Amores atormentados
Ya estamos en verano y en Sopa de libros vamos a hablar de amor. El amor es uno de los grandes temas de la literatura. De hecho, se dice que desde Homero solo hay dos temas en la literatura, el amor y la muerte. Pero no vamos a hablar de cualquier amor, sino de esos amores atormentados, obsesivos y, desde luego, peculiares que abundan entre los grandes clásicos de la literatura.
La primera novela de la que vamos a hablar es El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Gatsby es un tipo obsesionado por seducir al gran amor de su vida, una mujer a la que conoció cuando era joven y pobre. Construye toda su vida alrededor de esa obsesión y se hace rico, levanta una gran mansión y organiza las mejores fiestas de Nueva York, solo para seducir a la mujer a la que una vez amó y que sigue amando, Daisy, y que vive justo enfrente de su mansión, justo al otro lado de la bahía, en una casa que tiene siempre encendida una luz verde, que Gatsby ve cada noche. Está seguro de que ella irá alguna vez a una de sus fiestas y, cuando lo haga, no duda de que se enamorará de él y, entonces, todo será como siempre ha soñado. Porque a Gatsby no le importa la realidad.
«El primer problema que tiene Gatsby es la mitificación de su amor»
De la casa de mi vecino brotaba música durante las noches de aquel verano. En sus jardines azules —y entre susurros, champán y estrellas— invitados de ambos sexos iban y venían como mariposas. Por la tarde, cuando subía la marea, los veía lanzarse al agua desde la balsa de Gatsby, que tenía una torre, o tomar el sol sobre la arena ardiente de su playa mientras sus dos motoras hendían las aguas del estrecho arrastrando esquís acuáticos sobre cataratas de espuma. Los fines de semana el Rolls Royce se convertía en autobús trayendo grupos de Nueva York desde las nueve de la mañana y devolviéndolos incluso mucho después de medianoche, mientras la furgoneta corría, como un ágil insecto amarillo, a esperar a todos los trenes. Y los lunes ocho criados, incluido otro jardinero además del titular, se afanaban durante todo el día con bayetas, cepillos de fregar, martillos y podaderas reparando los destrozos de la noche anterior.
La novela también cuenta el desencanto del sueño americano y de un mundo superficial que deja de lado los valores más profundos y vitales para enaltecer el ocio, el lujo y los excesos, pero también habla de la resistencia al cambio, del apego a la nostalgia, de los peligros de refugiarse en el pasado y no querer avanzar. El primer problema que tiene Gatsby es la mitificación de su amor. Vargas Llosa, en La verdad de las mentiras, dice que Gatsby es un hombre que pone en entredicho el mundo real y dispara hacia el sueño, como hizo don Quijote. Y eso que es un hombre muy especial, guapo, divertido y, sobre todo, muy seductor.
«El gran Gatsby se publicó en 1925 y no tuvo mucho éxito, ni de crítica ni de ventas. De hecho, Fitzgerald murió en 1940 creyendo que su obra se quedaría en el olvido»
Era una de esas raras sonrisas con inagotable capacidad para tranquilizar que solo se encuentran cuatro o cinco veces en toda una vida. Por un instante se enfrentaba —o parecía enfrentarse— con el mundo exterior en su totalidad para luego concentrarse en ti con un irresistible prejuicio en tu favor. Te entendía hasta donde querías ser entendido, creía en ti como tú querías creer en ti mismo, y te confirmaba que había recibido de ti la impresión que tú, en tus mejores momentos, tenías la esperanza de transmitir.
El encuentro se produce gracias al narrador de la novela, Nick Carraway, que alquila una casa al lado de la de Gatsby y que es primo lejano de Daisy. Cuando Gatsby se entera le propone enseguida que invite a Daisy a su casa. Pero Daisy es una mujer casada. Aun así, Nick organiza un encuentro entre Daisy y Gatsby, que se produce en casa de Nick. Es un encuentro realmente maravilloso, lleno de ternura, de risas, de seducción, de sobreentendidos. Gatsby y Daisy conectan enseguida y Gatsby da por hecho que Daisy se va a ir con él. No acepta que las cosas puedan ser de otra forma. Hasta habla con Tom, el marido de Daisy, para convencerle de que su relación se ha acabado y se van a separar, y que Daisy le quiere a él. Tom, que es muy rico y muy bruto, alucina.
«Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros»
El gran Gatsby se publicó en 1925 y no tuvo mucho éxito, ni de crítica ni de ventas. De hecho, Fitzgerald murió en 1940 creyendo que su obra se quedaría en el olvido. Y al revés, es una de las grandes obras de la literatura universal. Tiene un final maravilloso, con Nick Carraway cavilando, recordando el asombro de Gatsby cuando descubrió por vez primera la luz verde al final del embarcadero de Daisy, el camino que hizo para llegar a donde llegó, y cómo su sueño tuvo que parecerle tan cercano que difícilmente podía dejar de alcanzarlo.
Gatsby creía en la luz verde, en el orgiástico futuro que año tras año retrocede ante nosotros. Se nos escapa en el momento presente, pero ¡qué importa!; mañana correremos más deprisa, nuestros brazos extendidos llegarán más lejos… Y una hermosa mañana…
Y así seguimos adelante, botes contra la corriente, empujados sin descanso hacia el pasado.
La segunda novela que quiero recordar en Sopa de libros es La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo), que nos habla de la redención por amor, de todo a lo que se puede renunciar por amor y que cuenta también una extraña forma de amar.
Desde su publicación en 1848, La dama de las camelias es la historia de amor por antonomasia y Marguerite Gautier es el paradigma de la cortesana, un personaje muy peculiar de la época. Las cocottes, las cortesanas, vivían en los márgenes de la sociedad respetable. Estaban emancipadas, tenían ambiciones fuertes que no pasaban por ser la esposa o la madre de nadie, aunque dependían del dinero de sus protectores. Se paseaban en carruaje, gastaban fortunas en el casino, asistían a todos los estrenos del teatro y la ópera, se vestían a la última moda y podían elegir amantes entre un séquito de solventes admiradores.
«Armand no solo quiere ser el amante de Marguerite Gautier sino que quiere mucho más, quiere que ella, prácticamente, sea su mujer»
La dama de las camelias es la historia de un hombre de buena familia, Armand, que se enamora de una cocotte y lo pone todo patas arriba. Porque Armand no solo quiere ser el amante de Marguerite Gautier sino que quiere mucho más, quiere que ella, prácticamente, sea su mujer. Una vez que consigue ser su amante le propone que se vayan a vivir al campo una temporada. Allí Marguerite, por un lado, se siente bien. Dice Dumas hijo que la cortesana empieza a desaparecer, pero Marguerite termina echando de menos París y convence a Armand para que se alquilen un piso en la ciudad. Todo parece ir bien pero, de pronto, aparece el padre de Armand, que se reúne con Marguerite. Justo después Marguerite abandona a Armand y lo hace de una forma rotunda, negándole cualquier posibilidad de reconciliación.
Cuando leas esta carta, Armand, ya seré la amante de otro hombre. Todo ha terminado entre nosotros. Vuelve con tu padre, querido. Vuelve a ver a tu hermana, una chica casta que nada sabe de nuestras miserias, con la que no tardarás en olvidar lo mucho que te ha hecho sufrir esa perdida de Marguerite Gautier, a la que amaste por un momento y que te debe los únicos instantes felices de una vida que ahora espera que no sea muy larga.
Armand se lo toma mal y reacciona atacándola, insultándola, humillándola en público y en privado. Mientras, Marguerite está cada vez más enferma. Y termina muriendo, tras una agonía terrible, pronunciando el nombre de Armand.
«La redención por amor constituye uno de los temas centrales del primer romanticismo»
Narrativamente a partir de entonces leeremos la verdad, el punto de vista de Marguerite a través de su diario, que le entregan a Armand. Y entonces sabemos lo que ocurrió en la reunión clave entre el señor Duval, padre de Armand, y Marguerite Gautier. El padre de Armand le contó a la cocotte que tenía una hija, joven, hermosa y pura como un ángel, que estaba a punto de casarse pero que sería rechazada si Marguerite Gautier estaba ligada a la familia. O sea que Marguerite Gautier se sacrifica por amor. Renuncia a su amante, renuncia al amor, para que Armand se salve. El padre de Armand le impone la abnegación más absoluta y atroz, y ella se lo concede. Como señala Roland Barthes, Marguerite acepta porque el señor Duval le sirve en bandeja aquello que ella siempre ha estado esperando: el reconocimiento. Marguerite se inmola, se sacrifica. Renuncia a su amor, por amor. Renuncia a Armand para que Armand sea feliz.
La redención por amor constituye uno de los temas centrales del primer romanticismo. Marguerite se redimirá pero no logrará escapar de la muerte, que es el destino último de la heroína romántica. No solo asistimos al triunfo de la ley sobre el eros o a la frialdad de la inteligencia sobre el espacio emocional, sino también a la subordinación del principio femenino al masculino. Marguerite renuncia al amor porque nada embellece y purifica más a una mujer que el sacrificio.
En tercer lugar vamos a hablar de El velo pintado, de Somerset Maugham, como ejemplo de otro amor absolutamente atormentado.
El velo pintado cuenta la historia de Kitty y Walter, una pareja de recién casados que vive en Hong Kong. Él es médico y bacteriólogo, ella se ha casado a toda prisa solo para que su hermana no lo haga antes, y poco después de llegar a China tiene un amante. Walter descubre que su mujer le ha sido infiel pero en vez de abandonarla o renunciar a ella hace una cosa sorprendente: pide el destino más peligroso en lo más profundo de China y se lleva con él a su mujer a ese lugar terrible, invadido por el cólera, donde solo quedan unas monjas de un convento francés y un funcionario de aduanas. Todos los demás se han marchado.
—¿Dónde está ese sitio? —preguntó ella después de una pausa.
—¿Mei Tan Fu? A orillas de un afluente del río Occidental. Remontaremos el río y haremos el resto del recorrido en litera.
—¿Tú y quién más?
—Tú y yo.
«Él se conforma con amarla. Ama a Kitty con una condición: no ser traicionado»
Walter ama a Kitty a su manera. Para él lo que cuenta no es el sentimiento de amar y sentirse amado, sino el acto de amar, que él pone en apariencia incondicionalmente: sabe que Kitty no está enamorada de él, que no lo ama, pero no le importa. Él se conforma con amarla. Ama a Kitty con una condición: no ser traicionado. No reclama ser amado, pues no se siente digno, pero sí reclama no ser traicionado, pues en ello le va su autoestima como hombre. La fidelidad de Kitty constituye una parte importante de la poca autoestima que aún le queda.
—No me hice ilusiones con respecto a ti —declaró—. Sabía que eras boba, frívola y casquivana, pero te quería. Era consciente de que tenías unos objetivos e ideales vulgares y corrientes, pero te quería. Me había percatado de que eras de segunda categoría, pero te quería. Me entran ganas de reír cuando pienso en lo mucho que me esforcé en divertirme con las cosas que te divertían a ti y en lo ansioso que estaba por ocultarte que no era ignorante ni vulgar, chismoso ni estúpido. Estaba al tanto de lo mucho que te intimida la inteligencia e hice todo lo posible por engañarte para que me juzgaras tan simplón como el resto de los hombres que conocías. Sabía que sólo te habías casado conmigo por conveniencia, pero te quería tanto que no me importaba.
«La experiencia del morir ajeno, el temor a la propia muerte, el descubrimiento de un mundo exótico»
El título de la novela está tomado de un poema de Shelley. Pero, mientras que la moraleja del poema es muy pesimista —el velo de la vida no debe levantarse porque debajo no hay verdad alguna— la tesis de la novela es más esperanzadora. De hecho, Kitty, la heroína, levanta el velo y descubre el verdadero rostro de su vida: engañoso y superficial. En otras palabras, Kitty se da cuenta de que hasta ese momento no ha tomado ninguna decisión por sí misma. Mientras Walter se debate en la confusión y la tristeza, Kitty se adentra poco a poco en los pliegues recónditos de la vida auténtica, y así no solo se descubre a sí misma, trabajando en las peores condiciones, ayudando a las monjas, sino que también, de alguna forma, descubre a su marido y se da cuenta de que podría haberle amado.
La experiencia del morir ajeno, el temor a la propia muerte, el descubrimiento de un mundo exótico, distinto al de las costumbres y ritos de la colonia inglesa, todo ello la llevan a preparar su alma al encuentro con la belleza. No se trata de una belleza sensible y superficial como la experimentada hasta entonces, sino del despertar de su alma a Dios, trascendiendo la miseria y finitud de este mundo. El velo pintado es un novelón.
Hoy hemos hablado de amor con tres novelas que reflejan muy bien los amores atormentados: la obsesión de Gatsby y la dificultad que tiene para aceptar la realidad; los amores imposibles y la renuncia como salvación que nos cuenta La dama de las camelias; y la muerte como única forma de salvar el amor, como en El velo pintado. Tres grandes novelas, tres amores que terminan trágicamente.
Antonio Martínez Asensio estudió Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid y empezó muy pronto a trabajar en televisión: en TVE, en Tele Madrid, en Tele 5 y en Canal+, así como en varias productoras independientes, como Productor y como Productor Ejecutivo. Ha publicado dos novelas y ha escrito guiones para series de televisión y para el cine. Ha desarrollado una labor de crítico literario en la radio, en Onda Cero en la Cadena Ser, y en televisión como colaborador del programa sobre narrativas presentado por Berto Romero “Ovejas eléctricas” en La2. Actualmente dirige y presenta en la Cadena Ser el programa semanal “Un libro una hora”, que adapta los clásicos de la literatura universal, y “Un autor en una hora”, que cuenta la vida de los autores a través de sus libros. Y es el responsable de la sección de libros de “Hoy por hoy”, “La biblioteca”.