociales y el Gobierno las criminaliza. Los últimos presos políticos que tenemos son presos por protestas de carácter reivindicativo.
—¿No hay un estallido porque hay temor?
—Entre otras cosas.
—Hay gente que quiere al Gobierno. No se puede desconocer eso.
—Pero esa no es la base política que lo sostiene. Usted va a cualquier comunidad, a cualquier barrio, y la base política del chavismo está reducida a 12% o 15%. Pero esa no es la movilizada para mantener el régimen. Los regímenes totalitarios saben que su seguridad no está en la lealtad de la población, sino en la lealtad de un pequeño grupo armado y bien comido. Eso es lo que no hay ahora, porque el ejército se está yendo en desbandada, se sabe de hasta generales que han desertado; al Cicpc todos los días se le van funcionarios.
—Si el sistema no tiene quien lo cuide…
—En política las reacciones espontáneas son las más escasas. Las multitudinarias revoluciones ocurren una vez cada 300 o 400 años. En política hay que dirigir, hay que liderar, hay que orientar, hay que politizar. Si el hambre o la inflación se dejan a sus anchas, no van a producir un cambio político. Es peligroso que la apuesta del político sea al desgaste del régimen por el hambre. Al régimen no le interesa, porque el desgaste es una noción democrática en la que al otro le importa el desgaste, pero el totalitarismo es mantenerse a toda costa.
Alexander Campos sostiene que, si el primer paso del Gobierno es “sacar el excedente”, el segundo paso es “organizar la dominación con los que se quedan”. Para eso, necesita “una policía política realmente a sus órdenes, que no ha logrado”. Aunque “la venezolanidad está sufriendo, la estructura comunitaria está sufriendo, no la logran vencer”, la comunidad “se sigue protegiendo a sí misma”.
Sin embargo, “el totalitarismo no se detiene”, y si “pierde un asunto, va por otro”, reflexiona.
—Usted lo ve como una máquina que va en automático.
—Como una máquina que van en automático, que no se detiene.
—¿Si sale el presidente Maduro y mañana está otra persona?
—No es un problema de personas. Sale Maduro y entra Diosdado y será lo mismo. Sale Maduro y entra Elías Jaua y será lo mismo, porque son exigencias del sistema. El sistema totalitario anula la libertad personal. En realidad no deciden los sujetos: decide el sistema por los sujetos.
—Si el totalitarismo quiere un Estado fuerte, como usted plantea, ¿por qué se disuelve el Estado en la cotidianidad?
—Eso es propio de los errores que tiene esta implementación, y que el sistema político opositor no aprovecha. Si se deja, lo que va a ocurrir es que el Estado lo controle y se constituya en la totalidad.
—Usted ve esto como parte de un reacomodo?
—Lo están buscando. Fallan, y como no tienen costo político en la búsqueda, no pasa nada. En democracia sí hay un costo político, lo pagas con votos. Aquí no. El sistema es refractario a la crítica, y se nos vendieron como un sistema crítico.
—Pero hay críticas dentro del mismo chavismo.
—Hay sujetos que realmente no son del sistema, que están allí porque son muy buena gente, se han dejado engañar y quieren el bien realmente de la gente. La oposición no ha aprovechado las fallas del propio sistema totalitario.
“Apostar por el venezolano”
—¿Hay referentes culturales a los cuales aferrarnos para rescatar la venezolanidad que estamos perdiendo?
—Esa es la esperanza. Mientras algunos apuestan a que el cambio debe ser cultural para poder salir de esto, yo lo que pienso es que no es la transformación cultural, sino retomar las bases de lo que nos hace venezolanos lo que puede sacarnos de esto. En vez de retraimiento, como propone el sistema totalitario, hagamos todo lo contrario: más expansión, más comunitariedad. A la violencia armada, mayor solidaridad comunitaria en movilización. En vez de contraerse, expandirse. Ese es el movimiento del venezolano.
—¿De qué depende eso?
—Lo primero es apostar por el venezolano. Normalmente no se apuesta. Al contrario, hay una vergüenza. A mí me preocupa que nuestros emigrantes no sean emigrantes políticos y económicos, sino emigrantes culturales: que estén huyendo de nuestra manera de ser.
—¿El ser venezolano es lo que puede combatir el totalitarismo?
—Yo sí lo creo. La manera de ser venezolano es dinámicamente opuesta a la forma de ser del totalitarismo.
—¿Cómo se convierte eso en una acción política?
—Hay que insertarse, hay que ir. Hay que hacer el movimiento de estar, y estando, construir con la gente. Y una vez con la gente, sin vergüenza, moverse hacia una finalidad política. Ahora el político no quiere hablar de política.
—Porque hay un desprestigio.
—Pero la gente no es tonta. La gente sabe que, mientras vayas a darle un plato de comida, le resuelves el hambre del momento pero no la situación. La gente exige acción política.
Balcanización o violencia
—¿Sentimentalmente, como sociedad, hemos roto con Chávez? ¿Tanto quienes lo quieren como quienes lo odian?
—Quien todavía pertenece al régimen no ha roto con el chavismo ni ha roto con la figura de Chávez. Del otro lado, el movimiento es una rabia tremenda por lo que ha causado, y esto me preocupa, porque en esa rabia está lo que pareciera ser el futuro más cercano: ante la ausencia de Estado y esta situación anímica lo que uno ve es una base de violencia contenida que puede estallar sabe Dios en qué cosa.
—¿Por ejemplo?
—Desde una guerra civil hasta la disolución como país. Porque si el Estado no tiene el dominio de amplios sectores aquí podemos tener hasta…
—¿Una situación como la de los Balcanes?
—Es una de las posibilidades. Oriente es Venezuela, se llama Venezuela porque pertenece al espacio geográfico de lo que en algún momento fue el país venezolano, pero están haciendo vida absolutamente separados de esto. Es una de las posibilidades.
—¿Esa balcanización por qué ocurriría?
—Por no poder dominar el territorio. En las fronteras hay un dominio más efectivo de los grupos narcotraficantes y de los grupos guerrilleros que del propio Estado. En el oriente del país domina el narcotráfico. Las megabandas están, de alguna manera, llegando a un acuerdo con los cuerpos policiales. Soy científico social y mi deber es pensar en tendencias.
—¿Hacia dónde van las tendencias?
—Hacia la balcanización, hacia una violencia generalizada. Pareciera ser que lo político, pensado como acuerdo, no sería el primer escenario. Hay ira. ¿Usted sabe cuántos hogares ha destruido esto? ¿Cuántas familias por culpa del régimen están rotas? ¿Cuántas madres solas? Hay una rabia profunda. Las bases de una guerra civil son: división política, ruptura de las fuerzas militares y disposición a la violencia por parte de la población y falta de instituciones por las cuales regir el conflicto. Y nosotros tenemos las cuatro.
—Usted dice balcanización, guerra civil…
—Yo diría que la violencia es el horizonte de las posibilidades. Y de ahí usted saque adelante cualquier cosa.
—¿Cómo pararlo?
—Que el régimen se sepa sin posibilidades afuera. Hasta ahora la oposición y las instancias internacionales han hecho entender claramente al régimen que fuera no tiene posibilidades, pero dentro sí. No solamente hay que hacerle difícil al régimen, afuera, el costo político de permanecer, sino que adentro hay que hacerle difícil el costo político.
—¿En qué se traduce eso?
—En mucha movilización y organización de las comunidades, de los gremios. Pensar que lo político va más allá de las estructuras partidistas y convertir el escenario nacional en escenario de movilización.