Algo más que rumores de guerra
La memoria europea ha resucitado el temor a la guerra, pero también el temor a dejarse vencer. El apaciguamiento, como estrategia frente a los agresores, no suele funcionar
La matanza cometida por Daesh en el Crocus City Hall de Moscú, con un balance provisional de al menos 133 muertos y decenas de heridos, ha avivado aún más la tensión en un país que formalmente ha reconocido hallarse en «estado de guerra», según el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. Aunque el atentado ofrecía desde el principio todos los indicios de una autoría islamista, medios y políticos gubernamentales, entre ellos el propio Putin, no dejaron de deslizar mensajes contra Ucrania, en el contexto de una exacerbación nacionalista no solo contra el país invadido por Rusia, sino también contra Europa y Occidente en su conjunto.
No puede decirse que sean rumores de guerra lo que recorre Europa, sino los ecos de unas amenazas rusas cada vez más precisas y recargadas de hostilidad. Putin ha aplicado el manual de todo dictador para presentarse como víctima de una conspiración occidental y no como responsable de un crimen de agresión contra Ucrania. Por culpa de Occidente, justifican desde Moscú, lo que empezó siendo una «operación militar especial» es hoy un «estado de guerra». La culpa es de las democracias occidentales por ayudar a Ucrania a no dejarse arrasar.
Lo cierto es que la posibilidad de una extensión de la guerra en suelo europeo está llevando a muchos países a tomar medidas de prevención, como manda el principio de «si quieres la paz, prepara la guerra». La pusilanimidad es la peor cara que puede ofrecer Europa frente a Putin. El problema es que Europa tampoco está actuando de forma homogénea a pesar de compartir el diagnóstico que hizo la ministra española de Defensa, Margarita Robles, cuando afirmó que «la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente». Quizá el primero en no serlo sea el Gobierno al que pertenece Robles, porque no se percibe que haya un cambio en la política de Defensa, ni en términos presupuestarios ni en términos diplomáticos. Si tan grave es la situación, habrá que tomar decisiones coherentes. Alemania derogó su política de contención armamentística implantada desde el final de la II Guerra Mundial. Suecia y Finlandia –con todo lo que significa históricamente para ambos países– han entrado en la OTAN. Dinamarca ha ampliado a las mujeres el servicio militar obligatorio. El Reino Unido mantiene en máximos niveles su apoyo a Kiev. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha ido más allá que ningún dirigente europeo al plantear la posibilidad de desplazar tropas galas a territorio ucraniano. Y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha pedido un informe sobre estrategias de defensa civil en Europa.
La historia de Europa demuestra que lo que parece imposible puede suceder en pocos meses. Es cierto que la capacidad de destrucción recíproca que tienen los arsenales militares, al margen de los nucleares, sigue siendo un factor de disuasión para cualquier pretensión belicista. Pero ya se han superado escenarios que hasta hace poco tiempo parecían improbables. De hecho, hay una guerra abierta en Europa, la provocada por Rusia contra Ucrania. La memoria europea ha resucitado el temor a la guerra, pero también el temor a dejarse vencer. El apaciguamiento, como estrategia frente a los agresores no suele funcionar. Rusia quiere reverdecer sus pretensiones expansionistas en un mundo especialmente dividido, con Irán como actor secundario de los intereses de Moscú y China aprovechando la situación para ampliar su influencia.