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Algunos recuerdos de la primera Junta Directiva de Pdvsa

Junta Directiva de Pdvsa 1976-1977 (izq. a der): Edgar Leal, Carlos Guillermo Rangel, Manuel Ramos, Luis Plaz Bruzual, Domingo Casanova, Alirio Parra, Julio Cesar Arreaza, Gustavo Coronel, Rafael Alfonzo Ravard, Benito Raúl Losada, José Martorano, José Rafael Domínguez, Andrés Aguilar (asesor legal), Julio Sosa Rodríguez, Pablo Reimpell, Coordinador de Finanzas; Manuel Henríquez (representante sindical).

Este mes se cumplen 50 años de la llamada nacionalización de la industria petrolera venezolana, la cual fue una toma de control de esta industria por parte del estado. En sentido legal, fue una nacionalización, pero en sentido práctico, una estatificación, ya que cerró las puertas de la participación en esta industria a los venezolanos del sector privado. Dos o tres empresas nacionales que existían en ese momento fueron obligadas a cerrar sus puertas.

Fui miembro de la primera junta directiva de Petróleos de Venezuela. Solo dos miembros de aquella junta aún estamos vivos: Edgar Leal y yo. El objetivo de esta nota es hablar de mis recuerdos de aquellos primeros momentos del proceso, cuando se tomó la decisión de “nacionalizar” y cuando se iniciaron las actividades de la nueva empresa creada para tal fin, Petróleos de Venezuela.

Según lo acordado entre el presidente Carlos Andrés Pérez y el ministro de Minas y Petróleo, Valentín Hernández Acosta, la primera junta directiva de Petróleos de Venezuela debía estar integrada solamente por personas no activas en la industria petrolera del momento. Supongo yo que esa decisión se debía a un deseo de eliminar cualquiera discusión o discrepancias sobre méritos, si alguno de los lideres visibles de la industria, como Guillermo Rodríguez Eraso y Alberto Quirós Corradi hubiesen sido incluidos y otros no. Los miembros elegidos fueron todos personas de gran prestigio en el mundo empresarial venezolano: Rafael Alfonzo Ravard, presidente; Julio César Arreaza, vicepresidente; Julio Sosa Rodríguez, Carlos Guillermo Rangel, Alirio Parra, Benito Raúl Losada, Edgar Leal y José Domingo Casanova como directores principales; Manuel Peñalver como Director representante de los trabajadores y Luis Plaz Bruzual y José Martorano como directores suplentes con plena participación en las deliberaciones, aunque sin voto. Y… también yo.

De manera sorpresiva para muchos, incluyéndome a mí, fui nombrado miembro de esa junta, lo cual contrariaba lo acordado entre el presidente y su ministro. Esto fue una decisión del presidente, a pesar de la fuerte oposición del ministro, quien sentía que se estaba violando el acuerdo inicial. El ministro tenía razón. Yo no he debido formar parte de esa primera junta directiva, pero el presidente quiso distinguir a los gerentes y técnicos venezolanos que habían participado en el gran debate petrolero que llevó a la nacionalización, quienes se habían manifestado con mucha fuerza contra las posibilidades de politización de la industria petrolera nacionalizada. Con mi nombramiento el presidente quiso colocar allí a un representante de ese grupo, quien serviría para proteger la naturaleza profesional de la gerencia y como vigilante en contra de intentos de politización que pudieran ocurrir. Así lo entendí yo.

La designación del general Rafael Alfonzo Ravard como presidente de la empresa fue un gran acierto. El país entero confiaba en esta persona, a quien veían como un gerente público excepcional por su eficiencia y su integridad personal. El vicepresidente, Julio César Arreaza, era un abogado identificado con el partido de gobierno, pero muy respetado por sus cualidades personales de integridad y cordialidad. Los directores eran todos de primera línea en el mundo empresarial y profesional, algunos eran verdaderas leyendas como Luis Plaz Bruzual, José Martorano, Alirio Parra y Julio Sosa Rodríguez.

Un día después de la juramentación de la junta directiva en Miraflores recibimos la visita del presidente Pérez en la sede que se nos había asignado, creo recordar que era el séptimo piso del edificio de Lagoven, la empresa filial más importante de las que fueron nacionalizadas, la heredera de Creole. En esa primera reunión con nosotros el presidente Pérez hizo gran énfasis en la necesidad de conservar la gerencia de Pdvsa a un nivel totalmente profesional, sin permitir ninguna desviación. Tomó un pedazo de papel en sus manos y nos dijo: “Si ustedes reciben de mí una recomendación para emplear a alguien hagan lo siguiente…”. Tomó el papel, lo arrugó en sus manos y lo tiró al cesto de la basura.

Puedo dar fe de que la intención de conservar a Pdvsa como empresa profesional y apolítica fue el deseo fundamental exhibido por el presidente Pérez en aquellos momentos iniciales.

La junta directiva de la empresa se reunía todas las semanas, hasta más de una vez, pero sus miembros no trabajaban en la empresa. El general Alfonzo tenía un equipo a su alrededor integrado por el asesor legal, Andrés Aguilar; el asesor político, José Giacopini Zárraga y un secretario privado, Iván Sigurani. La organización de la empresa matriz estaba integrada por los llamados coordinadores funcionales, quienes eran los contactos entre la casa matriz y las empresas operadoras para todo lo relacionado con la formulación de estrategias y con los planes sectoriales de la empresa. Todos estos coordinadores eran gente activa en la industria, de primerísima línea profesional. Entre esos coordinadores destacó desde el primer momento el coordinador de Finanzas, Pablo Reimpell, no solo porque el aspecto financiero era vital para la nueva empresa sino porque él probó ser un gerente excepcional, de gran lucidez y sentido común, quien durante los años siguientes aumentaría su importancia en la empresa, hasta llegar a ser insustituible.

Mi posición era única en el sentido de que era un director miembro activo de la industria petrolera, a nivel operacional. Supongo que por un momento nadie sabía que hacer conmigo, porque no me podían enviar de regreso a las filiales operativas, pero no era un empleado de línea de la casa matriz.

¿Qué hacemos con Coronel?, se preguntaría una y otra vez el general.

Y tomó la decisión de convertirme en una especie de lo que en términos militares se llama un Aide de Camp, un asesor o asistente personal para materias íntimamente relacionadas con la industria petrolera. Me puso a su lado para obtener respuestas rápidas a preguntas específicas sobre la industria. Esta posición fue de extraordinaria importancia para mí, pues, a pesar de tener un nivel de gerente medio dentro de la industria petrolera, me colocó en el mismo centro del poder y me permitió hacer aportes que no hubiese podido hacer desde mi modesta posición dentro de la industria. Una de las primeras tareas que tuve fue elaborar para el uso del general Alfonzo una “chuleta” que le diese los elementos básicos de la industria, para su utilización en reuniones con el sector empresarial no petrolero. Esencialmente, le dije, el numero 40 es útil recordar porque Venezuela ha producido unos 40.000 millones de barriles de petróleo, todavía tiene unos 40.000 millones de barriles de reservas adicionales en las principales cuencas, tenemos unos 40.000 empleados, etc. El general Alfonzo me comentó que según Giacopini en Venezuela teníamos una dictadura cada 40 años (En aquel momento yo tenía un poco más de 40 años de edad).

Mucho más importante fue mi tarea de elaborar muchos de los discursos del general para sus frecuentes eventos con el sector empresarial y político. Él me suministraba los lineamientos principales que deseaba enfatizar y yo elaboraba el producto semifinal, para su aprobación. En esos discursos, al mismo tiempo que interpretaba los deseos del general, pude introducir conceptos técnicos y gerenciales que reforzaban la naturaleza profesional de la industria y la conveniencia de mantenerla de esa forma. El mantra que emergió de nuestra interacción fue el de la industria petrolera como apolítica, manejada por una gerencia profesional, meritocrática, con normalidad operativa y con un sistema de autofinanciamiento que le permitiría independencia de acción. Este mantra contenía las claves del éxito de la empresa y pienso que hizo posible su extraordinario comportamiento de los primeros años, cuando llegó a estar entre las cuatro primeras corporaciones petroleras del mundo.

Tuve la oportunidad de coordinar el proceso de racionalización que llevo el número de empresas filiales de 14 a 4 (finalmente serían tres).

En aquellos primeros meses y años de actividad en Pdvsa se estructuraron los grandes lineamientos estratégicos de la corporación. Se racionalizó la estructura organizacional, al llevarse el número de empresas filiales a tres, totalmente integradas; se inició una extensa campaña exploratoria que permitió el descubrimiento de nuevas reservas de petróleo y se planificó el cambio de patrón de refinación para llevar las refinerías a maximizar su producción de diésel y gasolinas.

Al terminar mi permanencia en el Directorio de Pdvsa regresé a Maraven, reintegrándome a mis labores “normales”.

De aquellos años queda en mi memoria la integridad y honestidad profesional de quienes participaron en el nacimiento y primeros pasos de la empresa. Gente honorable y dedicada.

Luego comenzó a lloviznar, llovió más fuerte y finalmente llegó un huracán que destruyó la empresa y ha arruinado al país.

Pdvsa cayó en manos de otra clase de venezolanos ignorantes y ruines, llena de mitos y complejos.

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