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Alma Delia Murillo: Magdalena frente a Meade

Esa es la diferencia entre el PRI y los demás partidos: setenta años en los que la tragedia ocurre como una repetición inagotable, setenta años en los que el PRI ha gobernado este país con resultados nefastos. Foto: Cuartoscuro

La conocí hace unos meses y se volvió parte de mi rutina detenerme a saludarla.
No es la distinguida discípula de Jesús ni la princesa de Suecia aunque comparta nombre con ellas; pero sus pómulos altos y su reposado silencio le dan una elegancia que algunos jamás alcanzaremos ni vaciándonos encima una botella de Givenchy.

Magdalena bolea zapatos afuera de un edificio corporativo. Se sienta a la orilla del río de autos en avenida Baja California y espera a que llegue cada par. Diciembre es un mes bueno, supongo, porque el frío nos hace buscar las botas y botines que llegan desesperados a sus manos para que la piel sea hidratada nuevamente.

Así la conocí, me senté una tarde a que recompusiera mis botas favoritas. Ella contemplaba las marcas de piel y yo la contemplaba a ella, su concentración monacal llamó mi atención, eso y el reflejo del sol invernal en su pelo negrísimo.
Cuando pregunté cuánto te debo, respondió que quince pesos. Algo se me encogió por dentro.
De dónde eres.
De San Agustín, pero mis padres eran de Oaxaca, ya murió.

Agregó el segundo dato —Oaxaca, con intención de orgullo, como queriendo disculparse por haber nacido en el Estado de México.

La construcción “Ya murió” aunque haga referencia a ambos padres, es una manera que arraigan las lenguas indígenas en quienes crecen hablándolas y después se comunican en español.

Intenté más intercambios pero su contestación era el esbozo de una sonrisa, entendí que no le gusta platicar y la dejé en paz.

Volví cinco, seis veces, algunas para llevar más pares de botas, otras sólo para saludarla.

La semana pasada la encontré con el rostro inclinado sobre un periódico que mostraba la imagen de José Antonio Meade recibiendo la palmada de Enrique Peña Nieto el día del destape del candidato.

¿Cómo estás, Magdalena?

Por toda respuesta me mostró la imagen del periódico.

La miré esperando una señal y me la dio: movió la cabeza negando, paseando su rostro de pómulos altos y mejillas ajadas de un lado a otro.

No sé qué va a pasar con este país, dije.

Lo de siempre, respondió.

Y, como no lo había hecho en meses, se soltó.

Mis madre murió de cáncer en la sangre, nunca la atendió el seguro; mucho sufrimiento. Yo ya tengo cuatro hijos y seis nietos chiquito (me sorprendió, porque parece más joven); si me enfermo como ellos ya les dije que no me lleven a esperar al hospital porque ahí me maltratan, me dejen morir en paz. Siempre lo mismo, gobierno ratero. Mis vecina dan su voto porque les prometen cosas, mentiras, nunca cumplen. Yo me voy a morir de anemia (quizá confunde anemia con leucemia) pero no voy a dar mi voto a esos ladrones. Pero siempre va a ser igual.

Al ritmo de su furia mis botas color miel como ella las definió, iban volviéndose marrón brillante igual que su frente y su nariz perladas de sudor.

Resopló y se detuvo. Me miró con cierto ¿desprecio?

Esta vez fui yo la que no dijo nada, qué podía decirle.

Su sentencia fulminante “siempre va a ser igual” me incomodó por certera. Para Magdalena y para mí, ese “siempre” hace todo el sentido porque nacimos, crecimos y contamos generaciones que sólo conocen el país que ha forjado el PRI en la presidencia por más de 70 años.

Ese PRI, que desde su creación en 1929 hasta 1989 fue único gobernador de todo. Eso alcanza para decir “siempre”.

El mismo partido que tuvo mayoría absoluta en la cámara de Diputados hasta 1997, son 68 años. Toda una vida, un casi para siempre que también comprende la mayoría absoluta en la cámara de Senadores hasta el año 2000. Son setenta y un malditos años. Setenta y un años malditos.

¿Qué podía decirle a Magdalena? ¿hablarle de las candidaturas ciudadanas? ¿decirle que no pasará lo de siempre?

Hice gala de un inusual silencio. Su rostro volvió a esa placidez extraña, distinguida.

En México el 1% de la población tiene el 50% de la riqueza nacional (OXFAM, 2015). En México hay 53 millones de personas en pobreza (CONEVAL, 2016).

Los gobernadores priistas César Duarte, Javier Duarte, Humberto Moreira, Tomás Yarrington, Roberto Borge, Andrés Granier, Rodrigo Medina con órdenes de detención por casos de corrupción obscena y millonaria, representan el esquema de saqueo que deriva en la realidad que Magdalena (ya privilegiada, figúrense) ha vivido.

No pude evitar escuchar resonancias de mi propia madre que en su desesperación por sostener ocho hijos nos dijo más de una vez: si me muero de hambre, me voy tranquila.

Ojalá estuviéramos dispuestos a limpiar el entendimiento, a razonar con hechos y no con especulaciones. El PRI es el peor partido por acumulación de daños que ha gobernado México, son más de 70 años. Hablar de daños potenciales y no de los reales es una trampa peligrosa.

Esa es la diferencia entre el PRI y los demás partidos: setenta años en los que la tragedia ocurre como una repetición inagotable, setenta años en los que el PRI ha gobernado este país con resultados nefastos. Setenta años de pobreza que hacen decir a Magdalena que esa es la medida del siempre en este país.

La saludo casi todos los días y pienso: ella tiene un lujo, se llama dignidad. Si más mexicanos estuviéramos dispuestos a darnos tal despilfarro de entereza, quizá ese “siempre” tendría fecha de caducidad.

@AlmaDeliaMC

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