América Latina y la economía
Diversos representantes institucionales están alertando sobre la reciente bonanza económica latinoamericana: duró menos de lo esperado. Se observa una caída de precios de los productos agropecuarios, las commodities y los minerales; no se le dio suficiente prioridad al desarrollo de la infraestructura, y de una educación basada no solo en el aumento de la cobertura sino también de la calidad. Los países latinoamericanos han avanzado (con las excepciones conocidas), pero sigue el debate, sobre todo académico, sobre cuáles son las razones para el mantenimiento de las altas cotas de pobreza, o la profundización de la desigualdad en la distribución de la riqueza. Hoy, el culpable más útil para quienes siguen analizando la realidad con prejuicios del pasado es “el neoliberalismo” (sea salvaje, sea domesticado). ¿Es eso cierto?
En realidad en América Latina hay una teoría negadora del sentido común mucho más enraizada que el neoliberalismo dentro de nuestros decidores económicos: la tradición de pensamiento conocida como el “estructuralismo latinoamericano” y su famosa teoría de la dependencia que, desde sus primeras formulaciones desarrolladas dentro y fuera de la Comisión Económica para la América Latina -CEPAL (Raúl Prebisch, Celso Furtado, Pinto, Cardoso, Faletto, Theotonio Dos Santos, etc., mucho chileno, argentino y brasileño de izquierdas, o como se decía hace cincuenta años, “progresista”)- hasta las más recientes, bajo el llamado “neoestructuralismo”, confluyen en una línea homogénea de pensamiento que constituye, en su conjunto, una interpretación sobre el proceso global del capitalismo y su impacto sobre la relación entre el “centro” (los países desarrollados, en especial los Estados Unidos) y la “periferia” (o sea, nosotros, los del Sur preterido).
El Estructuralismo comenzó a desarrollarse en Latinoamerica en los años 30 y 40 como una alternativa para el modelo de desarrollo latinoamericano e influyó hasta los años 70 y 80 en la política económica de muchos países del subcontinente. Esta política fue sustituida por la política liberal monetarista.
Las recetas liberales y neoliberales, tan criticadas, no han resultado por la sencilla razón de que simples medidas de carácter económico, dentro de un cuerpo institucional con un Estado todopoderoso, regulador, controlador y limitador de la libre iniciativa es como tratar con aspirina a un enfermo de sida: por muy buena que sea la calidad del producto, las condiciones del entorno hacen imposible su acción eficaz. Da la impresión que más que un problema de modelos teóricos, el problema es de mentalidades, de formación, de visión de la realidad. Y es que en una época, bajo el influjo del “pensamiento científico” marxista, muchos economistas se graduaban más bien de chamanes del materialismo histórico que de verdaderos practicantes de la ciencia económica moderna.
¿Cuáles eran los elementos centrales del antiguo Estructuralismo de la CEPAL?
a) Las relaciones comerciales asimétricas en los niveles internacionales debían ser remediadas a través de un programa de industrialización con el fin de sustituir las importaciones.
b) El Estado como coordinador asumía la responsabilidad del proceso de industrialización, visto como la «Espina Dorsal» del desarrollo. Dicha industrialización fue emprendida por el Estado, a través de mecanismos como el proteccionismo y los subsidios, con el fin de lograr un rápido desarrollo industrial.
c) La industrialización estaba orientada hacia el abastecimiento del mercado interno.
Los defensores de estas premisas destacan el papel jugado por el Estado en el desarrollo de los llamados “tigres asiáticos”. Se les olvida mencionar que en esos países la intervención del Estado fue selectiva, temporal y buscaba solo garantizar que las firmas “privadas” adquirieran suficiente competitividad internacional; o sea, luego de crear las condiciones, “las soltaba para que se defendieran” por sí solas en el mercado globalizado, no las adoptaban bajo su eterna protección, como sucedió con frecuencia en Venezuela.
Conviene subrayar dos cosas erróneas. La primera es la idea de que en economía, cuando una comunidad —o una persona— gana, otra pierde. Esta convicción de que la dinámica económica se acompaña siempre de un juego suma cero, es radicalmente falsa. (En Venezuela, se expresa en el mito de que para que los pobres salgan adelante, hay que quitarle dinero a los ricos, que si lo son, es debido “exclusivamente” a que son unos desalmados que se lo robaron).
La segunda, es que una simple agrupación de personas que hablen el mismo idioma tiene, por sí misma, ventajas importantes y es capaz de generar más desarrollo. Las famosas “ventajas comparativas” de las que gozaríamos los latinoamericanos por el simple hecho de hablar español, ha dado paso a la cruda realidad que afirma que lo que se necesita es impulsar en las empresas “ventajas competitivas”, investigación y desarrollo, y una mentalidad que promueva la creatividad y la innovación, más creatividad y más innovación.
La cobertura adecuada de las necesidades para llevar una vida digna se ha acelerado de tal modo en el núcleo básico de lo que se puede llamar la economía desarrollada —norte de América, costa asiática del Pacífico y Europa—, que a mediados del siglo XXI se habrá alcanzado una productividad tal que quizá los problemas de la economía pasarán a ligarse con una civilización donde abunde el ocio, como pronosticara Keynes. Todo esto se está debiendo a una explosión de ciencia y tecnología que hoy se encuentra sobre todo en los Estados Unidos. Para marchar al paso, el resto de los países ha abandonado, progresivamente en el caso de la literatura económica, su idioma propio, y ha pasado a emplear, como lingua franca, el inglés. En ese asunto, vale la pena preguntar a los chinos.
El quid del desarrollo –ya va siendo hora que lo entendamos los latinoamericanos- está en una mayor calidad en los productos, flexibilidad operativa, utilización eficiente de los recursos productivos, adopción de adelantos tecnológicos, espíritu innovador, austeridad privada y pública, énfasis en el ahorro y desarrollo de habilidades para competir internacionalmente. Y un Estado que sea realmente un promotor, no un burócrata limitador, del desarrollo de las potencialidades de su sociedad.