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Alicia en la eternidad

Alicia nos dejó como una gran dama, como una gran mujer, de esas que sueñan siempre en grande y dejan una estela de luz y de humanismo en cada paso

 

 

Alicia Álamo Bartolomé vivió casi un siglo de vida venezolana. Ha sido testigo de luchas y alegrías de todo tipo y cumplió una misión importante en nuestro país. Dejó escrita parte de sus memorias en un denso libro titulado Mi largo paso por la tierra. Un tiempo que hoy se nos hace corto, cuando vemos que, hasta dos días antes de dejarnos, seguía escribiendo sus sabrosos artículos en El Impulso de Barquisimeto y el diario digital Reporte Católico lLico.

El futuro nos reserva muchos escritos y estudios sobre ella, y muchos reconocimientos y agradecimientos de personas que la conocieron en sus quehaceres como colega, amiga, arquitecto, periodista, dramaturga, profesora universitaria, promotora cultural, actriz de teatro, decana de Comunicación social, y un etc. que incluye almuerzos culturales y familiares, tertulias y conversatorios de esos que hoy nos hacen falta. Su formación en la fe católica siempre estuvo presente en todas sus actividades. De allí su amor a las personas y su dignidad, su pasión por la justicia y la búsqueda del bien común. Su mirada contemplativa a un mundo lleno de sorpresas y de valores trascendentes. Su delicada sensibilidad para ver el teatro como síntesis de todas las artes y no dejar de asombrarse por el desarrollo de la tecnología, tanto en los medios de comunicación social como en el campo científico.

Sentiré una cierta orfandad con su marcha, porque viví consciente que Alicia y su mamá fueron las primeras personas que me conocieron en la Clínica Bíblica al nacer, en San José de Costa Rica. Siempre fue un referente muy claro. También coincidimos tres años en la Universidad Central de Venezuela cuando empezó periodismo como segunda carrera. Yo estaba un año más avanzada, pero desayunábamos juntas en su Volkswagen escarabajo color vino.

En mis diez años en Europa nunca la perdí de vista. Fueron los tiempos de su desarrollo en el campo del teatro y el mundo universitario como directora de cultura de la Universidad Simón Bolívar, luego en la Metropolitana. El año 1983 nos acompañó a los Briceño Iragorry en la aventura de crear una fundación que sirviera para impulsar el legado de mi padre. Y así llegamos a la celebración del Centenario del nacimiento de Mario Briceño Iragorry en 1997. Ella lo recordaba con gran aprecio por la amistad de sus padres, Antonio e Higinia, con toda nuestra familia y posteriormente porque disfrutó de ese humanismo trascendente de don Mario en todas sus obras, y de esos desvelos que tuvo en la búsqueda de la identidad de nuestro pueblo en crisis permanente.

Alicia me va a comprender que estas líneas solo sean un leve recuerdo de nuestra amistad fraternal de tan larga data, toda mi vida, por decirlo en tres palabras. Pero sé que su gran siembra tendrá exquisitas cosechas en todos los campos donde puso su arado. Alida fue una mujer de una pieza con un gran corazón y entrañas de misericordia. Su encuentro con Juan de la Noche, Santa Teresa de Jesús y San Josemaría debe hacer mucho bien a todos los que la vimos buscar a Jesucristo como norte de su vida exquisita y de su afán de amar al mundo apasionadamente. Me consuela que también don Mario debe haber salido a su encuentro y quizás, entre muchísimos, nuestra común amiga judía Paulina Gamus, que también se nos fue hace poco tiempo.

La presencia de Alicia Álamo Bartolomé en la Universidad Monteávila, será para siempre. Juntas estuvimos en sus inicios, y luego ella dirigió la Escuela de Comunicación Social durante muchos años. Allí también hizo teatro con los alumnos y profesores y a todos les alentaba, con su fino humor y su empeño de ir muy lejos, en la elevación del nivel humano y espiritual de toda la comunidad universitaria. Alicia nos dejó como una gran dama, como una gran mujer, de esas que sueñan siempre en grande y dejan una estela de luz y de humanismo en cada paso. Una mujer que nunca olvidó que todo lo grande empieza siempre pequeño y que las cosas sencillas son las que dejan una huella profunda en el corazón de los hombres…

 

Beatriz Briceño Picón
Periodista UCV – Humanista

 

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