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Algunos ejemplos que explican por qué Argentina no tiene solución
El mejor jugador del mundo no perdonaba que los 32 respiradores que había donado en plena pandemia se quedaran, más de dos años, bloqueados en la Aduana mientras los argentinos se morían por miles
En la Casa Rosada se quedaron de piedra cuando la selección nacional de fútbol y campeona del Mundial, rechazó, en su vuelta triunfal, hacer una visita a Alberto y Cristina Fernández. El Gobierno presionó hasta límites que deberían ser impropios para un Ejecutivo. La albiceleste decidió someter la decisión a votación y únicamente un jugador lo hizo a favor de ir a hacerse una foto, ominosa para Leonel Messi, con el presidente y la vicepresidenta (más los que se habrían apuntado a la fiesta).
El mejor jugador del mundo no perdonaba que los 32 respiradores que había donado en plena pandemia se quedaran, más de dos años, bloqueados en la Aduana mientras los argentinos se morían por miles. La burocracia deliberada evitó salvar muchas vidas. Messi había pagado hasta el avión que los transportaba para evitar más muertes.
Incomprensible para los que viven fuera y dentro de Argentina, el episodio, con resultado criminal, recuerda otros recientes que el término surrealista les viene como un guante.
El centro cultural ArtHaus, abierto en la calle de Bartolomé Mitre a la altura de Reconquista, fue iniciativa privada del empresario y coleccionista Andres Buhar. Este espacio, no por casualidad, está a la vuelta de la catedral donde el Papa Francisco oficiaba misa como arzobispo de Buenos Aires. Su titular lleva esperando año y medio a que le aprueben la solicitud de importación de luminarias teatrales. Dicho de otro modo, las bombillas de calidad que se hacen fuera porque las de dentro son de, apaga y vámonos.
Buhar es un rara avis al que se le ocurrió invertir y apostar en Argentina cuando la estampida del dinero, de los de dentro y de los de fuera, es general. Brasil y Uruguay se benefician y abren los brazos a los inversores y a los ciudadanos que no quieren vivir más en un país donde la seguridad, física y jurídica, es un espejismo. La última encuesta de D’Alessio Irol, difundida por Contexto Político de Infomedia, advierte que la mayor preocupación del 72 % de los argentinos es esa, la inseguridad.
En 2002 una imagen de la provincia de Tucumán de unos pequeños en los huesos, sacudió las conciencias de medio mundo. Los chicos parecían más de Biafra (era lo que estaba de moda entonces) que del país que presumía de ser, todavía, algo parecido al granero del mundo y de tener una cabaña de ganado para alimentar a medio continente. La grabación de un hormiguero humano «carneando» (descuartizando) a un caballo, tras volcar el camión en el que lo trasladaban para llevárselo como alimento, terminó de ofrecer una imagen miserable de Argentina.
A The Washington Post le bastó con publicar la primera imagen junto a una crónica de su corresponsal de entonces, Anthony Faiola, para que sus lectores, conmovidos, llenaran un contenedor con alimentos, ropa y los enseres habituales que se llevan ante cualquier catástrofe. Pasaban las semanas y el contenedor que había llegado al puerto de Buenos Aires no se movía. Faiola se desesperaba porque había visto y sabía que los niños desnutridos se seguían muriendo de hambre.
Mario Das Neves estaba al frente de la Aduana cuando el periodista del Washington Post denunció las trabas que ponía para sacar la carga que podía paliar la hambruna de la gente. Pendenciero y poco amigo de los Estados Unidos Das Neves convocó al periodista a su despacho.
El jefe de la Aduana lo preparó con cámaras para grabar todo, como si fuera un estudio de televisión y trató a Faiola, desde que entró por la puerta, como si mereciera el patíbulo y no el agradecimiento y a Estados Unidos, «el imperio», se refirió con términos insultantes.
En similar situación se encontró el padre Ángel con las donaciones de Mensajeros de la Paz. «Nos abrían hasta los botes de aspirinas», describiría el sacerdote a los corresponsales españoles en esas fechas. En su caso, le ahorraron las cámaras y la retransmisión. También, si la memoria no falla, los insultos a España y las acusaciones de que las cargas eran basura.
Feliz la Argentina de recibir en diciembre a sus ídolos de Qatar, el dispositivo de seguridad que debía proteger al autobús de la selección nacional se diluyó hasta quedar en la mínima expresión o en una expresión a todas luces insuficiente. Messi y compañía tuvieron que salir en helicóptero, como los presidentes malditos de Argentina.
Si no los pudieron ver, al menos podrían comprarse la camiseta albiceleste con las tres estrellas bordadas en el pecho, pensaron muchos. Tampoco pudo ser. Adidas, patrocinador de la AFA (Asociación de Fútbol Argentino) necesitaba importar ese hilo dorado para coser la tercera estrella en las partidas que tenía en depósito antes del Mundial. Mudos por sus servidumbres contractuales y el futuro del negocio, fue una periodista la que ofreció una explicación verosímil en Twitter: le bloquearon el hilo en la Aduana.
En simultáneo, las «truchas» (falsificaciones) se vendían a mitad de precio en las esquinas o en el mercado de trapicheo de La Salada, el rastro más grande de Sudamérica que tanta publicidad le dio Cristina Fernández en aquel tragicómico viaje a Angola que realizó cuando era presidenta.
Estos ejemplos, surrealistas, son una muestra de cómo funciona un país que hace honor al tango y al que no le queda más remedio que sobrevivir con el lamento.