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Alma Delia Murillo: Pases de abordar

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Te recargaste en la ventanilla de tu asiento número 10-A con el libro de entonces, Una autobiografía soterrada de Sergio Pitol. No tomaste el desayuno, sólo café. Foto: Alma Delia Murillo.

Despertaste a las 4:45 de la mañana. Dejaste que el agua fría, acribillándote desde la regadera, te convenciera de que había empezado el día. A esa hora infame donde se percibe apenas el olor a humanidad a punto de levantarse.

Escogiste los jeans de siempre, los cómodos, los que van bien para treparse a un taxi, a un avión, para arrastrar las maletas, para caminar serpenteantes pasillos de aeropuerto.

Te recargaste en la ventanilla de tu asiento número 10-A con el libro de entonces,Una autobiografía soterrada de Sergio Pitol. No tomaste el desayuno, sólo café.

Leíste hasta llegar a la última página, subrayaste líneas, doblaste las esquinas de las hojas, te repetiste frases en silencio: “Somos todo el pasado —vuelvo a Borges—, somos nuestra sangre, somos la gente que hemos visto morir, somos los libros que nos han mejorado, somos gratamente los otros”.

¿A dónde ibas el 16 de junio de 2011? El pedacito mutilado del ticket de embarque dice New York, JFK.

Ah, era entonces. Eras la tú de entonces. Ibas a visitar a tu hermano, a morirte de risa, a devorar comida árabe en los puestos callejeros, a correr en Central Park, a estar allá, con él. Una morena más en tierra de güeros. ¿Dónde están los güeros?, pensaste, y se lo dijiste a tu hermano. Él sonrió, “you tell me, morenita

Sincronía, le llamamos algunos. Coincidencia, otros. Pendejadas, diría mi abuela. Justo hoy buscaste ese libro que no mirabas hace cinco años. El trocito de ticket con la información del viaje y ese ridículo “Murillo/ Alma Miss” salió de entre las hojas. Precisamente hoy que estás haciendo la maleta para viajar nuevamente a Nueva York. Welcome, Miss Murilo, volverán a decir en la ventanilla de migración. Y volverás a pensar que a quién quieren engañar, que güelcom sus pelotas. Y te volverán a dar ganas de corregir al oficial y decirle que se pronuncia Murillo, no Murilo, y que by the way, se dice tortilla y no tortila.

Y Nueva York te parecerá fascinante otra vez pero un poquito más triste porque en cinco años las maletas entrañan inconmensurables pérdidas pero también ganancias.

Nueva York es menos bonita ahora que tu hermano no está ahí. Ahora que Mr. Murilo y su esposa viven en México. Una güera en tierra de morenos. Rifada la gringa, ahora criando a dos hijos mexicanos que comen y pronuncian tortilla. Me apellido Murillo Himes, dice el pequeño Emi de cuatro años con voz prístina.

Cinco años después, con esos dos hermosos niños nacidos en la imponderable ciudad de México, Mr. Murilo está aquí nomás, a dos kilómetros de distancia. Desde ese ángulo te parece que Avenida Chapultepec es infinitamente más bonita y entrañable que Nueva York.

Tendrás que despertar mañana, a esa hora en la que somos legiones de cucarachas Samsa tratando de convertirnos en humanos.

Elegirás jeans, sin duda. Arrastrarás la maleta, abrazarás un libro nuevo: Botas de lluvia suecas de Henning Mankell. Eres otra. El libro que te acompaña ahora es un símbolo de tu transformación, la resume de tal manera que no podría ser más preciso, pero sólo tú lo entiendes. Lo agradeces infinitamente. El libro y cómo llegó a ti.

Te preguntas si dentro de cinco años, así, por casualidad, de sus páginas caerá el pedacito de pase de abordar entre tus manos. ¿Quién serás dentro de cinco años? ¿A qué lugar estarás viajando?

Y piensas que todos somos migrantes. Aunque siempre permanezcamos en el mismo país.

 

@AlmaDeliaMC

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