Gente y Sociedad

Alma Delia Murillo: Que la incomodidad los persiga

A mi amiga F la violó su primo quince años mayor, ella tenía nueve.

A mi amiga G la violaba recurrentemente su cuñado, ella tenía 11 años, él 36.

Tuve una compañera de trabajo a la que su marido mató por un ataque de celos frente a su hija de seis años.

Mi madre tuvo que huir de incontables lugares en donde era trabajadora del hogar porque los señores de la casa se sentían con derecho sobre su cuerpo.

A mí me violó un vecino de 20 años cuando yo tenía seis.

Crecí como todas las mujeres: esquivando abusos, intentos de tocamientos, escuchando obscenidades en la calle, tapando mi cuerpo, abrazando la mochila contra mi pecho en el transporte público, amarrándome un suéter en la cintura y sobre los jeans para cubrirme las caderas, abotonándome la camisa hasta el cuello. Me hice adulta toreando editores que hacen propuestas sexuales desde su lugar de poder, directores de medios periodísticos que con dos copas de más quieren tocarte, organizadores de ferias del libro que quieren saltar a establecer una relación personal. Me hice adulta acostumbrada a la incomodidad pegada el cuerpo, a la inseguridad adherida en cada poro de la piel.

Es extraño pero no te das cuenta hasta que te das cuenta.

Las familias de F y de G se enojaron cuando ellas hablaron de los abusos. Años después y en una conversación “entre adultos”, el padre de F le confesó que no confrontó al violador para no incomodar. Leyeron bien: para no incomodar.

A mi amiga G sus padres le dijeron que no hicieron nada porque se podía fracturar la familia entera, porque había que proteger las relaciones, los domingos a la mesa con los abuelos, los apellidos, los trabajos, los dineros. Había que protegerlo todo, menos a ellas.

El hombre que mató a mi compañera de trabajo hace más de veinte años está en la cárcel, en cierta forma protegido por el estado, bajo el anonimato de un proceso judicial. Nadie pudo hablarme del paradero de aquella niña.

Ninguna familia de los hombres que trataron de abusar de mi madre perdió un milímetro de equilibrio; ella se quedó sin trabajo incontables veces: me daba la mano, volvíamos a la calle, sobrevivíamos al mundo. Una y otra vez la escuché decir “es muy triste ser mujer”.

Mi violador está muerto. Hay quien espera que descanse en paz. Yo no.

Un par de meses atrás, en un programa de televisión de esos intelectuales y relajados, las escritoras invitadas hablábamos del asesinato de Abril Pérez Sagaón; el productor cortó para indicarle al conductor que cambiáramos de tema porque el ambiente se estaba poniendo incómodo y el objetivo del programa era que la audiencia lo pasara bien.

Despidieron al director de una editorial por su conducta abusiva recurrente y sus propuestas sexuales desde un lugar de poder, pero el hombre no tuvo que pasar por la incomodidad de la exhibición pública, el comunicado de su salida fue todo alabanzas para el señor eminencias y su brillante carrera en el mundo editorial. Que no estuviera incómodo él ni una pieza del sistema que lo cobija ni sus amigos también abusadores que no ponen sus barbas a remojar porque saben que siempre se protegerán entre ellos. La miseria sabe pactar.

A Ingrid Escamilla la asesinó su marido y la violó la prensa, un sistema sanguinario que solaza su perversión sobre el cuerpo de las mujeres. Porque pueden. Porque ni siquiera les incomoda.

Hace dos días el presidente se sintió incómodo al ser cuestionado por los feminicidios, ese tema no, por favor.

Hay una ansiedad, la del alma. La que no te deja respirar, la que estalla en ataques de pánico, en angustias reprimidas, en noches de insomnio, en ganas de no levantarte de la cama nunca más, de no ver a nadie, de cerrar los ojos y que todo desaparezca.

Que esa incomodidad los persiga, señores culpables y señores indiferentes y señores cómplices, hasta el último de sus días. Y que los persiga aún después del último de sus días, allá donde el alma.

Que por una vez la vergüenza y la incomodidad sean suyas. Nosotras seguiremos poniendo los cuerpos, diez hoy, mañana diez más.

 

 

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