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Alicia Álamo Bartolomé: Cuestión de fe

La fe es la sustancia de las cosas que se esperan, el argumento de lo que no se ve. (Hebreos 11, 1)

 

Esta definición del autor de esa carta -no parece de san Pablo, pero sí de un buen seguidor suyo- deja algo muy claro: creer, es decir, tener fe, es vivir en la oscuridad, pues su sustancia es algo que no está, puesto que se espera y además, es al mismo tiempo el argumento de esta ausencia. Esto está en perfecta armonía con la doctrina de san Juan de la Cruz sobre la noche de la fe. ¡Vaya lío y paradoja, porque lo único claro es la oscuridad!

A tientas han andado filósofos y teólogos tratando, primero, de entender estas tinieblas y luego, explicarlas. No sé hasta dónde han llegado, porque, ante un misterio descubierto siempre aparece otro. Pero avance hay: han enriquecido sus respectivas disciplinas. Dios en sí no es oscuridad sino luz. La fe sobrenatural es un claroscuro por nuestra limitación. Pero por participar de la luz divina nos ilumina y orienta.

La fe es, entonces, como un eclipse total de sol: la luna se le pone enfrente y ese plato negro lo cubre completamente. Sin embargo, no se hace noche total sino un atardecer, porque por el borde de la circunferencia se cuelan rayos del astro rey. Así la fe, en su noche racional, se escapan resplandores celestes. Ni al sol ni a Dios se les puede tapar con un dedo.

Yo me deleito ponderando en mi mente y corazón estas elucubraciones, pero no a todos les pasará lo mismo y mejor descendemos a un plano más familiar de entendimiento: los seres humanos, sin excepción, vivimos de fe.

Un niño tiene fe en su madre que lo alimenta y lo consuela cuando se tira en sus brazos tras un mal momento; y en su padre, cuando juega con él, lo lanza por los aires pero confía en que no lo dejará caer. Un hogar bien llevado es un equilibrio de fe, un divorcio una destrucción de esa fe. Nadie sale ileso de ese derrumbe. Los hijos, especialmente, descubrirán el camino de la duda. Han perdido el par de columnas de su sustentación. Dicen adiós a su primera fe.

Un sistema educacional que no inspire respeto y confianza en los educandos, es un fracaso. Si se quiere aprender y aprehender hay que tener fe en la palabra del maestro. Se enseñan ciencias, humanidades y otras ramas del saber humano, pero para avanzar en esas rutas se deben acatar los principios establecidos en las diversas disciplinas. Es un acto de fe creer en el átomo, invisible a nuestros ojos; en la teoría de la relatividad que no entendemos; en un universo de infinitos sistemas solares y galaxias cuando apenas vemos unos puntos de luz, no muy diferentes unos de otros. Sólo si confiamos en el diagnóstico, tratamiento u operación y las medicinas prescritas por el médico, nos sometemos para curarnos. Es decir,  nuestra existencia transcurre en una sucesión de actos de fe.

Es más, hacemos profesión de fe en la desgraciadamente menos confiable de las actividades humanas: la política. Creemos en una ideología, un partido, un candidato, unos líderes. Ilusionados votamos por ellos y, como dice el tango de Gardel: Por una cabeza, cuántos desengaños… Él se refería a un caballo, que le gana al de su apuesta, por una cabeza. Pero en nosotros empieza por la propia que escogió mal o se equivocó, por la de chorlito del adalid elegido, por las que traicionan a sus seguidores por mezquinas ambiciones. Para definir la política parafraseo el título de una obra de Shakespeare: la política es La comedia de las desilusiones.

¡Ah si fuera sólo comedia! Pero no, es más bien tragedia, porque no es otra cosa el estado actual de Venezuela. El pueblo creyó en alguien que con un giro de timón lo elevaría y terminó por hundirlo en lo más profundo de un océano de iniquidades. En ese abismo no se ve ni un asomo de luz para la recuperación. En añadidura, la pandemia interminable, apocalíptica y el aislamiento requerido, nos aplastan. Se ha perdido la fe.

Y sin embargo hay que recuperarla, pero la esencial, la única capaz de hacernos remontar para lograr una sociedad sana y próspera, un ambiente de paz, trabajo y progreso: la fe en Dios. No es tiempo de ateos.

 

 

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