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Alias Grace y el año Atwood

No creo que Margaret Atwood sea una de esas intelectuales que aseguran no tener televisión en casa. 2017 va a ser su año y lo va a ser gracias a la TV. Ni ‘El cuento de la criada‘ ni ‘Alias Grace’ se escribieron ayer. Sin embargo es hoy cuando mueven masas. Son novelas publicadas en los ochenta y noventa respectivamente, y entonces ya eran libros soberbios, pero sus adaptaciones televisivas llegan en un momento en el que el mensaje de la obra de Atwood encuentra un caldo de cultivo perfecto para arraigar. El instante correcto y el lugar adecuado (la televisión) para que la canadiense ocupe el lugar que merece. Sólo queda que vuelvan a poner en marcha la adaptación de la trilogía de MaddAddam, ahora que Aronoksfy (y su intensidad) han abandonado el barco. Preparen la chequera, productores del mundo, porque llevar eso a imágenes va a salir por un pico.

Para ‘Alias Grace‘ no ha hecho falta tanto presupuesto. Me definieron la serie como «El cuento de la criada en Downton Abbey» y tenían razón. Pero más allá del chiste fácil, es exactamente eso. Como si los guionistas hubieran derivado la violación de Anna hacia un drama sin redención ni arreglo. Como si Offred ni siquiera supiera de la existencia de los derechos fundamentales, porque todavía ni existen. En ‘Alias Grace’ Margaret Atwood ejemplifica bien qué es una narración no machista de un universo machista. Mujeres que no son cosas en un mundo que las tratan como tales. Sarah Polley, guionista de la serie, respeta y magnifica ese compromiso ético-narrativo. Y Sarah Gadon, que debería ser candidata a todos los premios de interpretación esta temporada, lo transmite. Su Grace ninguneada y vapuleada se aferra a unos diminutos espacios de libertad que considera sagrados (y lo son).

Gadon es tan irresistible como la Claire Foy de ‘The Crown’. O, para no salir de Atwood, como la Elisabeth Moss de ‘El cuento de la criada’. A medio camino entre ‘Las Brujas de Salem‘ y ‘Las Criadas‘ de Genet, ‘Alias Grace’ es además muchas otras cosas. Sarah Polley ha sabido convertir en subtexto televisivo el subtexto literario de la novela que adapta. Bajo la banal y casi telefilmera historia de la reclusa Parks, hermética e indescifrable (¿acaso alguien se ha molestado en preguntarle A ELLA?) hay mil temas que piden a gritos un debate. Lo hacían en los años noventa y lo hacen ahora. Simplemente en 2017 las probabilidades de que nos sentemos y escuchemos son mayores. O de que nos sentemos y miremos. Que las series hayan sustituido a los libros en la vida de muchos de nosotros quizá no es tan malo.

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