AMLO hoy representa todo lo que prometió desterrar
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) llegó a la presidencia de México con una máxima: “No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”. La ha repetido una y otra vez, y la coloca como el eje de las acciones de su gobierno. Pero a cuatro años de su triunfo electoral, esos tres mandamientos han sido violados repetidamente.
AMLO ganó las elecciones de 2018 con varias promesas centrales: sacar a millones de mexicanos de la pobreza, pacificar el país y ante todo, terminar con la corrupción. De esas promesas no quedan ni la estela. El presidente y los suyos perdieron la brújula moral: en la desesperación por la falta de resultados —la ola de violencia, la crisis económica, la desacreditación de su círculo cercano— han dado la espalda a ideales que, en sus muchos años como opositores, prometieron defender a toda costa. Hoy, la mal llamada “Cuarta transformación” no es más que una retahíla de contradicciones que les revientan en la cara cotidianamente. Abandonaron sus banderas históricas y la máxima de “no mentir, no robar y no traicionar” se ha convertido en una cruda ironía: han mentido, han robado y han traicionado.
“No mentir”. La mentira se volvió el modus operandi de AMLO. Según la consultora Spin, ha mentido más de 76,000 veces en sus conferencias matutinas diarias. La comunicación es la columna vertebral de su gobierno y la mentira es lo que la mantiene de pie. Mentir es su manera de comunicar. Recurrentemente, cuando se le enfrenta a estadísticas que exhiben la criminalidad récord, los cientos de miles de muertos por la pandemia o la caída en los rankings globales sobre corrupción y transparencia, su respuesta es que él tiene “otros datos”. Esa frase ya es parte del lenguaje popular entre los mexicanos: un recurso de quien se sabe descubierto en la mentira y busca la salida más cínica.
La más reciente de sus simulaciones sucedió hace unos días. Para conmemorar los cuatro años de su triunfo electoral, inauguró incompleta una de sus obras magnas: la refinería Olmeca en Dos Bocas, Tabasco. Es una refinería que no refina. No está lista, ni estará en meses, quizá años, y además el costo podría llegar a ser del doble del presupuestado originalmente.
Como parte de esta adicción a la mentira, desde la más alta tribuna del país se ha dedicado a violar la Constitución que juró defender. “No me vengan con ese cuento de que la ley es la ley”, dijo en un momento de confesión climática, cuando quiso hacer su voluntad por encima de las normas. AMLO se ha consolidado como un maestro del espectáculo. Ha logrado con su discurso distraer la agenda y controlar la narrativa. Para ello, ha atacado ilimitadamente a los pocos medios de comunicación y periodistas que lo evidencian.
“No robar”. En la campaña electoral se proclamó el pilar de la austeridad republicana, el político que acabaría con el dispendio en las arcas públicas y metería en cintura a los corruptos. La frase emblema fue: “Yo no soy tapadera de nadie”. A cuatro años de distancia, carga con un hijo que vive como millonario —sin trabajar— en una lujosa “Casa gris” en Estados Unidos, vinculada a una empresa contratista del gobierno. También con dos hermanos que fueron captados en video recibiendo cientos de miles de pesos en efectivo y diciendo que le darían los recursos a su hermano Andrés Manuel; y con su secretario particular, Alejandro Esquer, también grabado en video realizando movimientos de efectivo en “carrusel” en un banco. Hay que agregar a Felipa Obrador, prima del presidente, quien recibió contratos gubernamentales por millones de dólares.
Tiene funcionarios del gabinete, como el director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, que bien podrían ser agentes de bienes raíces por la cantidad de propiedades a su nombre. Y cada que surge un escándalo, lejos de procesarlo institucionalmente, o al menos seguir la regla política de aceptarle la renuncia al implicado, descalifica a quien haya revelado la corruptela, lo ataca inclementemente usando los poderes del Estado y protege a sus colaboradores. El robo queda impune porque así lo determina el presidente. “Limpiaremos el gobierno como se barren las escaleras: de arriba para abajo”, decía orgulloso. No solo no sucedió, sino que la corrupción tocó a su puerta y alcanzó a sus más cercanos.
“No traicionar”. Por años, AMLO y los suyos se declararon abiertamente en contra del uso de militares para realizar labores de seguridad pública. Pero esta administración es la que más soldados ha desplegado en labores de seguridad pública. No solo eso: los militares controlan las calles, los puertos, las aduanas, son la empresa constructora más grande de México y desempeñan decenas de tareas antes encomendadas a civiles. Pocas traiciones más diáfanas a sus principios como esta hipermilitarización del gobierno, cuando en campaña prometió “regresar al Ejército a sus cuarteles”.
No es la única. Las seguidoras de López Obrador señalaban que era “el presidente más feminista de la historia”, pero hoy ataca al movimiento de mujeres que simplemente piden no ser asesinadas. El presidente que prometió gobernar pensando “primero los pobres” ha generado casi cuatro millones más de personas en pobreza y dejado sin servicios de salud a más de 15 millones. De decir ser un adalid contra el derroche, ha desperdiciado 84 millones de dólares en realizar una consulta de revocación de mandato que nadie pidió; más de 10,000 millones en el Tren Maya, que devasta la selva aunque se supone no iba a “tirar un solo árbol”; 12,000 millones más en una refinería que no refina, y aproximadamente 6,000 millones en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en el que solo hay un puñado de operaciones aéreas.
En los cuatro años que han transcurrido desde que arrasó en la elección presidencial, López Obrador ha aniquilado todos los principios que lo llevaron ahí. Hoy representa todo aquello que prometió desterrar. De las ideas fundamentales de la izquierda que decía representar, ha traicionado prácticamente todas. Se alió con las élites de siempre y no transformó ni purificó la vida pública del país. No es ni demócrata ni liberal ni progresista ni reformista. López Obrador es obradorista y ya solo él sabe lo que eso significa.
Carlos Loret de Mola, periodista mexicano, ha trabajado en televisión, radio y prensa, donde ha encabezado noticieros líderes en audiencia.