Alicia Álamo Bartolomé: Isabel y yo
Nada tenemos en común sino la edad. Soy tres meses y ocho días mayor que ella. La reina es de sangre azul y la mía es tan roja como la sangre del toro. Sin embargo, desde pequeña he seguido su trayectoria, dada la circunstancia de que desde muy niña estuvo presente en los medios de comunicación.
Su tío, Eduardo, Príncipe de Gales por mucho tiempo, que debió ser el rey Eduardo VIII, no quiso serlo y eso se vio venir aun antes del episodio con Wallis Simpson, que fue el broche final para su renuncia al trono.
Eduardo no quería ser rey, como Príncipe de Gales se divertía mucho, era un play-boy, gozaba de su libertad. Enamorarse de la divorciada norteamericana le vino al dedillo para darle un toque romántico a su renuncia al trono. La prensa lo explotó al máximo.
Cuando se preveía el destino del príncipe Eduardo y su prolongada soltería, ya se empezó hablar de que la corona recaería en su hermano Jorge, lo seguía en edad y la hija mayor de éste, la pequeña Isabel, se convertiría en heredera del trono. Entonces la niña se hizo noticia, blanco de la prensa y los noticieros cinematográficos.
Hablo de los primeros años de la tercera decena del siglo XX, cuando yo empezaba a dame cuenta de mí misma y tenía curiosidad por todo lo que pasaba a mi alrededor y en el mundo. Absorbí íntegra la parafernalia en torno a la abdicación de Eduardo VIII, sus amores con la Simpson, el ascenso al trono de Jorge VI y de la niña Isabel a heredera real. La seguía en los medios, observaba sus vestidos propios para mi edad, sus zapatos, sus medias y le envidiaba sus abriguitos de invierno que no podía usar en mi país.
La vi crecer, llegar a adulta, encontrar a su príncipe azul en Felipe de Mountbatten, recibir durante un viaje por África la noticia de la muerte de su padre y, por lo tanto, de que ella era la reina de su país. Su coronación. Supe del nacimiento de sus hijos. Vi por televisión en colores -porque estaba en Boston- cuando su hijo Carlos fue investido de Príncipe de Gales, con el mismo destino de longevidad en el cargo de sus tíos bisabuelo y abuelo llamados Eduardo.
Porque Eduardo VII, hijo de la reina Victoria, también tuvo un largo período de Príncipe de Gales, imponiendo modas, como la tela con ese nombre, la raya en el pantalón masculino, por accidente: tuvo que vestirse apresuradamente por un compromiso con el pantalón doblado, recién sacado de la caja y al día siguiente todos los caballeros londinenses se hicieron marcar con la plancha la raya en sus pantalones.
Eduardo VII reinó muy poco, su madre Victoria celebró hasta 60 años de reinado, pero su bisnieta Isabel le lleva una morena. Al príncipe Carlos no le queda mucho tiempo al trono…, si es que llega. Dicen que hace poco hizo testamento y le deja todo a su mamá.
En fin, he seguido a esta reina en su larga vida, como la mía y su arribo a 75 años de reinado me han dado tanto regocijo como si fuera pariente mía. Hasta en el desagradable episodio de la trágica muerte de la princesa Diana, estuve con ella. Fue muy criticada. Algunos la acusaron de una reacción muy dura. No, fue simplemente una reina. Es verdad que la encantadora esposa del príncipe Carlos fue injustamente engañada desde el principio.
Antes de casarse, ha debido ser advertida de los amoríos del príncipe con Camila. Entonces ella hubiera podido tomar la decisión de ser o no reina al lado del adúltero. Después, ya estaba metida en el camino y debió comportarse como futura reina cuando descubrió los indignos lazos de su esposo, no responder como una plebeya cualquiera que descubre las infidelidades de su marido: vengarse con su propia infidelidad. Claro, no había sido educada para reina. Isabel II sí. Seguramente supo de algunos deslices de su guapo marido, pero no bajó ni un peldaño de su trono.
Hace unos tres años escribí para mis alumnos de la UMA una comedia como material de lectura dramatizada. Lo que se llama teatro dentro del teatro: los personajes eran mis propios alumnos que ensayaban una obra, dirigida por una de ellos, porque yo me había ausentado para Inglaterra, respondiendo a una invitación de Isabel II. Supo de la contemporánea suya, igualmente lúcida y activa como ella y quiso conocerme.
La comedia termina con una llamada del Embajador del Reino Unido a uno de mis alumnos, Antonio Rodríguez Yturbe, ligado al mundo diplomático. Le comunica que la profesora Álamo no regresará. Visitó con la reina un asilo de ancianos y le gustó tanto que decidió quedarse allí. Vapores de fantasía.
*Alicia Álamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila
Publicado originalmente en Pluma Mirada en 360 de la Universidad Monteávila